¿Cómo podríamos generar a través de nuestra visión, codificada en términos neuronales, una experiencia perceptiva basada en un estímulo o acontecimiento que no aparece en una fotografía? De igual manera, ¿cómo podríamos generar a través de nuestro entendimiento, codificado en términos neuronales, una experiencia cognitiva basada en un acontecimiento o información que no aparece en la narrativa de una obra?

En ambos casos, convergentes por el uso de la lengua, el escritor José Enrique García, en su obra “Taberna de náufragos”, propone el constructo conceptual del “silencio” como un procedimiento metafórico para la  interpretación o sugerencia de objetos, acontecimientos o ideas que material o cognitivamente no constan en el escenario que percibimos o conceptualizamos.

En efecto, la presente panorámica de la fotografía no exhibe los factores observables, lo que se ve, imprescindibles de la percepción, mediante los cuales podríamos revelar la problemática social que subyace la referida imagen. No obstante, a la luz del mecanismo metafórico del “silencio”, en tanto recurso reflexivo, podríamos ventilar lo que no se ve, ausente en la foto tomada en el paraje de La Cumbre: el peligroso trajinar de los chiquilluelos de una escuela, cruzando, a falta de un puente peatonal, la autopista Duarte.

De igual manera, a partir de comparar el dominio metafórico de la noche con el dominio metafórico de una gata arrastrándose, el laureado escritor, en la página 19 del siguiente diálogo, deja abierto, plantea, mediante el artificio del “silencio”, un rango, múltiple, de posibilidades interpretativas que se conjugan con otros temas adicionales, más amplios, pertinentes, por ejemplo, a las leyes de la Física, las cuales, intrínsicamente, subyacen los objetos que visiblemente percibimos. El mismo “silencio”, soterrado, que subraya el nebuloso dejo de incertidumbre con que nos atrapa “Taberna de náufragos”.

—Y la noche ahí afuera, ¿cómo anda? —pregunta Saturno.

—A gatas, como siempre.

—¿Quiere decir: arrastrándose?

—Más o menos.

Silencio.

 Bien visto el punto, y recurriendo, en el escenario cibernético, al ámbito de los algoritmos, José Enrique García acude, a lo largo de múltiples pasajes de la novela, a una especie de bucles anidados, controlados por el artilugio del “silencio” que, aunque imperceptible, como una pausa musical, aparenta sujeta a la recursividad de un horizonte infinito de contingencias metafísicas, donde tanto nos cuesta encontrar una salida. Dice él, en la página 156:

Pudimos ser tantos otros hombres, pero el escoger nunca ha sido privilegio del mortal. El azar decide verdaderamente.

Silencio.