El ensayo del escritor Jorge Luis Borges, “Borges y yo”, constituye un texto literario de carácter filosófico que considera la urdimbre de la consciencia, y más particularmente la auto-consciencia, como un objeto esencial del entendimiento humano. Así también lo exponen, entre otros, los filósofos John Locke y Daniel Dennett. Además, el tono implicatorio y recurrente de la narrativa borgiana con las preocupaciones científicas, acuñadas en las introspectivas freudianas, los fundamentos biológicos del entendimiento, la ciencia cognitiva y los sistemas computacionales.

Dirigiéndose a su persona, el dilema borgiano lo preside una proposición al final del relato: “No sé cuál de los dos escribe esta página”. Precisamente, aquí, en este dictamen, el afamado escritor resume el desafío fascinante correlativo a la naturaleza de la consciencia y la auto-conciencia. Ello así, en virtud de las relaciones entre el autor, Borges,  y el otro Borges, su yo mismo, en términos de todo aquello que incluya toda clase de experiencia sensorial, emocional e intelectual. Dice él: “Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson…”

De antemano, al principio del tema, Borges nos advierte de que “Al otro, a Borges, es quien le ocurren estas cosas”. Sentencia esta que, independientemente de las diferentes escuelas filosóficas o científicas, desemboca en una especie de hipótesis en cuanto a los procesos orgánicos y  el contenido del lenguaje, ambos subyacentes en la naturaleza de la consciencia y la auto-consciencia. En general: los mecanismos o procesos de representación y el significado o contenido de lo representado.

Partiendo de susodichas complejidades, presentes en “Borges y yo”, ¿acaso el entendimiento humano constituye un sistema de representación auto-diseñado? En ese sentido, a menos que acudamos a definir nuestro mundo cognitivo dentro de los parámetros puramente reduccionistas, una de las múltiples respuestas podría transitar por los dominios de la Metafísica. ¿Cómo entender, de toda manera, esa dualidad identidataria de ese objeto, ese “yo” privado, interno, nombrado Borges, y ese otro objeto, el propio Borges, enumerando e internalizando los objetos del universo?

Así como Satanás decide vengarse de Dios en el poema narrativo de John Milton, “El Paraíso Perdido”, mi ensayo, “Discernimiento”, desafiando asimismo la superioridad y permanencia del maestro ginebrino, tampoco tiene una respuesta al terror de la existencia. Rescatando de este modo, junto a Nietzche, Wittegenstein y Borges, el fin de la filosofía.

La criatura terrestre estaba muerta. La miré, absorto, desde la mesa donde tomaba tragos, despellejada. Cuero, solamente le quedó en la cabeza y en las puntas de las patas. Colgada de un árbol, translúcida, cabeza abajo a la orilla de la carretera. Estaba en venta, por pedazos o el cuerpo entero. Entretanto, yo seguía tomando tragos, meditabundo, observando, con ansiedad generosa, el otro animal que alrededor de la figura deshollinada rumiaba sosegadamente este instante.