Sé todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.
(León Felipe)
Estos versos de León Felipe, poeta español, quizás muestren las intenciones de La Biblia para lampiños, epicuentos y paracuentos, libro de Héctor Martínez Fernández.
Son ciento cinco narraciones, transitadas por personajes bíblicos, pontífices, monarcas, predicadores, feligreses, gente común, animales y otras entidades de ficción. Los capítulos y versículos de donde provienen las historias se suscriben como constancia o registro auténtico.
Ante el lector aparece un Jehová arrepentido de haber creado al hombre, haciendo una apuesta con el Diablo para azararle la vida a un Job que protesta; un Jehová que apoya las estafas y mentiras de Jacob; un dios cruel que respalda matanzas y masacres y que favorece a un y único pueblo elegido, que propicia la violencia, la supremacía del hombre sobre la mujer, un dios machista; divinamente sádico: pendiente de Abraham a quien ordena, para probar su fidelidad, que asesine al niño Isaac su hijo… En fin, un ser imperfecto y colmado de contradicciones y absurdos, todo amparado por las propias escrituras sagradas que el narrador cita fielmente.
Releemos desde puntos de vista reveladores a Sansón y su ímpetu de matarife y sicario de Dios; Adán y sus mujeres; Eva, tratada como villana; el profeta Balaam y su esposa la burra, a la que Yahvé hizo hablar y quejarse de los palos que le propinaba su marido. Lot ofreciendo a los sodomitas a sus dos hijas, para que las violen, y así salvar del asedio sexual a dos ángeles que lo visitan y a los cuales, falos en mano, quieren sodomizar los sodomitas; el mismo Lot, único hombre justo de la ciudad, es también el buen padre que embaraza a sus dos hijas… Nos tropezamos con un Jesucristo impopular, el pueblo lo quiere crucificado y, años después, es representado con cabeza de asno en la cruz.
La Biblia para lampiños es literatura de ficción y no un ensayo histórico; sin embargo, el autor, documentando y fundamentando sus cuentos, refuerza los argumentos del narrador sobre inconsistencias, fábulas infantiles e incongruencias del libro sagrado, cuyas invenciones desmitifica con humor reflexivo y a veces cruel.
Son de un despiadado y punzante humor cruel los finales de varios relatos, como Cadena de oración o Los cocodrilos no creen en Dios. Es recurrente el efecto desmitificador de creencias arraigadas en la gente. Son estos, sin duda, los cuentos para mecer la cuna del hombre; de ese mismo hombre cuyo miedo ha inventado todos los cuentos, según escribiera León Felipe.
El libro La Biblia para lampiños, está dedicado a Jimmy Sierra; quien, como Armando Almánzar, frecuentaban los temas bíblicos en sus conversaciones. Según recuerdo, ambos resaltaban episodios bíblicos dignos de la mejor literatura fantástica, que, envueltos en una herencia cultural que expone, como historia sagrada, castigos sangrientos, desaparición de ciudades bajo el fuego divino, masacres espantosas, el diluvio… Eran temas que ocupaban el pensamiento crítico de Jimmy Sierra y que muchas veces pudimos disfrutar, porque los explicaba con ironía y buen humor.
El narrador de La Biblia para lampiños, se propone llevar la palabra de Dios a su vecino borracho, quien debe estar sobrio para oír y asimilar los mensajes de la Biblia. Pero, el narrador ha adquirido, con el paso de los años, un espíritu muy crítico, racional y objetivo; por eso, lo que el borracho (Bubaco), escucha, un devoto lo consideraría irreverencias, sacrilegios y blasfemias… Aquí hay verdades a la luz de la lógica y la razón, contadas con el humor y la cuchilla mordaz de quien sabe que la porta justamente, porque ha descubierto fantasías delirantes, falacias, visiones fantásticas, inconsistencias y absurdos, que no pudrían enderezar ni Agustín de Hipona ni Tomás de Aquino.
Dijimos que los relatos recurren a documentaciones, citas y referencias históricas, que refuerzan las inconsistencias de muchas fábulas bíblicas. En el microrrelato Muerte y resurrección de Jesús, por ejemplo, el narrador le hace un recuento a Bubaco de otros mitos de resurrección en diversas culturas y religiones, incluyendo la del Dios Olivorio Mateo. Estos datos se integran naturalmente al relato, sin desviarse del objeto de la prédica o del diálogo sobrentendido del narrador hacia Bubaco.
Bubaco actúa como oyente, captador de las historias. Una función de Bubaco, en la comunicación, puede ser, perfectamente, suplantar al lector, quien tendrá sus propias interpretaciones, independientes de las de Bubaco.
El narrador espera reacciones, interpela, pregunta, e incita a Bubaco a pensar y a opinar. A veces puede presentarse en la narración alguna pregunta implícita o chocante de Bubaco, algo digno de un borracho de su categoría, al averiguar si en las tres tentaciones el Diablo trató de agredir sexualmente a Jesús, cosa que el narrador pone en duda, aunque, afirma: «pero…, comprenderás, del Pájaro Malo no debe descartarse nada».
Como puede notarse, por algunos pasajes mencionados, los relatos de La Biblia para lampiños, es una ocurrente colección de narraciones que desmitifica, desvela e ironiza sobre historias que varias tradiciones y religiones veneran y asimilan como verdades absolutas. Allí, en tal cuerpo de creencias: las falacias son misterios, lo increíble se acepta por vía de la fe, los absurdos se admiten como credo; las matanzas, genocidios y venganzas son designios divinos, incomprensibles para simples mortales.
Recomiendo la lectura de este libro; una diversión que puede hacer reír y reflexionar aún a los creyentes y adoradores de mitos y leyendas; porque esta escritura seglar, impía, lúdica y para lampiños se cubre de ironía, sarcasmo y humor. Libro asentado sobre la base de la razón, datos históricos y la propia Biblia que contiene innumerables sinrazones digeribles, eso sí, como exquisita literatura, o aquello que León Felipe nombró cuentos para mecer la cuna del hombre. O, como lo otro que le expresó Víctor Hugo a don Bosco, que lo sobrenatural y la vida futura eran creencias para amedrentar a la gente sencilla e iletrada; agregando que la religión fue una etapa infantil en su vida, y que procuraba vivir feliz, en la razón y en la filosofía… Aunque, otro día, le manifestó a don Bosco: «Creo en la inmortalidad del alma, creo en Dios y espero morir en brazos de un sacerdote católico que recomiende mi alma al Creador»
D' Espiney, Carlos. «Don Bosco». Sarriá-Barcelona. Tipografía y Librería Salesianas. 1894. Página 232.