Cada año, en la comunidad literaria dominicana, se generan expectativas con relación al Premio Nacional de Literatura, el más alto reconocimiento otorgado a los escritores en el país, bajo el mecenazgo de la Fundación Corripio. Asimismo, se alzan voces de cuestionamiento y desacuerdo con los procedimientos y veredicto de los jurados. Se encienden algunos fuegos tenues que terminan en comentarios sin valor perdidos tras el humo de un café caliente servido en algún lugar de la Zona Colonial. El pasado año el fuego hubo ardido por más tiempo en las redes sociales y nos motivó a compartir algunos viejos soliloquios, tiempo después alejado de la diatriba.
La tendencia a ir contra las instituciones, pedir que rueden cabezas, no parece mejorar el panorama de las letras nacionales. No sé si por herencia del pesimismo decimonónico, pero la única salida que vemos para una entidad que creemos funciona con algún déficit es destruirla. Tierra rasa parece ser el eslogan de los escritores del país. Una muestra de triste recordación fueron las declaraciones del asesor del poder ejecutivo en materia cultural, que abogaba voz en cuello por la desaparición del Ministerio de Cultura, cuando se suponía que entre sus funciones estaría la de proponer al gobierno mejoras al sector.
Si bien no es racional la destructividad dirigida a un patrimonio de todos, el Premio Nacional, institución de gran importancia para estimular el cultivo de las letras nacionales, es perfectible como toda acción humana. De hecho, en diciembre del 2016, y debido a que un funcionario de cierta universidad asistió al escrutinio representando al Rector y terminó votando contra la propuesta de su propia institución, se sometió al Poder Ejecutivo cambiar algunos artículos del decreto que creó el premio; entre estos se incluyó que los Rectores no delegarían su representación.
Otro aspecto importante de la modificación del decreto, fue la inclusión de un comité de selección que trabajaría durante el año para someter al jurado nombres previamente estudiados y evaluados por dicho comité. Sería saludable saber quiénes son esos miembros con tan delicada tarea, pues, aunque el jurado es la entidad con poder deliberativo, esos expertos cargan sobre sus hombros la responsabilidad de escrutar en las obras obviando factores extraliterarios. Asumiendo que el ganador de un premio de esta envergadura es un escritor con una obra que indica su dedicación a las letras y su formación literaria, es deseable que pase a formar parte del jurado en la siguiente convocatoria.
Sería importante abrir un foro para que podamos discutir, no sobre los galardonados sino sobre el galardón y los aspectos que pudieran ser corregidos, en una práxis constructiva y no en el resquemor y el negativismo. Todo juicio crítico al Premio que se inauguró con una de las cumbres de la Literatura en lengua española: Juan Bosch, debe ir orientado a su preservación, mejora y difusión allende los mares. Es un ejercicio fútil “analizar” cada año en quién recayó el galardón, discutir monsergas sobre la calidad o no del “elegido”. Las propuestas críticas deben ir dirigidas al premio y su estructura con miras a optimizarlo y llevarlo a los niveles que corresponde junto a otros de su estirpe que se otorgan allende el mar.
El escritor vive por y para su obra. Si bien el reconocimiento a la labor de años es valioso, no podemos permitir que perima la obra después de la ceremonia de entrega. El Ministerio de Cultura debe Itinerar al Ganador, elaborar una ruta lectoral que dure todo el año y que la sociedad dominicana pueda entrar en contacto con sus hombres de letras. En un país donde estamos elaborando estrategias para mejorar la educación, aproximar el escritor a sus lectores potenciales es una tarea perentoria.
La humareda del campo de batalla literario no cesa: Los cuerpos chamuscados de los que nos arriesgamos a escribir donde merman lectores, están por doquier. Estamos rodeados de minas activadas por los que se supone deberían ser aliados. Hablar de premios literarios es aumentar los ya consabidos riesgos que lleva una postura que no resulta complaciente para ningún bando. Aun así, propongo algunas mejoras al Premio Nacional de Literatura, so pena de quedarme solo en el intento:
- Los rectores deben presentar propuestas de sus respectivos departamentos o escuelas de letras, ya que su investidura no los convierte en expertos en literatura.
- El equipo de cada universidad designado por sus autoridades deberá trabajar durante el año para presentar una terna al escrutinio final.
- El Premio debe ser estrictamente literario, por lo que no se considerará la dedicación a la ciencia, al periodismo, la música, la pintura, la danza, la actuación, los sueños, el activismo social o cultural. Para ello habrá otros reconocimientos.
- El premio no será otorgado por factores extraliterarios, tales como la edad, el sexo, la salud, la militancia, la etnia etc.
- El premio debe respetar sus propios articulados y alertar del auto-boicot.
He tratado de mantener mis palabras alejadas de cuestiones personales. Respeto y felicito a todos los que hasta ahora han recibido el premio, y creo firmemente que salvo casos de fuerza política (como el dislate de colocar a Balaguer en igualdad literaria con Bosch) todos, organizadores, jurado, escritores y comunidad lectora coincidimos en que no debemos aserrar la rama donde estamos posados.