Sevilla, 1 jul (Álvaro Rodríguez del Moral).- El escritor Ernest Hemingway se quitó la vida en su casa de Ketchum, en el estado norteamericano de Idaho, el 2 de julio de 1961, hace ahora 60 años, poniendo fin a un proceso de destrucción personal enhebrado al alcohol, los delirios y el enfrentamiento a sus propios demonios familiares.
Al Nobel le había dado tiempo a despedirse de España y los españoles en una fugaz visita en 1960, un año después de disfrutar las que fueron sus últimas fiestas de San Fermín -que universalizó a través de sus libros y visitas- y vivir en primera línea aquel enfrentamiento taurino y personal entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez que pasaría a la historia como ‘El verano peligroso’.
El escritor norteamericano había descubierto España en julio de 1923 después de participar como conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial. El encuentro con el país que tanto amó se produjo en plenas fiestas pamplonicas hace casi un siglo. Y llegó el flechazo. Aquel viaje iniciático se vería reflejado en su libro ‘Fiesta’.
‘Fiesta’ no dejaba de ser un retrato fiel del periplo sanferminero del periodista veinteañero y su breve tropa de acompañantes, pero también era una nítida radiografía de aquella ‘generación perdida’ de entreguerras que encarnaron otros autores como John Dos Passos y Scott Fitzgerald.
Las visitas a España y su reencuentro con los sanfermines se prodigaron a través de la década pero hay que subrayar un encuentro crucial que cambiaría la historia personal del escritor. Se trata de la compleja amistad iniciada en 1925 con Cayetano Ordóñez ‘Niño de la Palma’, torero que también se vería retratado literariamente en ‘Muerte en la tarde’ bajo el nombre ficticio de Pedro Romero.
La crónica de aquel enfrentamiento había sobrepasado ampliamente los límites de espacio marcados por la revista norteamericana convirtiéndose, finalmente, en su testamento literario bajo el título de ‘El verano peligroso’
El estallido de la Guerra Civil marcó su retorno a la piel de toro como corresponsal bélico comprometido con la causa perdida de la II República. Aquellas experiencias vitales, una vez más, se iban a ver reflejadas en otro libro: ‘Por quién doblan las campanas’.
DE VUELTA A ESPAÑA
Tuvieron que pasar casi tres lustros para que el escritor, en plena decadencia física y personal, volviera al país que tanto amó. Fue en 1953, año de su redescubrimiento de Pamplona y las fiestas de San Fermín. Antonio Ordóñez, que había tomado la alternativa sólo dos años antes, propició una cita entre ambos que culminó con una cena en el célebre restaurante Las Pocholas.
El recuerdo del Niño de la Palma, padre del genial diestro rondeño, gravitaba en ese reencuentro personal que suponía el inicio de una peculiar amistad filial. Ordóñez siempre llamó al escritor ‘Papá Ernesto’ y lo paseó de plaza en plaza formando parte de su séquito.
El autor de ‘El viejo y el mar’ volvería por última vez a Pamplona en 1959 transformado en una auténtica celebridad gracias al premio Nobel que ganó en 1954 y, sobre todo, a la extraordinaria difusión de su libro ‘Fiesta’, convertido en el cuaderno de bitácora de los primeros visitantes extranjeros a las fiestas navarras.
EL VERANO PELIGROSO
Hemingway se había comprometido con la revista ‘Life’ en 1959 para reportajear el enfrentamiento en los ruedos de Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez que el escritor, de alguna manera, fabuló contribuyendo a la mitificación de aquella competencia que, en cualquier caso, acabó siendo real y sangrienta.
El diestro rondeño había entrado en la órbita de la casa Dominguín por la vía del apoderamiento. Esa cercanía favoreció el noviazgo y posterior boda con Carmen, la hermana de Luis Miguel e hija del viejo Domingo Dominguín. La relación entre los dos cuñados era tremendamente compleja -eran dos gallos imponentes en el mismo corral- y el apoderamiento se rompió en 1956, volviendo Ordóñez al redil de la casa Camará.
Domingo Dominguín, en su lecho de muerte, quiso arreglar el distanciamiento entre su hijo y su yerno e hizo prometer a Luis Miguel que volvería a alternar con Antonio. El patriarca falleció al declinar la temporada y al alborear la de 1959 se anunció que Ordóñez y Dominguín iban a torear juntos bajo la dirección de Dominguito, hermano mayor de Luis Miguel.
El llamado “verano peligroso” en realidad se limitó a diez corridas de toros, pero las chispas saltaron especialmente en los mano a mano que se programaron en las plazas de Valencia, Málaga, Ciudad Real y Bayona. No hubo trampa ni cartón: Antonio cayó herido en Aranjuez, Palma de Mallorca y Dax; su cuñado Luis Miguel recibiría las heridas más graves en Málaga y Bilbao.
Luis Miguel cumplió la promesa que le había hecho a su padre y volvería a coincidir con Antonio en algunos carteles de la temporada del 60 pero con la muerte del patriarca de los Dominguín aquello tenía los días contados. El apoderamiento se rompió y Luis Miguel se retiró del toreo aquel año. No volvieron a torear juntos.
La crónica de aquel enfrentamiento había sobrepasado ampliamente los límites de espacio marcados por la revista norteamericana convirtiéndose, finalmente, en su testamento literario bajo el título de ‘El verano peligroso’.
Para entonces, el viejo escritor ya había rebasado un punto de no retorno marcado por el alcohol y los delirios. Al amanecer del 2 de julio de 1961, a punto de cumplir los 62 años, cogió una escopeta de su armero y se disparó en la cabeza. EFE