Estamos adiestrados, en el mundo ordinario, a pensar en un engranaje como una pieza concerniente a un objeto mecánico, pero no a imaginar un engranaje biológico como el de las cigarras escarabajos. En general, solemos hablar solamente sobre los componentes de las máquinas diseñadas por el ser humano, y no a reflexionar, igualmente, acerca de sistemas similares, si bien relativos al mundo de los objetos orgánicos.
Aunque comúnmente hablamos de los amortiguadores de los automóviles, poco nos referimos a que los músculos y tendones de las patas de los caballos funcionan también como amortiguadores. Así como hablamos de la capacidad de almacenamiento de los chips de memoria, exiguamente nos referimos a la capacidad de almacenamiento del ADN. ¿Y qué del dispositivo emisor de luz de las lámparas eléctricas y el órgano biolumínico de los calamares hawaianos?
En su Crítica de la Razón Pura, Emmanuel Kant (1787) argumenta, respecto a todo conocimiento, que la facultad de los sentidos nos proporciona los objetos, nos son dados, mientras que por la facultad del entendimiento los objetos son pensados. Además, para el filósofo alemán, las estructuras de espacio, tiempo y causalidad, entre otras, atribuidas por la cognición científica a la naturaleza, son, en realidad, suministradas por el entendimiento, la mente humana. En otras palabras: las estructuras de los objetos no deben ser tomadas como intrínsecas de los objetos, cosas-en-sí-mismas, sino al ejercicio de la razón pura. En su opinión, los insumos del conocimiento los proporciona el entendimiento humano, y no los ingredientes de la materialidad.
¿Cómo podríamos plantearnos las categorías conceptuales correspondientes a los objetos más arriba citados?: el engranaje de las maquinarias y el de las cigarras escarabajos, los amortiguadores de los automóviles y los de los caballos, la capacidad de almacenamiento de los chips de memoria y del ADN, el dispositivo emisor de luz de las lámparas eléctricas y de los calamares hawaianos.
El problema fundamental consiste en que las estructuras físicas de los objetos en el mundo real aguardan propiedades comunes o compartidas, las cuales constituyen metáforas materiales en virtud del trasvase recíproco de las mismas, entre sí, de objeto a objeto. Comparables a un sonar submarino, los murciélagos, delfines y ballenas poseen estructuras ecolocalizadoras que les dan la información necesaria para ubicarse, comunicarse, orientarse y detectar objetos.
Las metáforas materiales, intrínsecas a los objetos, cosas-en-si-mismas, y no de la razón pura, constituyen el andamiaje, base o garantía, para que las facultades de los sentidos y el entendimiento, mediante las metáforas de la lengua —componente de la Estructura Metafórica del Sistema Conceptual (EMSC) —, ejerzan una que otra interpretación del mundo que nos rodea: objetivo o subjetivo. En otras palabras: Los objetos de la naturaleza: metáforas materiales, suministran los insumos del conocimiento: metáforas de la lengua. Esencialmente, ambas, aunque disímiles, determinan el fenómeno de la categorización humana.
La historia humana, en todos los aspectos del conocimiento, es también la historia de la lengua.
Tangible
Soy una metáfora de Dios
Tan mundana como una luna de Júpiter
Un quasar exótico
O el dulce olor de una rosa.