Quienes hemos tenido el privilegio de “contemplar”, desde algún aparente y recóndito ángulo, la creación literaria de Ike Méndez, no podremos escapar al convencimiento de que su quehacer en las letras va in crescendo cual maremoto de pasión sin contenes. Tanto en el ensayo como en la poesía, sin prisa, pero sin pausa; paso a paso, escalón por escalón, en los últimos años, va llegando a estadios escriturales superiores. En cada acto de su quehacer literario, Ike nos da la oportunidad de asombrarnos y celebrar con él y por él.
Pero, si apelamos a la mayor de sus pasiones: la poesía, y más aún, a la metapoesía, como pedestal desde el cual se contempla al poema, no nos queda más que suspirar y brindar por el apasionado, entregado y sacrificado acto de aprendiz, que todo arte auténtico significa. Es esa entrega diaria, sin límites, acorazada por la pasión, lo que hace que Ike Méndez muestre en cada nueva creación, un brote de imágenes de esas que todos aspiramos y que no muchos consiguen.
Cuando asistimos al nacimiento de su poemario “Al despertar” vimos a un poeta en pleno esfuerzo por lograr la voz que le es propia a quienes deciden buscar autenticidad y no dejarse atrapar por las maneras de decir ya fabricadas. La diversidad temática de aquella ocasión, la aspiración del crecimiento poético y personal, el deseo de conseguir, se convirtieron en acicate de un esfuerzo superior, de evidente indagación; de lecturas, encuentros y desencuentros. Allí se muestra “Ansioso por llegar…” y, como en identidad con las mariposas de su San Juan amado, nos asegura que “El embrión está caliente / clandestino reverdece / el vuelo nuevo sin nombre”. Allí declara, sin tapujos, “quizás sueño / en mis propios ojos”, más los sueños se deshacen en la labor que sale de sus manos y, sobre todo, de su imaginación o su muza.
Estoy convencido de que ha sido un período para el borrón, la tachadura, el rehacer que cada texto exige. Ha sido una siembra que ha dado sus frutos, no importa la maloja que, en definitiva, ha de servir de barda. No es necesario escucharlo en su voz, basta con horadar ese su más reciente texto (Ruptura del Semblante) pletórico de construcciones cuidadas, hilvanadas con tino y mesura, más que de los fragmentos que suponen sus anunciados rompimientos. En esta obra se aprecia, de manera clara y convincente (tal vez intencional), una unidad temática y formal, una voz metapoética que cumple un cometido: revelar, reflexionar, provocar…
La persistencia del esfuerzo por un fin trazado parece haber sido semilla selecta en tierra fértil. Como muestra, Ike no puede esconder su autoencuentro en unas reconstrucciones nucleadas alrededor de lo lírico-reflexivo, a través de textos metapoéticos. Su propuesta literaria gana en madurez, en reflexión, en imágenes, en ritmo… pero sobre todo en énfasis sobre la intención. Aquí, en sus aparentes rupturas, exhibe lo que llama “Soplos de mi ser me transitan / del hacer al hablar / decididos a resplandecer la verdad / como relámpago”. Y asegura que “Germina el nuevo grano / enterrado en el surco”. Así es, para bien de la literatura, la poesía y de esa metapoesía que él defiende con argumentos e imágenes.
Pero, ¿qué más revelador del verdadero ascenso de Ike Méndez, el poeta, el metapoeta y sus creaciones, que estos versos?: “He cortado el nudo delante de las sombras / descubierto la luz a orilla de mi cuerpo / sobre huellas del aprendiz”. Así se siente, así nos hace verlo porque así va: sin ataduras, bajo un aro de luz infinito, observador de las huellas que dejó en aquellos versos que seguro quedaron tan bruñidos como el papel donde intentaron germinar.
Hoy es otra la imagen en el mismo poeta: un poeta más hecho, más sensato y reflexivo; creador que se autoexige, consciente de que el camino es largo y apenas comienza.