Desde la calle La Guardia en Villa Consuelo,  el fogonazo de un mortero de tanque de guerra abrió una tronera en la pequeña cocina de nuestra casa ubicada en la doctor Tejada Florentino.

Eran los días en que la revuelta cívico militar que reclamaba la vuelta del gobierno legitimo y constitucional de Juan Bosch se transformó en una Guerra Patria.  El 27 de abril, en la madrugada, los marines habían desembarcado  por el puerto de Haina y otros puntos de la costa sur de la ciudad de Santo Domingo.

Ya el portaviones Bóxer en alta mar convertido en el centro de operaciones iniciaba el traslado de helicópteros, jeeps, camiones, tanques así como el  grueso de los muchachos rubios, negros y latinos que  fumando cigarrillos Pall Mall  se preguntaban entre ellos en qué isla del mundo estaban.

Nunca he olvidado ese círculo de muerte justo al lado de las hornillas y el carbón a manera de estufa.  Hace 56 años, en 1965, la mayoría de las familias dominicanas no cocían sus alimentos en estufas como las que hoy conocemos.  Éramos más pobres que ahora. La modernidad la disfrutaban los privilegiados de siempre.

Por suerte, mi familia huyó de la guerra antes del fogonazo en la cocina olorosa a leña recién quemada.  Con el miedo entre los huesos,  abordaron un carro de la línea rumbo a Moca. Una de las paradas de los carros de línea hacia el Cibao especialmente a Moca, estaba en el parque de La Javilla frente al mítico Hotel Londres. La otra parada estaba en la bomba que todavía hoy existe en el inicio de la 30 de marzo con 16 de agosto, cerca del Parque Independencia, pero llegar hasta allí era difícil.  Optaron por la parada de La Javilla.

Solo hay que imaginar lo que significaba para una familia con una niña pequeña y abuela llegar hasta las cercanías del Parque Independencia, es decir, en el corazón de  la Zona Constitucionalista.

Nunca supe cómo llegaron desde Villa Consuelo a la parte oeste de la avenida San Martín. No era fácil atravesar la breve ciudad  tras la llegada de los marines. No viajé con ellos, para ese entonces vivía en Santiago. Uno supone la tensión y la angustia de una familia intentando llegar a cualquier lugar en medio del fuego cruzado entre los comandos   de la Zona Norte y los marines haciendo respetar su cordón de seguridad.

Mi madre me contó que la vida de la casa se hacía la mayoría de las veces en la cocina. Un mortero impactando la cocina de una vivienda es lo más seguro a viajar directo y en vivo hacia el otro barrio, sin pasaje de vuelta.

El circulo de muerte es una imagen que hasta la fecha recorre mis memorias. Un gran boquete rodeado de impactos de bala de fusil junto al carbón, la leña  y las hornillas.  Mi familia se salvó a chepa. Un día normal en la cocina y de repente el morterazo sorprende a las vidas que no tenían velas en ese entierro. Horrible.