Cuando terminé de leer cerré los ojos y tuve la sensación de que salía desnuda del infierno, sin un solo chamusco en la piel, más bien con el placer de la brisa fresca de Güibia, y con una moneda sobre la lengua para pagar el peaje a Dante.
Espejos de agua de José Alcántara Almánzar, la colección de cuentos escogidos y publicada por la Feria del Libro de Santo Domingo en el año 2016, desde su título remite a un referente apasionante, que lleva por la dicha escurridiza de lo que se disfruta por lo bien contado; sin arrogancia, pero con maestría.
En un espejo de agua las estalactitas se confunden con las estalagmitas. Entonces, como es arriba es abajo, en medio quedamos el vacío y nosotros. Salimos a buscar el camino en un viaje invertido, tratamos de atravesar los pasajes que rediman de la realidad, en una ficción tan verosímil que nos miramos el alma en el espejo, como sus personajes, con los que disfrutamos la risa, los olores y sabores, los colores y la fiesta, aunque sin que desaparezcan sus marcas de lo traumático. Con el cuerpo cubierto de laceraciones, de esas que la vida nos estampa a todos, y que no curamos para dejarlas ahí, a la vista de todos, como queriendo opacar percances más procaces.
Alcántara pasa un lápiz de carbón sobre el gris plateado y lo torna violeta oscuro hasta el crepúsculo al revés.
De esa colección, en el Taller Literario Narradores de Santo Domingo, disfrutamos el cuento Enigma, que puedo llamar, también, Enigmar y que pertenece la publicación de 1975, que Alcántara título Callejón sin salida. En el enigma se siente un claro pacto que hace el autor con sus lectores, de tan libre estilo que permite al lector montarse sobre el cuento y escribir docenas de cuentos más, son sus propias pistas, con el mar callado que no responde ni una sola pregunta, de las miles que le hacemos siempre, desde que existe la humanidad.
Al leer vamos preguntando al narrador porqué esto o aquello y tampoco responde nada. Es un juego mental de las razones que nunca nos da la montaña y que nos niega la estrella. Ellas están ahí, igual que el mar, y nosotros preguntamos y respondemos lo que bien nos parece y a ellos les da igual, es su enigma.
A mucha distancia de la crítica literaria, se puede decir que el dominio del complejo y difícil género del cuento, José Alcántara Almánzar como cientista social tiene todas las herramientas para estructurar historias con sentido general, aunque destape la hoya del concierto que negarían su cientificidad por entrar allí, o negarían su verosimilitud por venir de allá.
Solo cuando el cientista social cruza el Flegetonte del humanismo, pagando el peaje en el primer giro del séptimo círculo, se atreve a obviar el estigma después de salir ileso de los ataques de las harpías. Y, así, desambiguado, encuentra una a José Alcántara en programas académicos de análisis de textos narrativos caribeños en la Universidad de Puerto Rico, en la maestría de creación literaria de la Universidad del Sagrado Corazón, en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, de universidades españolas y estadounidenses y de todas las universidades dominicanas con estudios de Filosofía y Letras.
Más cuando uno le lee en una selección de cuentos llamada Las Máscaras de la seducción entra el lector en la fiesta de carnestolendas globales de una identidad que nos marca de inocencia, ingenuidad, deseo carnal, perversidad y leyenda urbana de un Santo Domingo carnavalesco, que se confunde con San Juan o con La Habana en un mundo de fantasías y esplendor caribeño.
Pero en Enigma, desarrollado con un narrador con voz femenina, exquisitamente lograda; donde, sí se leyera desconociendo el autor, no se concebiría que lo escribiera un hombre. Esa narradora, a veces en primera persona, otras veces en segunda, con flujo de conciencia, articula un monologo interno. Esa mujer narrador y personaje secundario pierde la capacidad de tener una percepción acabada de su propia vida atormentada y rutinaria, ocupada de atenciones al personaje principal. Como parece ser que ocurre a la mayoría de las mujeres en la temporalidad posible del cuento, quizás el elemento practico implícito.
Un personaje principal masculino, agobiado por el enigma que solo le permite externar breves frases, todas acompañadas de negación, muchos no frente a un solo sí, y el único que dijo, y que lo dejó acezante, lleno de ansias. A ese ser que parecía tener tiempo para todo, hasta para morirse. Noes profundos, tantas veces repetidos para esconder lo que el lector ya ha hilvanado.
El autor utiliza hábilmente su narradora para sacarnos de una pesadilla y meternos en otra, casi siempre de manera tan suave que parece un plácido sueño y el narrador va cambiando a omnisciente, y el personaje secundario se cuenta a sí mismo soñando, hablando, caminando y teniendo su propia pesadilla. con ella nos otorga su perspectiva y organización en juego con el tiempo cronológico y la retrospectiva.
El autor es un Demiurgo al que no hay que disputarle nada, pues de cualquier manera saldremos perdiendo como lectores, por lo que hay que seguirle al rastro al enigma de un personaje principal que logra emitir un par de palabras, que no sabemos qué piensa ni qué siente, si no es a través de lo que suponen los demás personajes, y lo que supone, además, el lector pendenciero.
Un lector que gana el premio mayor colita a colita. Llega a ver las olas rompiendo en el farallón, huele la peste ocre que hace que el mar deje de ser el azul de Rubén Darío, y, sea el gris sobre gris de Vallejo, en un cosmopolitismo estético que garantiza que Alcántara Almánzar sació su sed en la Vanguardia Latinoamericana, repasó la vanguardia social, se trasnochó del Boom.
Como Neruda, que el gris sea calmo, sereno, silencioso, enigmático. Alcántara pasa un lápiz de carbón sobre el gris plateado y lo torna violeta oscuro hasta el crepúsculo al revés. Una pintura deliciosa de un autor rico en detalles, que nos pinta naranjas rutilantes, azul indefinible, amarillo iridiscente, alcatraces grises, mar como plato negro.
Como lectores lo sabemos, volvió a ser azul el mar por la fuerza de su propia rutina, porque empezó a oler a fresco, se escucha su suave bramar de olas y se siente la sal que cuartea los labios.
Cierra el enigma de vivir, dormir, morir y antes de ello tomar decisiones como lectores, las que se nos antojen, en plena libertad para entender la locura, si es que la queremos entender, desde nuestras locuras propias. Queda claro lo real maravilloso, a pesar de la nostalgia por el vanguardismo, José Alcántara deconstruye y reconstruye signos, a lo Huidobro, el padremar, el enigmar, o quizás evoca algo del criollismo dominicano poco perceptible por el uso de un lenguaje y semiótica de carácter universal aunque la historia podría ocurrir en cualquier malecón del planeta. Salvo cuando el sol salió y entró a puñetazos por la ventana, lo que solo puede ocurrir en el Caribe, nuestro enigmar.