Historias crueles de NY y otras latitudes es el reciente libro narrativo del poeta, crítico y periodista Eloy Alberto Tejera. El título, de entrada, refleja dos rasgos, que se presencian en el cuerpo del libro y que operan como soportes en toda su integridad: el espacio y la naturaleza de las historias que se narran.
El espacio, en un alto porcentaje, corresponde o pertenece a la ciudad de Nueva York. El restante, al dominicano, especialmente, a barrios marginados de la ciudad de Santo Domingo.
Al ubicar los relatos en escenarios neoyorkinos, nos ofrece un aspecto a subrayar: a pesar de la importancia que representa para el país la comunidad dominicana en los Estados Unidos, son escasos los textos narrativos, también poéticos, que asumen como eje central, con las texturas inherentes a este escenario y lo que en él acontece en cuanto al ser dominicano en lo social, en lo económico, en lo cultural y, más aún, en lo psicológico. Leemos en
Alucinaciones:
Hace ocho años que vine de Nueva York o, mejor dicho, que me deportaron. Allí fue que aprendí a “volar”, a dejar de ser enano. Tal proeza se debió gracias al uso de mis fosas nasales, a mi alianza con las agujas.
Y en No pasarse de la raya se precisa tal espacio:
Tengo pocas semanas en la ciudad de los rascacielos y ya he aprendido una clave esencial para sobrevivir y no meterme en problemas: no pasarme de la raya. Ayer uno del grupo violó esa palmaria regla. Bien que se lo dijeron, que esa simple calle de Broadway, esa raya que divide a los dos barrios, no puede cruzarse cuando ya el sol good bye ha dicho.
En cuanto al escenario dominicano, este es un buen ejemplo:
La cancha fue escenario de la reyerta y también de la puñalada. A él se lo llevaron grave y el perpetrador huyó como la jon del diablo.
Ahora, en este libro, el espacio funciona como procedimiento estructural, pero también se constituye en sustancia intrínseca de los mismos.
Segunda nota: El autor nos la ofrece empleando un adjetivo: crueles.
En este adjetivo recae el mayor peso de las situaciones que se narran. Es la crueldad el rasgo distintivo de cada pieza y del texto.
Estas historias nos remiten directamente a una concepción muy antigua del ser humano, la acuñada por una de las comunidades fundadoras: Los Cátaros, que se desarrollaron en todo el siglo XI y siguientes.
Estos consideraban al ser humano, como una masa impura, corrompida procedente de los pecados primarios, como un ser dual que carga consigo tanto lo maligno o enemigo como lo justo y bueno, es decir, los dioses y los demonios. La maldad siempre está ahí, dormida, pero latiendo.
En esa composición de materias convivía lo bueno y su contrario. Para la vida, la prioridad es sujetar al enemigo, el maligno, que se lleva dentro. Lo importante es sujetar y mantener dormido a lo indigno y dejar que el lado bueno fluya y se haga la vida.
En este libro de Eloy Tejera, el lado oscuro, el infierno, el enemigo asume un protagonismo real y abarcador. Es el lado oscuro, el otro que domina las historias.
Por otra parte, hay que subrayar una virtud intrínseca de este texto: posee un foco único, donde irradia y convergen las distintas historias, estableciéndose un ritmo que se mueve hacia arriba y hacia abajo, articulándose con lo oscuro y con la luz. Y ese foco, desde el ángulo situacional-temático, representa la maldad humana. Es lo que homogeniza la mancha que vive en nosotros como la otra entidad, con mismos atributos de progresión y de actuación.
La presencia de este foco responde a un pensamiento, a una reflexión, a una delimitación de una temática que unifique y que le dé coherencia como libro.
No se trata de una sumatoria de textos aislados que se fueron sumando, sino de una unicidad que tiene, como hemos señalado, a la maldad, al maligno, al enemigo que habita en nosotros como centro, como eje de estos textos.
No es tan frecuente que este tema se trate de manera frontal, de manera única, exclusiva, porque subyace, generalmente, en el escritor esa delicadeza hasta cierto modo de enfrentar temas que lindan con lo sucio, pero que también existen y habitan entre nosotros, de maneras ambiguas y a veces oblicua.
Eloy Tejera, ya en varios artículos, manifiesta esta inclinación al abordar temas de esta naturaleza, que asume de manera central partiendo de referencias, vivencias y del mundo imaginado, como es la literatura.
En este libro se pone de manifiesto estos recursos de manera consistentes:
En el conjunto de los relatos: la ironía, el sarcasmo, el humor negro, el escupitajo, la náusea, la burla, el bochorno. Elementos que se consustancian, que saltan de las historias, o que son provocados o buscados por el narrador. Estos rasgos imprimen y salpican de agilidad a una prosa que busca permanentemente enterrar el cuchillo en la masa putrefacta de los relatos, de los conflictos para que salten en borbotones, no solo la sangre, sino también el pus que permanece ahí, vivo en su descomposición continua que los personajes llevan de un lado a otro.
Bien ejemplifica:
De Alucinaciones:
Pero no es así. Solo sigo acostado en el césped, y lo único que ha pasado es la chica de la que estoy enamorado me ha colocado una rosa roja sobre el pecho que se ha derretido y estoy esperando que pase de nuevo para que vea esta magia.
De Buen cálculo:
Si era cierto la cantidad de muertos que dejó la estela de negocios turbios de Sam, bien pudo este fundar una funeraria.
Libro fluido, con gracias expresivas, que se lee con deleite, y en la memoria quedan las historias y sus accidentes y nos muestra ese lado terrible que habita en nosotros, que es sustancia de nuestra naturaleza y que permanece agazapado y que por momentos se suelta y salta y asalta al otro y así mismo. Libro de historias breves que no nos son indiferentes, que nos acerca a ellas a pesar de lo sucio y lo cruel de la sustancia que sirve de esqueleto, de armazón. Es el lenguaje que hace posible esa aceptación.