En el año 1969, luego de haber permanecido por unos 4 años, regresé desde Brasil donde había estudiado sociología en la Universidad Católica de Río de Janeiro, gracias a la acción visionaria, convertida en política de Estado, del profesor Juan Bosch al asumir la Presidencia de la Republica.  Bosch comprendió  como estadista, que para conseguir acelerar el desarrollo del país, debían formarse nuevos recursos humanos profesionales que complementaran a los tradicionales académicos de la época.

Cientos y cientos de jóvenes provenientes de todo el país, fueron enviados a diversas universidades en diferentes países.  Estos jóvenes no eran becados por organismos internacionales, sino por el Estado Dominicano por iniciativa del Presidente Juan Bosch, como afirmamos anteriormente.  Oriundos de Bani, fuimos beneficiarios cinco para estudiar ciencias sociales en Brasil.  Del grupo, cuatro decidimos estudiar sociología, que apenas comenzaba su enseñanza en la UASD.

Ese mismo año, 1969, ingresé como docente a la Escuela de Sociología en nuestra Universidad Primada de América, de la cual llegué a ser director y culminé siendo “Profesor Meritísimo”.

Dagoberto Tejeda Ortiz, sociólogo y antropólogo

En esa época, la UASD tenía a los mejores docentes del país, progresistas, de avanzada, con visión y determinación patriótica, orgullosos de ser profesores de la “Universidad del Pueblo” y con la conciencia de que esta “era conciencia de la nación” y herencia de la epopeya trascendente de la heroica revolución de abril del 65.

Entre los docentes ilustres, me señalaban al historiador Hugo Tolentino  Dipp, al cual para entonces no conocía. Comencé a asistir a sus clases de historia como oyente: Era profesor brillante, austero, formal, profundo, innovador, provocador, donde nadie salía de su clase hasta que terminara y donde ante cada palabra que articulaba, parecía  detenerse el tiempo.   ¡Era todo un maestro! ¡Sus clases eran cátedras magistrales!

No era pedante ni petulante. Era un ser humano singular, excepcional.  Un profesor que irradiaba respeto y  fascinaba a todos por sus conocimientos, de una nueva historia, de una historia marxista, que chocaba con la historiografía tradicional, colonizada y alienada, de una historia al revés, que nos habían enseñado durante toda la vida.  Hugo, no era un profesor cualquiera.  ¡Era un sabio!

Desarrollamos una gran amistad y en la medida en que lo conocía, me di cuenta de sus antecedentes y de un historial que lo sobredimensionaba: El Hugo antitrujillista y sobre todo, el Hugo de la Revolución de Abril, del intelectual que se integró al llamado de la Patria, de su participación al lado de Francisco Caamaño, el Comandante de la Dignidad. ¡Hugo demostró  siempre su coherencia entre su discurso patriótico, revolucionario, en las aulas y en su vida! 

Fue uno de los mayores responsables del Movimiento Renovador, cuando la UASD dejó de ser una universidad de élite, para convertirse en la Universidad del Pueblo.  Es gracias a su entrega, que hoy miles de profesionales de escasos recursos, deben su inclusión a la vida académica.  A su transformación y calidad de vida. La conducta de Hugo era intachable, era un modelo del profesional, del profesor, del historiador,  comprometido con los mejores intereses de la UASD y de la Patria.

En plena dictadura-ilustrada Balaguerista, durante el período de los doce años, muchos uasdianos, entendíamos que la Rectoría debía ser ocupada por una persona de la coherencia, estatura, capacidad y trayectoria de Hugo Tolentino Dipp.  Fui uno de los seis profesores que firmamos una convocatoria a la familia universitaria proponiendo a Hugo para la Rectoría.  Ni nos equivocamos ni nos defraudó, haciendo una de las más trascendentes gestiones en la Rectoría de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD, en toda su historia.

Pero lo más admirable de Hugo no eran solamente sus cualidades humanas, puedo aseverar también;  su coherencia,  sus dimensiones ideológicas, sus perspectivas sobre el ser humano, la dimensión de su identidad mulata, el valor de la presencia y herencia africana, su visión sobre las relaciones dominico-haitianas, su respecto, admiración y solidaridad con José Francisco Peña Gómez, el líder de masas más grande y trascendente de nuestra historia. Su compromiso con la historia, la Patria y el pueblo dominicano.

Hugo, para mí, es el profesor innato, modelo, el profesor por excelencia, donde la docencia era un sacerdocio, un compromiso, una coherencia entre el discurso y la vida.  Sus aulas no eran las típicas cuatro paredes, sino el país.  Por eso, su amor por la Patria, la admiración de sus héroes, como los Padres de la Patria, Gregorio Luperón, Manolo y Caamaño; fueron demostraciones, fueron testimonios de vida, de su honorabilidad, su honradez, su repudio  a la apropiación de los bienes del pueblo, al oportunismo político.  Dio con su propio ejemplo de vida, clases de ética, de honradez, de pulcritud, de decencia donde quiera que estuviera, sin importar los puestos y las funciones.  Siempre era él mismo, sin importar que fuera el canciller de la Republica o el Presidente de la Comisión Dominicana de la Ruta del Esclavo de la UNESCO.

En su casita de campo en los alrededores de la ciudad de Santo Domingo, por donde pasaron los esclavos liberados que salieron de los ingenios azucareros del eje Haina-Nigua-Nizao, en el escenario donde nació y se desarrolló la primera industria azucarera del Nuevo Mundo, recibió como un príncipe a Dudû Dien, responsable del programa de la Ruta del Esclavo para América Latina de la UNESCO.  Ese día memorable, Hugo, Dudû y yo sembramos una ceiba, árbol simbólico y sagrado de África.

Hugo Tolentino Dipp, docente, profesor, maestro, investigador, historiador, político, patriota, no se doblegó, no transigió, no se vendió,  dejó la herencia de sus conocimientos, de su ejemplo, de su coherencia, de su amor por la UASD, por la Patria, por el pueblo.  Fue el mejor manual, el mayor legado, la mejor cátedra que nos dejó, el maestro, el profesor, el político y el historiador. ¡El Hugo que conocí pasó a la historia! ¡Al morir, volvió a nacer en el infinito!  ¡Hasta luego, maestro!

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