La dictadura de Trujillo, iniciada formalmente el 16 de agosto de 1930, desarticuló en pocos años la mayoría de las asociaciones culturales que habían surgido durante la ocupación norteamericana, agrupando a jóvenes liberales que promovían la literatura, se oponían a la permanencia de políticas caudillistas y exigían cambios sociales y estructurales que situaran el país entre las naciones democráticas. Muchos de esos intelectuales cometieron el error de apoyar a Trujillo en su afán por tomar el control del país, y tuvieron que presenciar cómo la dictadura impuso límites asfixiantes a las actividades que eran propias de sus intereses juveniles.
Rafael L. Trujillo se impuso a través del crimen, la persecución y el miedo, aniquilando a sus opositores e integrando a su régimen a una parte importante de la intelectualidad, mientras que otros preferían autoexiliarse, o simplemente abstenerse de participar en actividades públicas que pudieran ser tenidas como sospechosas; aun así, reconocidos hombres de letras fueron llevados a las cárceles o fueron tenidos como opositores: Oscar Delanoy, Juan Isidro Jimenes Grullón, Juan Bosch, Luis F. Mejía, Vila Piola, Julio Cuello, Juan Tomás Mejía, Arturo Pellerano Alfau, fueron ejemplos de la forma en que Trujillo controlaba las ideas y la más mínima disidencia.
Los primeros años de gobierno de Trujillo y hasta 1935 fueron años de resistencia, pero a partir de la primera reelección en 1934, la vida intelectual se hizo discreta, y hasta en cierta forma se mostró pasiva en la crítica al régimen. La mayoría de las agrupaciones culturales desparecieron o intentaron adaptarse a la nueva situación: Plus Ultra, el Paladión, la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios (ANEU), la Sociedad Amantes de la Luz, pusieron fin a sus acciones culturales, o simplemente fueron controladas por los intelectuales trujillistas para ponerlas al servicio de la dictadura como aconteció con la Acción Cultural, cuando Viriato Fiallo, Gilberto Sánchez Lutrino, Carlos Larrazabal Blanco y L. A. Machado González tuvieron que renunciar después de una intensa lucha para evitar que Joaquín Balaguer, Tomás Hernández Franco y otros acólitos al régimen tomaran el control de la más importante agrupación cultural del país, del período 1931-1935. Además, los intelectuales que se habían integrado a la política cultural de la dictadura crearon nuevas agrupaciones como fue el caso del Ateneo Dominicano, cuyo acto de inauguración contó con la presencia de Rafael L. Trujillo; (1) pero también, los interesados en la vida cultural organizada comenzaron a alejarse de las sociedades y agrupaciones, evitando implicarse en problemas que afectaran su cotidianidad, como aconteció con Acción Cultural, que a decir de Blanco Fombona: “el público se muestra remiso y no acude a sus salones”. (2)
La existencia de agrupaciones culturales, que había sido una modalidad que llamó la atención a la prensa durante el gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930), comenzó a llegar a su fin en 1934, cuando Blanco Fombona informó lo que estaba aconteciendo, al decir: “Hace dos o tres años que se notaba en el país una gran actividad cultural. Frecuentemente en centros sociales como el “Club Nosotras”, “Acción Cultural”, “El Ateneo”, se dictaba conferencias, muchas veces interesantes, a las cuales concurría un numeroso público ávido de conocimientos. Llegamos a alentar grandes esperanzas ante tal panorama. Pero no sabemos lo que nos ha sucedido. (3)
La dictadura de Trujillo se impuso, creó nuevas instituciones para promover su política y la cultura se convirtió en instrumento para la perpetuación de su mandato, lo que no pudo evitar, sin embargo, que aparecieran algunas asociaciones en las que de manera muy cuidadosa y solo cuando se estaba seguro de la concurrencia, se hacían tímidas referencias a lo que se estaba viviendo en el país, aun a riesgo de que dentro de los contertulios aparecieran quienes se atrevieran a delatar a sus compañeros, tal y como sucedía en la Sociedad Amantes de la Luz y en la Asociación de Instrucción y Socorro para Obreros y Campesinos (OISOC), de Santiago.
Fue en el marco del proceso de consolidación de la dictadura de Trujillo, que se vivió desde 1930 a 1935, que se organizó la agrupación La Cueva, aglutinando a un sector de la intelectualidad de la capital dominicana.
Tertulias y Dictaduras
De acuerdo a Víctor Villegas, en Semblanza de Pedro René Contin Aybar y citando a Víctor Garrido hijo, en tiempo de Trujillo las tertulias comenzaron en 1934, siendo de las más importantes las que se celebraban en la calle El Conde en la Cafetería de Paliza: “Los primeros contertulios tenían un núcleo fijo, al que se acercaban otros integrantes que solamente compartían un rato y luego se marchaban, según sus ocupaciones. La que se celebraba al medio día más bien trataba asuntos políticos, mientras que las de 4 a 5 de la tarde y 8 a 10 de la noche, giraban sobre temas de literatura y pintura”. Aunque Villegas no hace mención a La Cueva, anota los nombres de los contertulios, entre ellos muchos de los que se reunían en el hogar de Enrique Henríquez, en que tenía su morada La Cueva.
Pero la formación de esas tertulias, como bien lo apunta Víctor Villegas, fueron muy influenciadas por la dictadura. Creadas como un mecanismo surgido de la necesidad de reencontrarse, sustrayéndose al ambiente político y convertir aquellos espacios en “una isla de desahogo y de libertad”. (4) En cierto modo, estos encuentros fueron sustituyendo las agrupaciones literarias y culturales que se habían extinguido ante la presión del régimen.
Agrupación Literaria La Cueva
La agrupación literaria “La Cueva” surgió en 1933, reuniendo a un reducido nucleo de poetas y escritores “ecléticos” que se congregaban en la habitación de Rafael Américo Henríquez (Puchungo), situada en la residencia de su padre el poeta Enrique Henríquez, en la calle 19 de Marzo número 41, de la zona colonial. (5) Uno de los principales grupos y tertulias aparecidos en los años treinta y en el que se reunían jóvenes poetas, cuentistas, novelistas y ensayistas: ”A esas reuniones de “los muchachos”—dice Max Henríquez Ureña—concurrían en ocasiones algunos viejos, como Enrique Henríquez, (y) Fabio Fialllo”. (6)
Todos los textos consultados, especialmente de Juan Bosch, Héctor Incháustegui Cabral y Max Henríquez Ureña coinciden en explicar que fue el poeta Fabio Fiallo quien bautizó el grupo con el nombre de “La Cueva”, como veremos más adelante. (7) Incháustegui, quien era uno de los contertulios, describe la habitación que servía de refugio al grupo de escritores:
“El dormitorio de Rafael Américo Henríquez, de Puchungo como lo hemos llamado siempre, daba a la calle. Yo no podría determinar cuándo comenzaron la reuniones y mucho menos el momento preciso en que adquirieron carácter. En el fondo la cama, a un lado el armario, no lo recuerdo bien. En el centro nos acomodábamos en mecedoras los que llegábamos primeros, en sillas y el poyo de la ventana los últimos. De cuando en cuando nos traían café cargado de aromas”. (8)
Otro de los asiduos visitantes de La Cueva lo era Manuel del Cabral, especialmente cuando estaba en la ciudad de Santo Domingo. Manuel Cabral, como se llamaba entonces, anota que aquel agrupamiento no era numeroso, “pero sí calificado. (…). “La Cueva” era un cuartito perteneciente a la casa señorial de don Enrique Henríquez; allí con todos los Henríquez, desde Puchungo hasta su honroso padre, quien misteriosamente, a ratos presidia” y se juntaban para hablar principalmente de poesía, que era su tema central, aunque otras veces hacían anécdotas o se referían a otros temas. También hacían chites y jugaban bromas y travesuras a los demás. (9) Pero el primero que se atrevió a escribir sobre el origen de La Cueva, lo fue Juan Bosch y lo hizo cuando todavía el grupo existía, a raíz de publicarse el primer número de la revista del grupo. Bosch escribió: “Apuntes para la historia de “La Cueva”, publicado en diciembre de 1935, y en él dice que aunque el grupo se reunía desde antes, 1933, fue en 1934 cuando se le puso aquel nombre:
“Yo veía las cosas feas y hacia cuantos esfuerzos podía para armonizar: reunía a los muchachos en casa, hacíamos ratos amables con pastelitos y café, asustábamos a Máximo Coiscou con juegos truculentos. Pero andábamos a tientas. El grupo no tenía nombre, y eso, aunque no lo parezca, nos restaba unidad y fuerza. Un día Fabio, que temía a Rafael Américo por su terrible y silenciosa labor de zapa, le llamó “Culebrón”.—“Esto es una cueva, porque aquí duerme un culebrón”—aseguró el poeta de “Ruiseñor”. ¡Diablos! ¡Y que nombre tan a propósito! A la semana escasa, ya andaba de boca en boca lo de “La Cueva”, y para celebrar la ocurrencia tuvimos más frecuentes reuniones y como coincidiera que en esos días llegara de España Llovet, aprovechamos para oírle recitar a Lorca, Machado y Juan Ramón y darnos la medida del ambiente en la lozana República Española. (10)
La agrupación La Cueva, como lo explica Incháustegui y Cabral, no era homogénea en sus planteamientos, como había sucedido con los grupos de los años veinte y principio de los treinta: El Paladión, Movimiento Postumista, Plus Ultra y Acción Cultural, lo que lleva a Juan Bosch a confirmar que ellos, en La Cueva, no estaban “unidos por estatutos ni por principios”, y eran todos “entrañablemente distintos”: “estamos juntos porque todos tenemos un alto y respetuoso concepto del arte y de su función social, y que, aunque aparecemos agrupados, en la vida que llamaríamos extra-Cueva sigue cada uno su camino, sin pedir ayudas ni consejos”. (11)
Debemos destacar el papel preponderante y liderazgo de Rafael Américo Henríquez, para la permanencia y consolidación del grupo. Todavía en agosto de 1933 este poeta era un desconocido, por lo que Horacio Blanco Fombona, quien dirigía Bahoruco (la revista cultural más importante durante los primeros cinco años de dictadura), buscó la forma de llamar la atención, haciendo una especie de presentación de Américo Henríquez, escribiendo: “Es Puchungo. Numerosas personas nos han preguntado que quién es Rafael Américo Henríquez, que ha publicado algunas páginas literarias (verso y prosa) en este semanario. Una vez por todas quedan complacidos los curiosos lectores: es Puchungo, hijo de don Enrique Henríquez, autor de los Nocturnos. No sale a la calle antes de las once de la noche. Formó parte del grupo postumista y hoy publica en Bahoruco sus producciones, las cuales tienen gran aceptación entre nuestros lectores. Escribe poco y hasta sus más íntimos amigos están de acuerdo en decir que es una excelente persona”. (12) Él fue el centro de aquel grupo heterogéneo que no llegó a formar movimiento literario, sino que permitió su espacio para promover “el estimulo dentro de sus obras y de intercambio de ideas”. (13) En su habitación se daban cita, “después de ir a La Cafetera, jóvenes poetas y escritores de tendencias disimiles, anarquistas y socializantes, junto a estetas y nacionalistas de viejo cuño”. (14) Asistían el cuentista Juan Bosch, el poeta Héctor Incháustegui, Sócrates Nolasco “firmemente ecuánime”, Pedro María Cruz, Máximo Coiscou, Rafael Américo Henríquez, el anfitrión de La Cueva quien “leía sus poemas hermosos”, Franklyn Mieses Burgos “siempre elegante”, Guzmán Carretero “los ojos muy abiertos y brillantes, siempre como febril y exaltado”; Mario Sánchez, Rafael Damirón Díaz, Rafael Herrera, Pedro René Contín, Domingo Moreno Jimenes, Ricardo Pérez Alfonseca, Manuel Llanes, Juan José Llovet, Luis Heriberto Valdez, Andrejulio Aybar “con su romántica gran corbata negra de lazo”, y Fabio Fiallo “que caía alguna vez en La Cueva”. (15)
Era realmente un grupo heterogéneo, con diferencias de edad, conocimientos, formación, caracteres, ideas sobre movimientos literarios, que no llegó a “constituir baluarte y punta de lanza de una escuela, el asiento de una capilla literaria”. (16) Se puede decir que eran en su mayoría jóvenes escritores unidos por la amistad, que se gastaban bromas como las de invitar un intelectual inexistente, Miguel Vicente Medina, y hacían que la producción literaria de este apareciera publicada en medios tan importantes como el Listín Diario, a partir de octubre de 1935. (17)
Las bromas que se jugaban, las críticas a los escritos de los contertulios a veces llegaba a situaciones de enfrentamiento y de situaciones que enfriaban las relaciones entre miembros del grupo, como sucedió entre Héctor Incháustegui y Juan Bosch, cuando el segundo publicó La Mañosa, que al decir de Incháustegui molestó mucho al grupo porque Bosch rechazó que se le hiciera un homenaje. (18) Héctor le llevaba la contraria al autor de Camino Real y se oponía a la promoción del romancero que hacia Juan Bosch quien favorecía que se cantara en romance nuestra historia y las guerras civiles. Sin embargo, ellos eran amigos y fue el cuentista quien introdujo a Inchástegui en La Cueva. (19)
Juan Bosch y su “escuela literaria”
Juan Bosch, como la mayoría de los poetas de su generación, fue seguidor de la poesía postumista; pero en el cuento y la novela quiso crear su propia escuela, a la que bautizó “El Conchoprimismo Literario”, no sin que aparecieran en el mundo literario dominicano, los que se burlaron de él y hasta trataron de ridiculizarlo. La escuela “conchoprimista” que intentó promover en 1934, utilizando el espacio de La Cueva, partía del criterio de que en la República Dominicana la literatura y el arte tenían que “hacerse sobre tradiciones criollas”, tomando como materia prima lo que había significado en nuestra historia el personaje simbólico de Concho Primo, caracterizado por el coraje, el instinto, la generosidad y el fuego que incendiaba su sangre y la carne: aquel Concho Primo que dejó el quicio de su casa, al brazo el machete, a la cintura el revólver, bajo las piernas el espinazo del caballo, pero que no perseguía la fama, la libertad ni la riqueza. (20)
Las críticas de Incháustegui a la propuesta literaria de Bosch aparecieron en la revista Bahoruco oponiéndose al novelista, lo que hizo que Bosch se molestara y la discusión fue llevada a La Cueva—“No recuerdo todo lo que dije—explicó en El Pozo Muerto Héctor Incháustegui—pero le debió parecer muy fuerte. (…). Se molestó muchísimo y me salió al encuentro la semana siguiente. (…). Aquello era la indignación patriótica en letras de molde: “alguien ha puesto sobre este movimiento salvador—decía más o menos ya (…) una sonrisa envenenada (…) burlándose de los que han querido levantar la bandera nacional del fango. (…). Yo sonreí. El era amigo mío y la disputa se limitaba al puro campo literario. No tenia quejas de sus palabras ya que la única imputación que me hacía era que formaba parte de los grupos que fumaban cigarrillos de olor”. (21) Pero no todo era color de rosa en las discusiones de La Cueva, llegándose en algún momento hasta duelos que apuntaban a ser mortales, pero que no pasaban de ser encontronazos entre amigos. (22)
Golpe de Estado a Moreno Jimenes
Otra situación que tuvo mucha repercusión en La Cueva, como en todos los intelectuales que Vivian en la ciudad de Santo Domingo de entonces, fue la destitución de Domingo Moreno Jimenes como Sumo Pontífice del Movimiento Postumista, en diciembre de 1934. En una nutrida asamblea de poetas y escritores de todas las edades, se consumó el despojo y se exaltó como nuevo Pontífice al poeta Rafael Augusto Zorrilla líder de aquel movimiento, aunque Moreno Jimenes siguió siendo el símbolo del postumismo. La reunión fue celebrada en Villa Francisca en la Calle Duarte numero 32, el 9 de de diciembre de 1934 y contó con una numerosa y selecta concurrencia. (23)
Domingo Moreno, quien en aquellos tiempos vivía fuera de la ciudad de Santo Domingo y había sido invitado públicamente a participar en la asamblea en que se eligió el nuevo líder del movimiento, aprovechó aquel acontecimiento para hacer publicar en Bahoruco del 22 de diciembre, una nota que por respuesta hace recordar la “Ultima Cena” y la traición de algún discípulo:
“Hijos míos, dadme la espalda, que ya es hora”: No me siento dispuesto a recibir limitación de tiempo y de espacio, por eso renuncio al derecho de elegir y de ser elegido. Es verdad que vivo en el presente, y vivo como ya quisieran para sí vivir muchos; pero las luces de mis sueños se proyectan hacia el porvenir! Mi ideal ya traspasó la esfera de las vanas palabras…Pero os dejo en libertad de modelaros, limitados o eternos, como queráis, según el imperativo de vuestra naturaleza sensorial. Es verdad que este estuario de Santo Domingo es la sagrada tierra de mi infancia; no negaré que mi adolescencia y mi juventud me tapizan la vida de imborrables recuerdos; pero toda la Isla Híspaniola es mi Ciudad Estética, y tengo como escenario el Mundo y como religión a América. No quiero deciros quien soy: leed mi obra e interpelad mi vida. A la obra de mi vida o mejor dicho, a la vida de mi obra, quiero transportaros en estos instantes. Y dejadme como una piedra inmóvil en el cruce de todos los caminos. (…). Dadme la espalda como yo se la di a mi Madre y ya se preparan a dármela mis hijos. Buscad otra orientación, pero no salgáis de mis brazos. Así me dais un gusto infinito como yo os ideé: mudables!”. (24)
La Cueva y el Listín Diario
Como bien lo reseña Juan Bosch en “Apuntes para la historia de La Cueva”, la muerte del periodista del Listín Diario, Elio Alcántara, el 2 de octubre de 1935, permitió que el grupo se apropiara del suplemento cultural del más importante diario de la República Dominicana. Al momento de su muerte, Alcántara (hermano político del postumistas Andrés Avelino en cuya casa se hizo el velatorio) era considerado un escritor revolucionario que explicaba bien todo su pensamiento. Era redactor, jefe de información del reputado periódico y responsable de la Página Literaria del Listín Dominicanal, por lo que la referida sección dejó de salir durante varias semanas. (25)
La trascendencia que tuvo para el grupo su vinculación con el suplemento del Listín Diario, resultó positiva para los miembros de La Cueva, quienes se encontraban en competencia con otros sectores literarios: “El malogrado Príncipe de los Reporteros Dominicanos tenía a su cargo la página literaria que publicaba el “Listín Diario” los domingos; con su desaparición, desapareció aquella. Hablé con Arturito Pellerano, el piloto del “Listín”, y conseguí sacarla de nuevo. Toda “La Cueva” se tomó estas labor como cosa propia, y el “Listín” tuvo durante varios meses, su página literaria dominical nutrida con las firmas de los muchachos de vanguardia”, explicó Bosch. (26)
El Suplemento reapareció el domingo 27 de octubre de 1935, bajo la dirección de Juan Bosch; pero los de La Cueva todavía no comenzaban a aparecer en el suplemento. Los trabajos publicados en ese número pertenecían a escritores extranjeros. Una semana después, el 3 de noviembre, comenzaron tímidamente a publicarse los escritos de algunos miembros del grupo: una carta “De Rafael A. Henríquez a Fabio Fiallo, el poema “Versión sentimental de un camino pequeño”, de Héctor Incháustegui Cabral, “Canto a Trujillo” por Francisco Álvarez Almanzar, y “Definiciones” de Máximo Coiscou Henríquez. En la edición del 10 de noviembre de 1935 ya La Cueva se imponía y controlaba todo lo que salía en el suplemento: apareció por primera vez un escrito del inventado e inexistente escritor “Miguel Vicente Medina”; “Horas tempranas” por Manuel Cabral; Prosa, de F. Ulises Domínguez, ”Versos” de Juan Goico Alix, y “Prosas” de Rafael Santana y Santana; mientras que en el suplemento del 17 de noviembre escribieron Rafael Damirón Díaz sobre “Manuel Llanes”, Juan Bosch acerca de “Don Federico García Godoy”; “Versos” de Manuel Llanes; de Héctor Incháustegui Cabral “El secreto de Lo Nuevo” en la literatura; poema “El Avaro” de Enrique Henríquez, y algunos “Sonetos” de Santos Chocano.
El periódico de La Cueva
La agrupación literaria publicó el primer número de su periódico “La Cueva” el 31 de diciembre de 1936. Su director lo fue Rafael Américo Henríquez, y su local se encontraba, como era lógico, en la propia habitación del líder, en el hogar de Enrique Henríquez, en la calle 19 de Marzo número 41, casi llegando a la calle El Conde. Apareció como medio de expresión de sus participantes y para servir de vehículo también a los escritores nacionales y de América, de modo que pudiera romperse el aislamiento de los escritores dominicanos en relación a los del continente. (27) Al parecer del periódico La Cueva solo circuló en dos ocasiones, pues el segundo correspondió al 31 de enero de 1937.
El periódico Listín Diario saludó la salida de “La Cueva”, considerándolo un órgano vanguardista, “heraldo de un distinguido grupo de jóvenes y valiosos intelectuales que reúne y alienta el espíritu fraternal, el fervor extraordinario y el talento artístico de una de las figuras más ciertas y notables de las letras dominicanas: Rafael Américo Henríquez”. (28)
Su primer número trajo como trabajo principal “Apuntes sobre la historia de La Cueva”, por Juan Bosch, y varias secciones en las que aparecen noticias literarias, se anuncia la reaparición de El Día Estético, revistas dirigida por Domingo Moreno Jimenes, la muerte de Luigi Pirandello, el nuevo libro de Manuel Cabral, Conferencia de Abigail Mejía y una novela por salir de Manuel A. Amiama. También, artículo de Flerida de Nolasco, “Marginales” de Héctor Incháustegui, la “Insurrección de Enriquillo”, por Emiliio Rodríguez Demorizi; “La fantasma”; ”La perra parida”; “El Pozo” y “La Tísica”, por Juan Ramón Jiménez; además, el relato de Ramón Marrero Aristy titulado “El Libertador” y poemas “A Federico García Lorca”, por Antonio Machado.
El segundo número, que circuló a finales de enero de 1937, contiene el cuento “Dos pesos de agua”, por Juan Bosch; la sección de Noticias literarias; una reseña de un libro de Héctor Incháustegui Cabral; escrito de Gladio Hidalgo; el cuento “El Ladrón”, por José Rijo. “México: El Indio”, por Rafael Alberti, y “En la muerte de Don Miguel de Unamuno”, por Flerida de Nolasco. También, “Él, yo y la naturaleza”, por Franklin Mieses Burgos; el poema “Lorca fusilado”, por Manuel Cabral, y un cuento del cubano José Gómez Sicre; además de ”Notas Bibliográficas” dedicadas a Abigail Mejía; Lesbia Soravilla, y Renee Potts.
A manera de colofón, queremos ahora referirnos a la que fue centro de operaciones de Sociedad Literaria La Cueva. En los días en que andaba caminando por la zona colonial, cámara en mano, tratando de ubicar la residencia que fue de Américo Henríquez, alguien, creo que Andrés L. Mateo, mencionó a la señora Victoria Henrique-Bogaert, quien de seguro podía darme precisas informaciones al respecto. Me puse de inmediato en contacto con ella y de inmediato recibí la ayuda requerida:
Pedí a la Señora Victoria Henríquez-Bogaert, sobrina del poeta Rafael Américo Henríquez, si podía ayudarme a ubicar la casa que se popularizó como “La Cueva” y en la que se reunía el importante grupo de intelectuales que lideraba Américo Henríquez. Entonces, sin conocerla, me atreví a escribirle: “Sé que fue en la calle 19 de Marzo No. 41 (la numeración corresponde a los años treinta, durante la dictadura de Trujillo). Parece que la numeración fue cambiada y ya no tengo forma de confirmar el lugar exacto” y la señora Victoria me contestó: “la casa es donde está ahora mismo la Casa García, La Cueva es la tercera puerta y era el dormitorio de mi tío; ahí se juntaban, además de Don Juan, Héctor Incháustegui, el Papa de Doña Peggy Cabral viuda Peña Gómez, entre otros. Queda al norte de la calle el Conde. La Casa García es un negocio, tienen una fábrica de hilos. Esa casa todavía pertenece a la familia, esta alquilada desde hace muchos años”. La Cueva queda en la Calle 19 de Marzo esquina Salomé Ureña”.
No hemos podido determinar la fecha en que desapareció la agrupación La Cueva, pero debió ser posteriormente a la salida del país de Juan Bosch, quien se marchó al exilio en 1938.
(Notas bibliográficas: 1. Bahoruco, No.53, 15 de Agosto de 1931; 2. Bahoruco, No.16, 9 de septiembre de 1933; 3. Bahoruco, No.211, 8 Septiembre de 1934; 4. Véase: Víctor Villegas, en Semblanza de Pedro René Contín Aybar, en la compilación de Tomás Castro “La Generación del 48 en el ensayo”, Santo Domingo, Editora UASD, 1998, págs, 20-21; 5. Max Henríquez Ureña, Del Paladión a La Cueva, en: Max Henríquez Ureña en el Listín Diario, Santo Domingo, Universidad APEC, 2009, pág. 84; 6. Max Henríquez Ureña, Panorama de la literatura dominicana, vol. II, Crítica de literatura y arte. Filosofía, Colección Pensamiento, vol. IV, Santo Domingo, Banreservas, 2009 pp. 398-486; 7. Héctor Incháustegui Cabral, El pozo muerto, Ciudad Trujillo, Librería Dominicana, 1960, pág. 57; 8. Op. cit. pág. 49; 9. Manuel del Cabral, Historia de mi voz, (1964), Santo Domingo, Taller, 1974, pág. 35; 10. Juan Bosch, Apuntes para la historia de “La Cueva”, Periódico La Cueva, Año I, No. 1, 31 diciembre 1936); 11. Op. cit; 12. Bahoruco Informa y comenta, revista Bahoruco, 26 de agosto de 1933; 13. “Rafael Américo Henríquez”, en Manuel Rueda, Dos siglos de literatura dominicana (s. XIX-XX), Vol. I, Comisión para la celebración del sesquicentenario de la independencia nacional, 1996, pág. 486; 14. Soledad Álvarez, “Un siglo de literatura dominicana”, en Historia de la República Dominicana, España, CSIC, 2010, pp. . 517-553, pág. 517. Además véase “Del Paladión a La Cueva”, en Max Henríquez Ureña en el Listín Diario, Santo Domingo, Universidad APEC, 2009, pág. 84; 15. Véase Héctor Incháustegui Cabral, El pozo muerto, Op. cit; 16. Héctor Incháustegui Cabral, Op. cit, pág., 50; 17. Véase Héctor Incháustegui Cabral, Op. Cit., pág. 51, y a Juan Bosch en sus “Apuntes par a la historia de la Cueva”, y también la Pagina Literaria del Listín Dominicana, 24 noviembre de 1935; 18. Héctor Incháustegui Cabral, El pozo muerto, Op. Cit., pág. 52; 19. Op. Cit., pág. 60; 20. Juan Bosch, “Sobre Conchoprimismo”, Bahoruco número 253, 29 junio de 1935; 21. Héctor Incháustegui Cabral, El pozo muerto, Op. Cit., pág. 60; 22. Op. cit., pág. 64; 23. Bahoruco, no. 225, 15 diciembre 1934; 24. Bahoruco, número 226 del 22 de diciembre de 1934; 25. Listín Diario, 3 octubre 1935; 26. Juan Bosch, “Apuntes”, Op. cit; 27. Nota del periódico La Cueva, Año I, No. l, 31 diciembre 1936; 28. Listín Diario, 5 enero 1937)