La inglesita de cabellera dorada y ojos turquesa abrazaba sus rodillas a manera de refugio sentada en  la acera del Hotel Papagayo de Las Terrenas. Su hogar temporal hasta que retorne a Londres por Las Américas “un día de estos” “no tengo prisa” le decía a los nativos masticando un español suave medio inglés con aroma cibaeño.

Anne le llamaban en su barrio de lluvias y penumbras de Westminster. Aquí en Las Terrenas las saloneras, los camareros de la discoteca Nuevo Mundo y los motoconchistas de todas las paradas,  desde Punta Poppy hasta Cosón,  la llamaban en diversas versiones criollas, dependiendo de la sabrosura verbal del momento, del coro o  de las ganas de joder: Ani, jabaita, rubia, pecosa,  la gringa o la muchachita bonita  del Papagayo.

Pero no había coro a la redonda ni gente amigable ni cocos de agua que beber. Lloraba sin parar, eso sí.  Su novio, el moreno más fuerte y alto de Las Terrenas le reclamaba dinero con la fuerza de una tormenta en el horizonte a punto de destruir todo lo que encuentre a su paso. Camisa roja, drelas y bermudas temblaban al mismo tiempo que su rostro y su dedo índice apuntando  a la inglesita y reclamándole más dinero.

"Ani, búcame lo 100 euro que te dije,  no quiero peso sucio, euro ¿oíte? No me haga chou…"

La rubita lloraba y lloraba,  roja de desconsuelo. Lo que al principio fueron  orgasmos a toda hora, ternura paper maché, sonrisas, manoseo en todos los rincones del hotel   mami tu y yo damo uno muchachito bonito,era  ahora un infierno debajo de los cocoteros.

El rostro de la muchachita bonita del Papagayo lucía  maquilladode  lágrimas y sudores perfumados.

– No more money, no more moneyyyyyy, leaves me alone please, please, please, suplicaba la muchachita bonita del Papagayo.

Pero nada, Lolo ya no la apuntaba con su dedo acusador.  Ahora cruzaba  los brazos y se erigía delante de ella como militar a punto de dar la  orden de fusilar al prisionero .

– ¿No mor moni? No mor moni? ¿Y tú te gobielna? Te vua a da un chance, beibi.  Te veo a la noche en Nuevo Mundo. No te pielda. Te salgo a bucá, ok?

En la parada,  frente al Papagayo, los motoconchistas reían con la “romántica” escena de Lolo y Ani. Se cuela entre el aire yodado y la bullanguería de la  playade sábado al mediodía,  el lacrimoso  Joe Veras cantando La Pared desde las bocinas de un colmado cercano. Una pareja de turistas que arrastran un poodle observan a la chica. Ignoran lo que pasa, le da igual. Solo el poodle ladra cuando Lolo zapatea duro. Sigue ladrando

-¿Es una rata,  mister?-le dice el abusador a la pareja de turistas sin dejar  mirar de reojo a la chica que insulta y manipula. Acostumbrado como está  a su método de “búsqueda y captura” y luego next, que venga la otra.

Pasan los minutos y la escena se relaja. El mar en calma ofrece  reconciliación. A los protas de este relato ignoran el ofrecimiento.

De un zarpazo,  Lolo agarra la cabellera dorada de la inglesita de Westminster, con su mano derecha la levanta de un solo jalón que casi la pone a volar. La abofetea varias veces hasta que su rostro de  pálido pasa a un rojo brillante,  negruzco. La chica se espanta, grita,  y trata de zafarse del puño cerrado de Lolo con mayor fuerza que el propio amante. Lo logra, y corre como pueda hacia la playa.

Ahora que el abuso mostró pecho e impunidad, los motoconchistas  ríen con más ganas. Uno cae al suelo "malo de la risa" y  Jo Veras no se calla. Sigue insistiendo en que va a volar la pared para estar al lado de ella.

Lolo empuña varios  hilos dorados de la cabellera de la  rubita.Se queda con ellos y no da un paso. No se mueve. Los motoconchistas tampoco se ríen. La playa hizo silencio. Dejo de existir. Solo Joe Veras está decidido a volar la pared para estar al lado de ella.