José Martí.
José Martí.

José Martí, ese gran pensador, escritor y patriota cubano, antillano, latinoamericano y universal, en su larga peregrinación en pos de la independencia de Cuba vivió largo tiempo en los Estados Unidos. Son conocidos muchos de sus textos en los que revela, ensalza o critica la sociedad norteamericana que él conoció y estudió como pocos en su época. Sobre las impresiones que tuvo respecto a las migraciones hacia esa gran nación, estaremos hablando con Carlos Rodríguez Almaguer, reconocido estudioso de la vida y obra del Apóstol cubano, a propósito de la conmemoración, el pasado 28 de enero, del 168 aniversario de su natalicio.

Etzel Báez: Carlos, dentro de la polifacética obra de Martí, ¿cómo podemos valorar su visión del tema migratorio a partir de la experiencia personal que le aportó su larga convivencia en los Estados Unidos?   

Carlos Rodríguez Almaguer: En las grandes personalidades, en las personalidades integrales como lo fue José Martí, tenemos la ventaja de que podemos llegar a ellos por muchos caminos: por la poesía, el periodismo, la política, la oratoria…, pero por cualquiera de esos caminos que nos acerquemos vamos a tener el placer de encontrar a la personalidad completa y no a una parte de ella.

Por eso al analizar las reflexiones de Martí sobre los procesos migratorios, desde el que —a mi juicio y a juicio de muchos otros entendidos— era uno de los principales centros migratorios del mundo en la segunda mitad del siglo XIX, específicamente hablamos de la ciudad de Nueva York, donde Martí vivió la tercera parte de su vida, 15 años, entre enero de 1880 y enero de 1895, debemos enfocarnos al menos en tres aspectos principales: su visión sobre las migraciones procedentes de Europa y Asia, sobre las que provenían de América Latina y, cómo analizó el papel de las migraciones en la composición, organización y proyección de la nación norteamericana.

E.B.: ¿Estuvo el tema migratorio entre sus primeros escritos sobre la sociedad norteamericana?

C.R.A.: No precisamente. aunque en esta etapa Nueva York es el centro por excelencia de los procesos migratorios del mundo, —se estima que a los Estados Unidos, en las tres últimas décadas del siglo XIX, arribaron alrededor de 12 millones de migrantes, y una parte importante de ellos entró por el puerto de Nueva York—, Martí comienza a hacer sus primeros escritos en la revista La Hora. Eran escritos de corte cultural, artístico, literario, reseñas de exposiciones de arte, de teatro, etc., Martí comienza también a dar sus impresiones sobre la sociedad norteamericana. Esas impresiones demuestran el impacto que tiene en él el conocimiento de aquella sociedad.

Carlos Rodríguez Almaguer.

E.B.: ¿Cuáles fueron esas impresiones? ¿Se deslumbró también con aquella sociedad?

C.R.A.: No hay duda de que le causó un gran impacto. Tengamos en cuenta que Martí viene de una intensa experiencia que había iniciado cuando apenas tenía 15 años, en una colonia española, que era Cuba, donde sufre presidio a esa edad y es castigado por sus ideas independentistas; después, ha vivido en España, donde aún en los momentos de mayor democracia como fue la proclamación de la República Española en 1873, se conculcan los derechos de los hombres y mujeres que en Cuba peleaban por la proclamación de una república desde 1868, con el inicio de la Guerra de los Diez Años; después Martí va a México, porque no puede regresar a Cuba, y se reúne allí con su familia que ha ido a esperarlo para establecerse en aquel país.

En México Martí comenzará el acercamiento a los dos factores continentales, es decir, a lo que él llamó Nuestra América, la América Latina, la América Hispana, sobre todo al caso específico de los habitantes originarios de la América, y también a la gran nación del norte, donde Martí había estado en 1875 sólo por unos pocos días, de paso nada más por Nueva York, en su itinerario desde Europa hacia México, donde lo esperaba su familia. El acercamiento de Martí a los Estados Unidos se da en esa primera etapa en condiciones hostiles.  Es decir, hostiles en la relación entre los Estados Unidos y México, donde ya había tenido lugar un enfrentamiento, en la primera mitad del siglo XIX, y en la que México pierde la mitad de su territorio. Martí, llevado por ese latinoamericanismo que comienza a germinar en él, comienza a alertar de los peligros que podía suponer para México, el no vindicar su cultura, su nacionalidad, su valía, frente a una nación tan poderosa, a una nación de un empuje económico tan fuerte. Martí se va de México por el golpe de estado que da el general Porfirio Díaz, uno de los generales que había triunfado a las órdenes de Juárez frente al Emperador Maximiliano I de México.

E.B.: ¿A dónde se va Martí?

C.R.A.: A Guatemala. Allí alcanza mayor conciencia todavía sobre la vida de los habitantes originarios americanos y de la interculturalidad que hay entre el proceso de conquista y colonización de América por parte de Europa. Dice que esa cultura, la originaria, había “sufrido el impacto de una civilización devastadora, dos palabras que siendo un antagonismo constituyen un proceso”. Es uno de los primeros choques que Martí ve en los procesos migratorios que se dan hacia América. Es decir, la manera en que se conquista y se coloniza la América, incluso, las diferencias entre las dos Américas.

E.B.: ¿Qué quiere decir, “las dos Américas”? 

C.R.A.: Martí, desde que tomó conciencia de este asunto, trató de diferenciar a la América Latina, a la que llamó “Nuestra América”, de la América Anglosajona, o “la que no es nuestra”. Cuando publica su ensayo capital Nuestra América, vuelve otra vez a esta distinción de los primeros procesos migratorios europeos hacia América cuando dice que “Del arado nació en su día la América del Norte; y la del Sur, del perro de presa”. Deja claro que los europeos que vienen a conquistar América, vienen con distintas motivaciones. Los peregrinos de La Flor de Mayo que vienen a América del Norte, vienen a establecerse, a fundar una nación, a fundar un país donde puedan gozar de todas las libertades y todas las prerrogativas de que han sido privados en Inglaterra. Sin embargo, los españoles y portugueses que van a conquistar  las otras regiones de América desde el inicio, no vienen a quedarse aquí. Vienen en busca, primero de un pasaje hacia el Oriente, donde seguir comerciando con las especies, para poder convertir esas especies en oro o en plata que era el dinero de la época en Europa. A partir de la toma de Constantinopla por el Imperio Turco Otomano, se ven obligados a buscar otras rutas comerciales, y se encuentran con América y también, de paso, se encuentran con el oro y la plata. De manera que esa conquista portuguesa y española de lo que hoy es la América Latina, está signada por la necesidad de encontrar un recurso determinado y regresar con él a Europa para disfrutar de sus beneficios. No vienen a quedarse, no vienen a establecer una determinada nación, un determinado proyecto de sociedad. Sin embargo, no ocurre así con América del Norte y en parte esa es la diferencia germinal entre los dos factores continentales a los que Martí va a estar haciendo referencia.

 

E.B.: ¿Hasta qué punto influyó en sus análisis del tema migratorio, el hecho de que él mismo era un emigrante?

C.R.A.: Bueno, en justicia, Martí más que un emigrante, es un peregrino. Porque si estudiamos su vida, su cronología, es un recorrido constante. Incluso en esos 15 años que está en Nueva York, hay salidas permanentes de Martí hacia otros territorios, tanto dentro de los Estados Unidos, recorriendo los centros de emigrados, en funciones conspirativas, en funciones revolucionarias, como hacia otros países de la región, principalmente centro y sur América. Por ejemplo, en 1881, de enero a julio, se establece en Venezuela, en Caracas. De allí es expulsado por el general Antonio Guzmán Blanco, que era entonces el presidente de aquella república, conocido de Juan Pablo Duarte, padre de la patria dominicana,  y a quien Duarte acude cuando empieza aquí la Guerra de Restauración. El gobierno restaurador envía a Duarte en 1864 como representante suyo a recabar armas y municiones ante el gobierno de Venezuela, donde sabemos que el líder trinitario había pasado más de 20 años, desde la fundación de la República Dominicana hasta el momento en que sabe que la Patria ha sido otra vez mancillada porque la traición del general  Pedro Santana la ha anexado a la monarquía española desde marzo de 1861, y por eso Duarte regresa a República Dominicana a participar en la Guerra Restauradora. Sin embargo, es devuelto otra vez, por distintas motivaciones —que no es el caso—, pero lo envían precisamente dada su relación con el gobierno venezolano y señaladamente con el general Guzmán Blanco que por entonces era Ministro de la Guerra de aquel país. Bueno, este mismo Guzmán Blanco es el que va a expulsar a Martí de Venezuela en julio de 1881, a raíz de un escrito que Martí publica en el segundo número de la Revista Venezolana, ensalzando a un intelectual venezolano de la época, Cecilio Acosta, opuesto al gobierno caudillista de Guzmán Blanco.

Máximo Gómez y José Martí.
Máximo Gómez y José Martí.

E.B.: ¿Y a dónde va Martí desde Venezuela?

C.R.A.: Martí regresa a Nueva York y comienza su gran labor educativa, periodística. Por eso es que se suele tomar el año de 1882 como el punto de partida de sus grandes escritos sobre temas migratorios, y en general sobre la sociedad norteamericana, porque de esa misma estancia en Venezuela, le viene a Martí su vínculo con uno de los diarios principales del país y de la América Hispana, La Opinión Nacional, de Caracas, dirigido por Fausto Teodoro de Aldrey. Martí se convierte en el corresponsal de La Opinión Nacional en Nueva York, y desde ahí comienza las publicaciones de sus principales escritos, hoy recopilados una buena parte de ellas bajo el título de Crónicas de Nueva York, en las que la vida cotidiana de Nueva York se reproduce para los principales diarios de la América Hispana, Y es de esas crónicas donde nosotros podemos extraer la mayor parte de las reflexiones que le motivan a martí estos procesos migratorios que están teniendo lugar en la Babel de Hierro, como se le llamaba a Nueva York en aquel momento.

E.B.: En su opinión, ¿cuál es el enfoque que Martí le da al tema migratorio? Es decir, ¿cuál es la perspectiva con que analiza la migración?

C.R.A.: Para comprender mejor estos análisis, debemos explicar quién es el hombre que está haciéndolos, cuál es la filosofía, la cosmovisión de José Martí. Es un hombre que ha llegado a la convicción profunda, sincera, de que el ser humano es el mismo en todas partes. Y que las diferencias que puede tener el ser humano, están establecidas por condiciones de clima y de cultura. De entrada, está estableciendo el principio de igualdad, frente a la ley universal y a la ley del hombre, a todos los seres humanos. Por eso habla de la identidad universal del hombre, y por eso mismo, llega a expresar que “El mundo es un templo hermoso donde caben en paz los hombres todos de la tierra”. Luego terminará diciendo que “Patria es Humanidad”, y al mismo tiempo, “es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en la que nos tocó nacer”. Porque la patria no es solo el territorio. El concepto de patria no es una categoría jurídica, como la república, no es una categoría geográfica la isla, no es una categoría sociocultural como la nación o la nacionalidad. La patria es espíritu, y por tanto existe sobre todo en el alma de los patriotas, de aquellos hombres y mujeres que la sienten vibrar dentro de sí. Y  para él la patria no es solo el gran hecho heroico, el hecho político, el hecho militar. La patria es también el árbol, el arroyo, la playa, la piedra, el trillo, la patria es el cañaveral, el aguacate, el guandul, el baile, la música, los chicharrones…, todo eso es también la patria. Es decir, la patria es espiritualidad, es mística, es una forma de mirar, entender y asumir la propia vida, por eso la patria está donde quiera que esté el patriota. Si bien el país, la isla, la república, pueden quedar allá en la distancia, restringida por la geografía y las leyes, la patria no padece esas limitaciones, sino que va allí, en el alma, en la mente, en el espíritu del patriota adondequiera que vaya.

Es la visión de un hombre que lleva en sí a su patria, un concepto que para él, en ese momento en que llega a Nueva York, se puede resumir en el sacrificio de los que han muerto en 10 años de lucha defendiendo el derecho de Cuba a ser libre e independiente y a formar una nación por sí misma, o los que han padecido prisión y destierro por alimentar esa misma causa. Por lo tanto, la patria en Martí está allí, donde él está, y donde están tanto los cubanos como los puertorriqueños, los dominicanos, los hispanoamericanos en general, a los que llega a querer como a hermanos, en Nueva York, en Tampa, en Cayo Hueso, en Ocala, en Filadelfia…, donde quiera que se mueve, donde quiera que haya un centro de emigrados hispanoamericanos.

Este hombre, que tiene esa visión ecuménica, holística, humanista y universal, está analizando desde la capital del mundo moderno, las oleadas migratorias que están llegando en masa desde Irlanda, Italia, Alemania, Francia, Holanda, Polonia. Llegan también muchos hebreos y escandinavos. Están llegando chinos por las costas del Pacífico, por la demanda de mano de obra para la expansión del ferrocarril, están llegando japoneses, coreanos… y Martí está viendo todo ese proceso. Por supuesto, desde el sur muchos caribeños, mexicanos, centroamericanos, están asentándose sobre todo en las ciudades del sur que fueron otrora posesiones españolas, recordemos que hasta 1848 un inmenso territorio del centro sur había pertenecido a México, por eso la identidad suele todavía ser muy común.

De manera que estos procesos migratorios, distintos, tanto en sus motivaciones, como en sus características y también en sus consecuencias, son analizados desde la perspectiva universal de José Martí.

 

E.B.: ¿En esos análisis martianos, el balance suele ser a favor de la migración o en contra? ¿Veía Martí estos procesos migratorios como algo positivo o negativo para los Estados Unidos?

C.R.A.: Martí entendía, como buen masón, que la verdad no está ni en un extremo, ni en el otro, sino que por lo general, está en un punto equis distante de esos extremos. Unas veces más a la derecha, otras más a la izquierda, pero jamás en los extremos. Y en este sentido Martí, cuando analiza cualquiera de estos procesos migratorios, está analizando sus lados positivos y también los lados negativos. Porque no se puede idealizar ni satanizar las migraciones. Ni son totalmente positivas, ni totalmente negativas. Sin embargo, lo que sí es una verdad es que son una necesidad humana, y la historia de la humanidad es en resumen la historia de las sucesivas migraciones. Ya en los Estados modernos, con leyes, con fronteras, la aspiración es que vayan desapareciendo esas fronteras, y que las leyes vayan unificándose hacia esa identidad universal del ser humano. Esa “cuarta venturosa época” en que la patria del ser humano sea toda la Tierra.

Martí está viendo, sin embargo, en el contexto en que se están dando esas migraciones, los desafíos a los que es sometida la misma nación norteamericana, me refiero a la concepción de los padres fundadores de aquel proyecto de nación que se establece tanto en la Declaración de Independencia, como en el sueño de Washington, de Jefferson, hasta Lincoln.

En el momento que estamos analizando, ha terminado en los Estados Unidos la guerra de secesión, que dura exactamente el mismo periodo histórico que la anexión y Guerra de Restauración en la República Dominicana (1861-1865). No es en balde que se producen esas acciones de las antiguas metrópolis europeas hacia América, es también la guerra de Napoleón III contra la república mexicana, dirigida por Juárez, y el establecimiento allí del imperio de Maximiliano I; es la guerra de España en el Pacífico suramericano, por la posesión de las islas del guano. Todo esto está cubierto por la necesidad para ellos, el oportunismo para otros, de que los Estados Unidos, al estar envueltos en una guerra interna, no puede hacer efectiva la doctrina proclamada de 1823, la Doctrina Monroe, que establecía la no injerencia de Europa en América, bajo el ambiguo lema de ¨América para los americanos.¨

Luperón mismo dice en su carta a Ulises Grant, cuando los sucesos del vapor Telégrafo durante la Guerra de los Seis Años contra Buenaventura Báez, que la Doctrina Monroe tiene sus vicios y sus delirios, porque podía ser interpretada como que América, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, pertenecía a los americanos, y que Europa no tenía nada que venir a buscar acá. Y otra interpretación podría ser, que América entera era territorio de exclusiva intervención de los Estados Unidos de América.

En ese contexto, Martí está hablando que, esa nación americana, que tan gratamente le ha impresionado en sus primeros años de su llegada, está sometida a grandes desafíos. Porque él asume que, si bien toda esa fuerza laboral que está llegando en masa a los Estados Unidos, representan una posibilidad de desarrollo –como de hecho lo fue—teniendo en cuenta, por ejemplo, el papel de los chinos en el desarrollo de los ferrocarriles, como en la riqueza cultural que traían consigo esas migraciones, cultura en su sentido más integral, no solo arte y literatura, sino también costumbres, y cuando hablamos de costumbres entendemos, por supuesto, que hay buenas costumbres que enriquecen el país a donde llegas, pero hay también malas costumbres, porque son hábitos distintos, de pueblos forjados en otras realidades.

Esos son entre otras, las grandes ventajas que Martí le ve a la pluralidad que se está estableciendo en una nación construida por inmigrantes, de hecho, los primeros de La Flor de Mayo eran migrantes que van a establecer un territorio mediante el desplazamiento de habitantes originarios que tenían el derecho original sobre aquellas comarcas, y más tarde toda la expansión hacia el oeste, ya finalizando la segunda mitad del siglo XIX, en gran medida dada por esta misma situación migratoria insostenible en las ciudades del este. Había que buscar nuevos territorios, había que darle espacio para saciar el hambre de aquellas multitudes. Martí llega a señalar, en un análisis bien crítico de las consecuencias de esas migraciones, a señalar que la nación norteamericana podría desaparecer, porque “Nunca mayor nave de ambiciones cayó sobre mayor extensión de tierra virgen.”

 

E.B.: ¿Qué peligros veía Martí en esas migraciones para los Estados Unidos?

C.R.A.: Lo primero que debemos analizar es ¿quiénes venían de esos países que hemos señalado? Bueno, con esos migrantes venían muchos talentos, muchos saberes, muchos conocimientos, que se podrían reproducir y que encontrarían terreno feraz en el espacio ancho de la gran nación del norte, y también protección en la democracia norteamericana, convertida en aquellos momentos en un símbolo, también por el espacio que daban las leyes norteamericanas para el establecimiento de aquellos talentos y para el avance de nuevos emprendimientos. Pero al mismo tiempo, esos migrantes traían consigo experiencias tristes, experiencias difíciles nacidas de sociedades menos democráticas, menos liberales, donde no existían las leyes que existían en los Estados Unidos. Y esos hombres, acostumbrados a no tener derechos en esos países y a obtener sus derechos exclusivamente por la fuerza, venían, dice Martí, con esa “sangre envenenada” a inyectar esa sangre envenenada en la sangre de la joven república del norte. Él veía como un peligro básicamente el hecho de la migración descontrolada, y aquí está el punto de balance en los análisis de los pro y los contra que hace Martí de los procesos migratorios.

E.B.: Teniendo en cuenta lo que nos ha explicado sobre la visión universal del ser humano que Martí tenía, ¿cómo se conjuga esa visión con estas opiniones que pudiéramos llamar limitantes para el libre tránsito de las personas a través de las fronteras nacionales?

C.R.A.: Pudiera parecer un contrasentido, pero no lo es. Lo sería solo si llevamos al extremo esos planteamientos y esas alertas suyas. Y ya dijimos que para él nada estaba en los extremos. Todo tenía su punto de equilibrio, y en encontrarlo estaba el arte de hacer política, que es el gran desafío de los estadistas. Algunos han tildado a Martí de antiinmigrante, cuando él mismo lo era, aunque de un tipo singular. El problema está en que Martí jamás fue un escritor parcial en nada. Y en este sentido también habló de las ventajas que traía para los pueblos nuevos la asimilación de inmigrantes calificados, por los saberes que traían, por las formas nuevas que podían aportar a las jóvenes repúblicas, pero también alerta de los peligros que inevitablemente podían traer. Por eso para él las migraciones no podían ser descontroladas. Porque no solamente afectaba a la nación que recibía el inmigrante, sino porque en primer lugar afectaba a los propios migrantes. Pues  debía haber leyes que establecieran las maneras de migrar, los objetivos de las migraciones, los requisitos y, a su vez, los derechos de los migrantes. Ante una migración masiva y descontrolada, sin leyes, sin ningún tipo de regulaciones, los primeros que estaban a merced de cualquier fechoría eran los propios migrantes, y en ese sentido Martí está alertando a las dos partes: tanto a la nación que lo recibe, para evitar desórdenes, para evitar peligros que pueden poner en riesgo a la nación misma, como a los que migran, para que no fueran víctimas de atropellos. 

E.B.: Según Martí, ¿cuál podía ser un riesgo tan grande que pusiera en peligro a la nación?

C.R.A.: Bueno, Martí habla de la masividad de los migrantes y habla también del derecho al voto electoral que, por oportunismo sobre todo, muchos políticos están pidiendo que se le dé al migrante. Y Martí aconseja en algunos de sus artículos, que se le debe establecer un mínimo de tiempo de residencia en el país, un mínimo de condiciones, conocer las leyes, la cultura, el idioma…, para que puedan entonces tener capacidad de raciocinio para poder ejercer un derecho tan sagrado como lo es el derecho a elegir a las instancias del Estado. Porque si el oportunismo era el que iba a mediar en el establecimiento del voto del migrante, eso podría llevar a la desgracia mayor de que el gobierno se escapara de las manos de los nacionales, y fuera a parar a manos de gente que había llegado a saciar apetitos a un país virgen, que le daba muchas oportunidades, que daba incluso derecho a elegir a sus autoridades y, sin embargo, muchos de esos mismos que se servían de esas prerrogativas seguían pensando en la tierra en que  nacieron como en su patria, y no veían a los Estados Unidos sino como espacio de rapiña donde disputar con otras multitudes codiciosas la riqueza que jamás habrían podido conseguir en su propia tierra.

Es un análisis objetivo, pragmático, raro en un humanista como él. Pero no podemos olvidar que también era abogado, conocía las leyes y, por otra parte, solía tomarse a sí mismo como material de estudio en muchos aspectos. Él era un ejemplo de cómo era posible vivir en aquel país, y disfrutar de sus posibilidades, sin sentirlo como a su tierra propia. No sólo por la geografía y el clima, sino por el carácter del tipo humano que predominantemente había venido desarrollándose allí. Tan materialista, poco imaginativo y de un pragmatismo tan frío como su clima. Y desde el punto de vista sociológico, lo irritaba el hecho de que el rechazo a esas oleadas migratorias cristaliza en un sentimiento de superioridad de la raza blanca anglosajona respecto a otras razas y culturas, blancas también muchas de ellas. Para no hablar de sus valoraciones de la Ley de Exclusión China, promulgada en 1882, a la que declaró inconstitucional.

E.B.: En resumen, si tuviéramos que definir a grandes rasgos cuáles eran las ideas cardinales de Martí sobre la migración, ¿qué nos diría?

C.R.A.: Bueno, que entendió y defendió el derecho de todo ser humano a elegir el lugar del mundo donde quería vivir. Que defendió también el derecho y la necesidad de las naciones de establecer las leyes por las cuales se regirán esas migraciones, para proteger tanto a la nación misma como a los derechos de los migrantes. Que aconsejó una educación que enseñara a cada persona las virtudes y hermosuras de su tierra propia, para que aprendiera a amarla y defenderla de propios y extraños, y especialmente para que procurara no abandonarla, sino que trabajara para ponerla en condiciones de que vivieran en ella más felices los hombres todos sus habitantes.