El profesor Tolentino Dipp y el amigo Hugo

La libertad consiste ante todo en no mentir. Donde proliferan las mentiras, la tiranía se anuncia o se perpetúa.” Albert Camus.

Ajusticiado el tirano, la sociedad dominicana se desborda de entusiasmo para alcanzar la libertad y cada clase o sector social emprende la búsqueda de ese preciado bien, tan ansiado por más de tres décadas. Trabajadores, profesionales y estudiantes asumen la vanguardia de esa oleada cívica, que se fue apropiando las calles y plazas pidiendo justicia; donde cada sector levantaba sus propias reivindicaciones.

Los estudiantes que acompañamos  al resto de la sociedad en esa hermosa gesta libertaria, profundizamos en la tarea de develar el oscurantismo de la ignominia trujillista, que se empeñaba en torcer el conocimiento de la realidad social e histórica de la República Dominicana.

Ese ejercicio lo iniciamos desde la secundaria, cuyos textos para enseñanza de la Historia Dominicana eran fuertemente cuestionados por un alumnado, que si bien aún no había alcanzado, la madurez de la reflexión, le sobraba suspicacia para dudar de esa visión tubular que conducía a la exaltación del Benefactor como gran hacedor de la Nación.

Eso implicó la búsqueda de nuevas lecturas, interés en los temas del cambio social, con lo cual se estimulaba el deseo de superación intelectual y encontrar respuestas propias frente tantas interrogantes que nos planteaba la brecha histórica que se abría en el país.

Nos estimulaba saber que existían jóvenes estudiantes universitarios que no solamente se convirtieron en líderes en la lucha por la libertad en su confrontación directa frente a los residuos de la tiranía, sino que eran capaces de enfrentarse con sus ideas a la intelectualidad trujillista que pretendía mantener la mampara tenebrosa de la dictadura. Aquel joven liderazgo planteaba consignas como la libertad de cátedra, la eliminación de la Guardia Universitaria, el fuero y la autonomía universitaria, el cogobierno universitario, la democratización del ingreso. 

Llegamos a la Universidad con ese programa de lucha, gran curiosidad por los nuevos saberes y comprometidos al tope con nuestros estudios de Sociología. En ese contexto ya resonaban los nombres de los profesores que regresaban del exilio y que acompañaban al movimiento estudiantil en sus reivindicaciones. No fueron muchos, pero todos de grandes cualidades. El profesor Hugo Tolentino era uno de ellos.

Nuestra promoción adoptó al profesor Tolentino desde el inicio, con sus cátedras de Historia, pues con él confirmábamos las tergiversaciones y falsos mitos que se nos habían inculcado en la educación primaria y secundaria. Previo a recibirle en clases ya había colocado la espada de la justicia sobre la cabeza del traidor Pedro Santana, tanto en escritos como en programas de televisión; lo mismo que había relanzado la figura de Gregorio Luperón con su perfil nacionalista. Pero no es solamente el señalamiento puntual sobre algunos hechos, sino que pudo explicarnos los mecanismos aplicados en el pasado para la tergiversación de la Historia y como era esa una manera de despojar la sociedad una serie de rasgos propios de la verdadera identidad nacional dominicana.

Aquel joven venía de ser entrenado en la disertación francesa, método de exposición de armónica coherencia, que facilita al receptor acompañar al expositor en la búsqueda de conclusiones sobre el tema en cuestión. Nos forzaba al razonamiento sobre los hechos históricos y a diferenciar estos de los simples acontecimientos. Con cátedras empezamos a romper la ficción de que la Historia era algo así como un simple relato de los acontecimientos del pasado, que escuchábamos en aquellas monsergas soñolientas a las que estábamos acostumbrados. Aquel fue un ejercicio para introducirnos en la ciencia histórica, como otra de las ciencias sociales que al igual que la Sociología, eran de reciente aparición en el país. Tolentino hacia galas de dominar lo más avanzado de la Escuela de los Anales en Paris, pero además reforzado por las orientaciones del profesor inglés Eric Hobsbwam.

La década del cincuenta, cuando recibió su formación en Europa, fue otro factor relevante para que este intelectual dominicano se sintiera comprometido con ofrecer sus conocimientos en aras del cambio social y político de su país. Soplaban en el viejo continente los vientos de la lucha contra el colonialismo. La intelectualidad de entonces se abrogaba el deber de desestructurar las mentalidades colonialistas, embadurnadas de racismo. La intelectualidad europea estaba en abierta revuelta, contra de ese arcaico mecanismo de dominación y explotación. Los defensores del colonialismo, carecían de arraigo en los centros académicos. Brillaban pensadores como Albert Memmi; Franz Fannon; Albert Camus; Jean Paul Sartre; Aimé Cesaire; Leopold Sedar Sengor y muchos otros. A todo esto, eran los años en que el pensamiento marxista predominaba en  las aulas universitarias de toda Europa; con lo cual se reforzaba esa tendencia a comprometerse con la lucha de los pueblos.

Con ello queremos señalar que su interés en tratar el asunto de la identidad dominicana, en el proceso de constitución de la nación, era algo que estaba en su formación académica. No era un asunto por moda o pose exhibicionista, sino la obligación de contribuir a desentrañar cómo se construyeron falsos mitos para distorsionar la verdadera esencia cultural y política de la República Dominicana.

Deslumbrados por su erudición y la cercanía en el trato con nosotros, todos terminamos siendo sus amigos, unos, más que otros, pero todos aprovechábamos para consultar sobre temas conexos.

La revuelta de abril nos colocó a todos en las calles, ya José del Castillo contó, cuando Hugo nos invitó al Palacio Nacional bajo el muy efímero gobierno de Molina Ureña, a lo que yo agrego que la invitación se produjo estando nosotros en la calle 30 de marzo, por donde él venía bajando junto a Alfredo Conde Sturla con una multitud y ambos estaban armados.

Ya no contábamos con el horario de clases universitarias para hablar con el Profesor periódicamente, pero ocurrió algo muy significativo para nosotros y es que una mañana bajo las sombra de los laureles del viejo local de la Academia Dominicana de la Historia, nos hizo entrega de varios ejemplares de “Los Papeles de Pedro Francisco Bonó”, invitándonos a familiarizarnos con el que nos informaba era el primer sociólogo dominicano. Aquel fue uno de los descubrimientos de nuestra carrera, pues habíamos iniciado los estudios sin saber que habíamos tenido esa colega en el siglo XIX. Durante esos meses del conflicto bélico, aunque nos vimos poco, estuve al tanto sobre el magnífico trabajo que realizaba junto a Jottin Cury, porque mi padre Fernando Arturo Silié Gatón era el ministro de educación de Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Con la salida de las tropas de ocupación, se abrió a otro escenario de lucha: el Movimiento Renovador, donde Hugo Tolentino junto a su apreciado y respetable Andrés María Aybar Nicolás y cientos de profesores, apoyados por el movimiento estudiantil se parapetaron tras la Cátedra para que la UASD reabriera sus puertas con una verdadera reforma universitaria.

Hugo Tolentino Dipp en una de sus últimas apariciones públicas, cuando presentó el libro Sabores Ancestrales, publicado por Inicia. A su lado, Felipe Vicini

La amistad siempre se mantuvo, con visitas y consultas esporádicas. Como yo había pasado a dirigir la sección del bachillerato en la Academia Renacimiento y además me había hecho profesor de historia, invité al maestro para que ofreciera una conferencia en la escuela. En ese período le visité un par de veces en la Doctor Delgado, siempre el día sábado. En esa oportunidad pude encontrarme con Felix Servio Doucudray, Pedro Mir y Joaquín Basanta  y el mismo Jottin que era su vecino. Fue en una de esas visitas que me preguntó si seguía estudiando francés, sugiriéndome que terminara mi carrera y tratara de irme a Francia. Al concluir el pensum me precipité a presentar mi tesis, en la cual obtuve su orientación y apoyo en todos los sentidos. Posteriormente Tolentino me presentó al responsable francés de las becas en la Embajada y terminé obteniendo la beca. Cuando esto pasó, me invitó al departamento para orientarme acerca de los estudios en Paris y algunos tips para “defenderme” en el medio que me esperaba.

Su porte elegante todos lo apreciaban; así que algunos "comparones" no perdimos tiempo en saber que Roque Felix, y Zueta eran sus camiseros y cuando me iba para Francia ordené una docena de camisas de algodón con cuello y puño. O sea que "llegué acabando", pero cuando me tocó la realidad del lavado y planchado, empecé a usar las camisas planchando sólo el cuello y por encima un suéter.

A mi regreso de Francia a finales en el 1975, me envió de inmediato adonde Emilio Cordero Michel para publicar mi tesis de grado. Para entonces ya estaba casado con Ligia Bonetti a quien me presentó y junto a ambos pudimos compartir agradables momentos, descubriendo al anfitrión encantador: el parrillero, el cocinero, en fin al sibarita del buen vivir, cualidades que cultivó a hasta finalizar sus días.

En 1977, coincidimos en un evento sobre esclavitud celebrado en Haití y convocado por la UNESCO. También asistieron Frank Moya Pons y Bernardo Vega. Era mi primera visita al país vecino y me dio algunas pautas sobre la ciudad. Junto a Ligia me invito dos veces a cenar y una de esas noches incluí a Franz Voltaire. Al concluir el seminario Jean Claude ofreció un coctel en el Palacio, y Hugo dijo que a ese no lo saludaría y como si estuviesen escuchando llego un “macoute” intelectual a decirnos que el Presidente apreciara mucho saludar a la delegación dominicana. No hubo forma……

Al terminar su Rectoría, se retira de la vida universitaria y pasa a desarrollar una mayor vinculación con la política partidaria junto a José Francisco Peña Gómez, mientras yo impulsaba mi trayectoria universitaria, hasta alcanzar la vicerrectoría académica en la UASD y luego en la FLACSO. Podríamos decir que nos mantuvimos en actividades distintas, pero nunca distanciados en nuestra amistad. Volvimos a unirnos en la última batalla de José Francisco Peña Gómez, abriendo las ventanas que los vientos del odio y la insensatez cerraron para siempre.

Rubén Silié, sociólogo y embajador dominicano en Chile

Cuando lo nombraron como Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, me invitó, como siempre a tomar un café a las ocho de la mañana en la Abraham Lincoln para decirme que me nombraría embajador y le dije que lo aceptaba, pero honorífico y con la disposición de ayudarle en lo que se le ofreciera. Así lo hizo y fue cuando organizó un grupo consultor para trabajar la Ley de Migración, junto a Wilfredo Lozano, Carmen Amelia Cedeño y más tarde Franc Baez Evertz. Entre tanto se presentó la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, en Durban (Sudáfrica), del 31 de agosto al 8 de septiembre de 2001 y me designó como cabeza de la delegación dominicana, junto a Rhadys Abreu de Polanco y Anabela De Castro.

Mi designación como Secretario General de la Asociación de Estados del Caribe, le satisfizo mucho y aunque no me visitó en Trinidad – Tobago, estuvo muy al tanto de mi gestión. Lo mismo con la embajada de Haití. Allí fue a verme tras el terremoto y otras veces junto a Sara, Soledad, Bernardo y María Filomena, agotamos extensas visitas por el Norte, Centro y Sur, siempre detrás de reconocer sitios emblemáticos; comprar cacharros; artesanías, pinturas, además obviamente de degustar la cocina de Mimi en Florville. Fueron muy especiales las visitas a la prima Nasdha Atille que terminamos adoptando.

No hemos resaltado que su amistad implicaba un permanente ejercicio intelectual de discutir o disentir y donde nunca se hacían concesiones graciosas.

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