La propuesta del poeta José Joaquín Pérez, en cuanto a la glorificación del ideólogo que diseñó la estrategia de la invasión, conquista y colonización de Quisqueya, por un lado, y el enjuiciamiento negativo de los demás conquistadores que participaron en ella, por el otro, podría constituir lo que Leon Restingar y Elliot Aronson han definido como disonancia cognitiva, en donde los individuos que sienten un firme nexo emocional con una ideología, creencia, o un líder, consienten que dicha lealtad piense por ellos, justificándola, incluso, ante la violencia “disfrazada de misión civilizadora” (Salvador Leetoy).

José Joaquín Pérez
José Joaquín Pérez

Así, de su poemario Fantasías indígenas, el poeta José Joaquín Pérez exhibe, en su poema más celebrado, El junco verde, una alta veneración y miramiento por el arquitecto que no solo “un mundo crea” de la nada, sino que, precisamente, el almirante Cristóbal Colón lo procrea atizando la pólvora que, según Fernando de Oviedo, historiador oficial de Las Indias, era incienso para el Señor contra los infieles.

— “¡Hosanna! ¡Gloria! —de rodilla entona.

“Oh, bendito el Señor por siempre sea!

Y a un éxtasis de dicha se abandona

aquel genio inmortal que un mundo crea.

En tanto, por el contrario, en “Igi aya bongbe”, el poeta arremete contra los restantes conquistadores, a quienes el almirante de la Mar Oceánica había el mismo acaudillado durante su magno proyecto de expansión mercantilista y su correlato político-teológico. Empresa que, propiamente, sometió a la esclavitud o al vasallaje a los aborígenes de la isla, quienes, finalmente, sucumbieron, exterminados, bajo la triada de la pólvora, la cruz y la espada.

Entonces al combate

se lanza el indio altivo,

y, rudo y vengativo,

doquier triunfador,

derriba los altares

donde a plantar se atreve

la Cruz el siempre aleve

falaz conquistador.

Bien visto el punto, ¿por qué José Joaquín Pérez, en su extenso poemario, Fantasías indígenas, valora adversamente a la turbamulta intrusa de  allende los mares, y al mismo tiempo reivindica, en uno de sus poemas, El junco verde, al jefe de la misma, responsable directo de ensamblar la férrea maquinaria primigenia que, finalmente, aniquiló, físicamente, a los pueblos originarios de Quisqueya o Haití, disipándolos de la faz de sus tierras?

En ese sentido, ¿en qué versión del pensamiento indigenista colocaríamos El junco verde, cuando, justo, el poeta José Joaquín Pérez exime de la violencia y la crueldad, en la isla conquistada, al supremo invasor europeo, quien, a nombre de la “ibérica corona”, indudablemente, las había engendrado?

Después de Colón y de Castilla

la fama el triunfo por doquier pregona,

y ya Quisqueya, conquistada, brilla

cual joya de la ibérica corona;

En otras palabras: si bien a José Joaquín Pérez se le considera uno de los más grandes cantores de los aborígenes en el continente de Abya Yala y El Caribe, también es cierto que su bipolaridad narrativa invita a cuestionar la validez indigenista de El junco verde. Ello así, en virtud de que el máximo exponente de la estrategia de dominación, disfrazada de misión civilizatoria, no podía quedar impune bajo el manto del disimulo de un lenguaje, eufemístico, de alabanza.

Para Pedro Henríquez Ureña, El junco verde es un momento  prominente en “…la crisis espiritual que precede al descubrimiento en el alma de Colón”, (La utopía de América, pág. 281). Pero también no es menos cierto que el susodicho poema representa el aplauso y la aquiescencia al hombre que debió continuar, luego de ese despropósito, hegemónico, llamado “descubrimiento”, con la misma crisis “crisis espiritual” de la que habla el Maestro. Todavía más profunda, dado el “paraíso” creado por los cristianos contra los infieles de Quisqueya.

José Joaquín Pérez comparte, simultáneamente, esa posible disonancia cognitiva con nuestra excelsa poetiza Salomé Ureña de Henríquez, quien manifiesta, patentemente, en la parte XXXII de su poema épico Anacaona, su simpatía y deferencia por Cristóbal Colón, contrario a su antipatía y desprecio por el también conquistador Francisco Roldán Jiménez.

Roldán el infame que el digno homenaje
de amor y respeto negaba a Colón,
frenético alzando su voz sediciosa,
moviendo en las filas fatal rebelión;

tras mil enojosos disturbios prolijos
que el alma amargaron del gran genovés,
haciendo el anhelo de paz y de calma
que al vil otorgara su gracia después;

Después de todo, quizás podríamos representar los prejuicios de nuestras propias convicciones, en la trampa originaria  de una vieja resonancia metafórica:

Ayer Español nací, a la tarde fui francés,

…a la noche etíope fui,

hoy dicen que soy inglés

No sé qué será de mí.