“El género se convierte en una entidad constituida indirectamente en el tiempo e instituida directamente en un espacio exterior a través de la repetición estilizada de los actos. Dichos actos son la forma mundana en la que los gestos del cuerpo, los movimientos y estilos de diversa clase conforman la ilusión de un yo permanentemente generizado…”/Judith Butler.
Es el título de una de las canciones de dembow más populares, si atendemos al no. de vistas en youtube (más de un millón). Quien la interpreta es una mujer. Su letra, sumamente pobre pero directa en exceso, apunta a descomponer al más circunspecto de los pruritos.
Un género (el de la música urbana) que ha sido tradicionalmente masculinizado, promoviendo una representación de la mujer y su cuerpo en el imaginario colectivo por tanto masculinizada, hipersexualizada, es hoy también un espacio que las mujeres han conquistado para auto-representarse. Esta auto-representación, sin embargo, no se da como una respuesta crítica (salvo contadas excepciones) al arquetipo de la mujer-objeto, muchas veces ávida de violencia sexual masculina y siempre incapaz de oponerle resistencia, en el que cualquier otra demostración más sublime de la personalidad está vedada.
El performance musical es un proceso de producción de significado que se concretiza con quienes lo observan o escuchan. Se trata de un fenómeno social irreductible donde la música induce a las/los intérpretes y sus audiencias a ‘hacer cosas’. En tal sentido, no refleja simplemente una realidad preexistente sino que crea nociones de sentido a través de letras, sonidos y acciones. Ayuda a transformar la noción de género (Spencer, 2011[2]).
Las intérpretes de la escena musical urbana podrían ser asumidas como sujetos activos del espacio urbano (pensado por y para los hombres) que ya no se limitan a ser consumidas o consumidoras, sino que por el contrario componen, interpretan, producen, crean; ahora bien, este empoderamiento poco ha servido para desvanecer el dominio cultural masculino por medio de una contrapropuesta reivindicativa del papel político de las mujeres en torno a las políticas de control de sus cuerpos. Es imposible con el referente estético utilizado para auto-representarse transgredir el arquetipo. Cierto que son ellas las tígueras que desean, piden y provocan sin tapujos, aunque lo hacen desde el mismo lugar de enunciación que sus colegas varones: a partir de las ideas de sumisión, posesión y control (hacia ellas). Hay poco de liberador en esos actos.
Por supuesto que se trata de una industria en la que debe imponerse la normatividad masculina cuando son los hombres en su mayoría los dueños de las casas productoras, de las casas disqueras, de las agencias publicitarias, los mayores consumidores. Pero que no se pase por alto que es una lógica muy perversa la que hay detrás de estas propuestas ético-estéticas, y que aunque ellas ganen suficiente dinero no dejan de ser víctimas de una explotación implacable que recae no solo sobre nuestros cuerpos, sino también sobre nuestra percepción y posibilidades de trascender.
Que hagamos conciencia de ello es lo que haría falta, a pesar de la industria.