“La alegría de un mundo mejor vendrá, vendrá”. (René del Risco Bermúdez)

I. ¡Primavera a la vista!

En la semana que ayer finalizó terminó el invierno y comenzó la primavera. Una ocasión oportuna para detenernos a pensar en lo que significa el paso de la estación del frío a la de las flores.

En los países de clima tropical, donde los cambios de estación no implican variaciones significativas en la naturaleza y el clima, la primavera es una continuación, más gozosa, más florida, más lozana, pero nada más, del invierno. Sin embargo, en los países que están sujetos a otros climas, más severos, la primavera es como una resurrección. El paso de un invierno entre gris y oscuro, frío y turbulento, con las ramas de los árboles desvestidas, a una estación donde los bosques y praderas comienzan a reverdecer, las flores a brotar, los pajarillos a llenar los prados y parques de jubilosos trinos… Todo es un renacer constante. La primavera es una eclosión de luz y de colores. Hace renacer todo lo que lucía marchito, apagado, triste…

Los griegos representaban a la primavera en figura de mujer con un ramo de flores, situada al lado de un arbusto que estaba echando brotes. También la representaban en figura de un carnero, que es el macho de la oveja. Este animal es reconocido como símbolo del signo zodiacal Aries, que tiene vigencia entre el 21 de marzo y el 20 de abril. De entre las aves, hay una que también está vinculada a la primavera, es la golondrina, “ave consagrada a Isis y a Venus, alegoría de la primavera” (Cirlot, 1992: 219). Asimismo, los griegos consagraban esta estación al dios Hermes, que era el mensajero de los dioses. En tanto que “en la China se hacía incluso corresponder antaño la llegada y la partida de las golondrinas con la fecha exacta de los equinoccios. El día del retorno de las golondrinas (equinoccio de primavera) era la ocasión de los ritos de fecundidad” (Chevalier, 1986: 584).

Hay un mito griego, el de Perséfone, relacionado con la primavera. Cito:

Perséfone, personificación de la tierra y de la primavera. Según el mito, estaba la diosa recogiendo flores cuando se abrió la tierra y Plutón, dios subterráneo, la raptó para que reinara con él en los infiernos. Su madre Deméter obtuvo que Perséfone pasara dos tercios del año con ella (primavera a otoño) y solo un tercio con el raptor (invierno). El folklore de muchos pueblos europeos conserva los arquetipos de Perséfone y Deméter bajo las figuras de la “Doncella de la cosecha” y de la “Madre del grano” (Cirlot, ibídem, pág. 359).

En todas las sociedades antiguas se celebraba la llegada de la primavera. Por lo regular se hacía en honor a la fertilidad. El ya citado Chevalier (ibídem, 744) refiere estas celebraciones en Egipto y Roma. No era una celebración de la primavera per se, sino de la nave, pero que se hacía al inicio de la estación vernal:

En Egipto, y luego en Roma, se celebraba una fiesta de la nave de Isis, que tenía lugar en marzo, al comienzo de la primavera. Un navío nuevo, cubierto de inscripciones sagradas, purificado por el fuego de una antorcha con velas blancas desplegadas, lleno de perfumes y de cestos, era lanzado al mar y abandonado a los vientos; debía asegurar una navegación favorable todo el resto del año.

Los poetas han cantado profusamente a la estación de las flores. Abundan los poemas que hablan de la primavera o de los meses correspondientes: marzo, abril o mayo. Entre los de lengua española me permito citar a Antonio y Manuel Machado, Rubén Darío, Luis Cernuda, Octavio Paz, Pablo Neruda. Este último, en su libro Plenos poderes, incluye uno cuyo título es, precisamente, “Primavera”. Sin embargo, he preferido compartir el melancólico, sencillo y austero “Poema en diez versos”, que figura en su libro Crepusculario (Neruda, 1990: 76):

Poema en diez versos

Era mi corazón un ala viva y turbia
y pavorosa ala de anhelo.

Era la primavera sobre los campos verdes.
Azul era la altura y era esmeralda el suelo.

Ella —la que me amaba— se murió en primavera.
Recuerdo aún sus ojos de paloma en desvelo.

Ella —la que me amaba— cerró los ojos. Tarde.
Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.

Ella —la que me amaba— se murió en primavera.
Y se llevó la primavera al cielo.

 

Este pequeño texto lírico impacta por su sencillez, por la tristeza que desborda y por la ternura que envuelve cada uno de sus versos. Es hermoso y melancólico, y aunque se desenvuelve en una estación que provoca júbilo y celebración, aquí ocurre algo opuesto: la belleza de los campos, sus naturales encantos, lo que hacen es torturar la sensibilidad del sujeto lírico, pues le recuerdan el trágico día primaveral en que murió su amada.

II. Una primavera para el mundo, un canto esperanzador en momentos críticos

René del Risco Bermúdez.

La primavera está asociada a la renovación espiritual, pero también a la trasformación social. Todos aspiramos a una readecuación de la sociedad, a una redefinición de las instituciones que regulan la vida y el desenvolvimiento de los ciudadanos, a una primavera cuyos vientos sacudan y derriben todo lo arcaico y carcomido, y florezca en luz y esplendor. Que los viejos esquemas autoritarios enquistados en las entidades públicas sean sustituidos por nuevos modos de funcionamiento. Necesitamos más poder local y menos centralización, un mayor control sobre las personas que nos representan, otras formas de participación política; menos intromisión de los poderes fácticos en los asuntos públicos. Que las Iglesias estén en sus espacios exclusivos; el empresariado en los suyos, y el Estado en el que le corresponde. Moviendo sus resortes para facilitar el progreso de los ciudadanos, rindiendo cuentas claras y oportunas al pueblo, sin ceder a chantajes y presiones de ningún sector que lo lleve a desviarse de sus fines (que, dicho en pocas palabras, es garantizar la protección y el bienestar de los ciudadanos).

Tenemos que luchar contra esa especie de medievalismo que rige nuestro ordenamiento político, y que cual pesado fardo nos impide avanzar con la debida agilidad. Pero para eso necesitamos una población de conciencia despierta. Y el despertar de conciencia no se consigue por generación espontánea. Los libros que propician el conocimiento, la recreación y la reflexión; el cine de calidad (clásico o moderno); la música que encierra letras edificantes, que ni es procaz ni se conforma con ramplonerías… todos son medios que pueden contribuir a la formación de los sujetos sociales. No mencioné el sector educativo, aunque debió encabezar la lista. Pero es que nuestra educación académica siempre anda tan desencaminada, dirigida por ministros mediocres, más empeñados en su imagen y beneficios personales (y los de sus allegados) que en la eficacia de su gestión. Proyectos van y proyectos vienen y ninguno ataca el mal de raíz, de ahí que los males estructurales no se corrijan. Por eso reprobamos cada vez que nos presentamos a una competición internacional. La politiquería que ha prevalecido por décadas en ese ministerio ha impedido el despegue definitivo de nuestro sistema educativo. Y lo peor es que no se alcanzan a ver signos de cambio, pues lo que actualmente estamos viendo parece ser la continuidad de lo que por tantos años hemos visto. Cambian los disfraces, sí, pero sigue la misma comparsa.

De todos modos, no podemos ser derrotistas. Necesitamos levantarnos de la postración en que hemos vivido, y eso sólo se consigue cuando decidimos convertirnos en agentes de cambio, en sujetos de la historia, y cuando no nos dejamos vencer por la incertidumbre. Durante décadas hemos padecido gobiernos que han pretendido legitimar el dolo, los privilegios, el secuestro de la justicia, la debilitación institucional, la inoperancia de los poderes públicos (Congreso, Judicatura, órganos del Poder Ejecutivo). Por décadas hemos estado eligiendo políticos que han trabajado exclusivamente para sus fines particulares. Es hora de elegir representantes que trabajen para nosotros. Ahora las redes están ayudando al pueblo a utilizar su voz para hacerse sentir en los espacios públicos. Vientos de cambio se ven venir. Apostemos esa primavera que vendrá, como nos lo dice Fernando Casado en una canción que es, tal vez, el más hermoso himno de esperanza: “Una primavera para el mundo”. 

Una primavera para el mundo
(René del Risco Bermúdez / Rafael Solano
Intérprete Fernando Casado)

Ven, que contigo quiero comenzar un sueño que no acabará.
No, no temas al tiempo, que la luz del sol no se apagará.

Voy a enseñarte lo hermoso que es el amor,
cada piedra será una flor, cantaremos a un nuevo sol.

No, ya no hay sendas que puedan volver atrás, atrás,
la alegría de un mundo mejor vendrá, vendrá.

Dar sonriendo la mano y seguir, seguir, seguir.
Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor, amor.

Ven, levanta tus ojos a los cielos rojos del amanecer,
hoy en la tierra entera una primavera puede florecer.

Deja que el viento se encienda con tu rubor,
pinta el mundo con su color,
y cantaremos a un nuevo sol.

No, ya no hay sendas que puedan volver atrás, atrás,
la alegría de un mundo mejor vendrá, vendrá.
Dar sonriendo la mano y seguir, seguir, seguir.

Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor, amor.
Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor, amor.

Como vemos, se trata de una canción universalista, ya que no se enfoca de manera exclusiva en nuestro país, sino que su mirada y su mensaje se desplazan hacia toda la humanidad. El mismo título (“Una primavera para el mundo”) es bastante explícito a este respecto. Sería interesante que más dominicanos pudieran conocer esta preciosa gema musical, y compartirla con orgullo en sus espacios sociales y virtuales. Es una verdadera pena que no se conozca más allá de nuestras fronteras. Y, peor aun, que las nuevas generaciones la desconozcan absolutamente. Hay que aprender a valorar las cosas valiosas que tenemos, esas obras de inestimable valor que históricamente hemos ido creando, y que no envejecen porque, como ocurre con toda obra de arte auténtica, su mensaje no es coyuntural, sino atemporal. Una adecuada valoración por parte del público receptor es la justa recompensa a la que aspiran los cultores del arte, en este caso, el intérprete, los compositores y el arreglista-orquestador.

“Una primavera para el mundo” lleva un mensaje de aliento y optimismo a los hombres y mujeres de nuestro pueblo (y de todos los pueblos) en estos tiempos de crisis de todo tipo. La música ejerce un gran influjo sobre el espíritu, por lo que debemos escoger cuidadosamente la música que escuchamos. Esta canción satisface ese y cualquier otro criterio de selectividad dentro de su género.

Vivimos un tiempo de grandes y diversos desafíos. A veces me asalta la idea de que el mundo será salvado mediante la poesía (y la literatura en general), la música y otras formas de arte, la filosofía… No basta con esto, por supuesto, siempre habrá que movilizarse para empujar esas ideas hasta convertirlas en hermosas realizaciones… Ya lo anunció un poeta español del siglo pasado, Gabriel Celaya (1911-1991): “La poesía es un arma cargada de futuro”. Hay que fraguar la revolución de las ideas, y dejar que las armas reposen. El conocimiento puede intimidar más que la más eficaz de las armas cuando está en manos de gente decidida y militante. Ciencia, filosofía y arte deberían ser las armas en que apoyemos la transformación del país y del mundo.

Esto puede parecer un anacronismo, una propuesta de regreso a ciertas formas del arte comprometido, que en un pasado reciente llenaron décadas de militancia artística y que acabaron empobreciendo más que enriqueciendo el arte. Pero no me parece que por el hecho de que el arte presente un perfil humano, que propenda hacia ideales de redención y transformación sociales, pueda empobrecerse. Eso no sucederá, a menos que la dimensión pragmática acabe sepultando la dimensión estética. En el arte siempre hay que procurar que las ideologías y el pragmatismo no devoren el imprescindible componente estético, pues el principal compromiso del artista es con la calidad de su obra.

Enfocados casi exclusivamente en el amor parental, filial y de pareja, fácilmente olvidamos que el amor tiene muchas dimensiones. Que, más allá del vínculo afectivo familiar, se ama a la patria y sus hijos, a los ideales, a las utopías que alimentan nuestros sueños, a la libertad que despliega alas, construye puentes y derriba muros. Apostar al futuro, comprometiéndose con las iniciativas que procuran la transformación del presente, es una de las formas más maravillosas de amar. ¡“Gloria y fiesta es la vida cuando hay amor”!

¡“La alegría de un mundo mejor vendrá, vendrá…”!

 Bibliografía

Chevalier, Jean (1986). Diccionario de los Símbolos. Barcelona: Editorial Herder.

Chirlot, Juan E. (1992). Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Labor

Neruda, Pablo (1990). Crepusculario. Barcelona: Editorial Planeta.