Texto del actor y crítico de teatro Reinaldo del Orbe. Especial para Acento.com.do
El universo, es un todo encerrado en una nada desconocida. Sus confines van más allá de la percepción humana, superan los límites de nuestro entendimiento. La finites humana no puede comprender la infinites que nos arropa. Las ciencias definen su totalidad con palabras ambiguas e inmedibles, crean objetos para medir la fuerza de su abstracción, como los relojes, y empequeñecen su capacidad todopoderosa comprimiéndola en una ecuación matemática.
El arte ha destruido la desilusión que causa en nuestros corazones las vagas ideas que las ciencias se empeñan en enseñarnos. De explicaciones en el arte sobre el universo hay muchas, pero no lo disminuye, sino que lo engrandece, reconoce sus diferentes fuerzas y le otorga a cada una un emisor y un talento.
Su explicación es concreta y diáfana, no cambia en su origen ni se diluye en el tiempo. Tan simple como decir el dios Heh fue el creador del mundo, padre de la inmortalidad y genio del tiempo infinito, además de haber sostenido el cielo de los árabes, mientras que Atlas sostenía el de los griegos, y que una diosa incomoda derramó leche de sus pechos creando las constelaciones del cielo.
El universo siempre ha encontrado una explicación en el arte, que aleja a la humanidad de las estrechas matemáticas. Aunque el universo se considera matemático, nos salva que aún no existe un dios que ame las matemáticas. Lo que sí es cierto es que tanto la ciencia con su big bang y el arte con sus dioses caprichosos comulgan una idea sobre el origen del universo: “”el caos”. A partir de ese punto nacen las estrellas, sus planetas, los humanos, y obvio… los extraterrestres.
Haffe Serulle, está presentando su obra de teatro El Vuelo. El maestro de las artes escénicas sin darse cuenta se desnuda, y nos muestra recónditos tesoros de su alma que revelan lo mucho que le queda de niño: “Quiere poseer el poder de descifrar el lenguaje de las estrellas, entablar una relación directa con el universo, y quizás tener como amigo un extraterrestre que duerma bajo la cama”. Esto lo demuestra con su inefable dramaturgia, llena de metáforas siderales, aforismos científicos, y una prosa tan cuidada que llena de belleza el Palacio de Bellas Artes. Su dramaturgia es su mejor talento.
Los pasajeros antes de abordar la nave son recibidos por el personal, y deben escuchar de pie algunas advertencias y notas previos a iniciar la experiencia sideral. Luego son guiados hacia la nave donde ya se pueden sentar para iniciar el vuelo, pero por desgracia se ha perdido un pasajero.
El vuelo no puede iniciar sin él, además deja un asiento vacío que debe ser ocupado. Mientras los asistentes del viaje nos van contando esta travesía, nos sorprendemos con un vestuario que fue atinado en su totalidad para el montaje, un maquillaje ajustado a lo requerido, y con las melifluas voces de cada uno de los intérpretes.
Sin lugar a dudas que el espectador llega a preguntarse si estos extraterrestres que nos hablan utilizan algún sintetizador para crear el efecto “Voocher” en su voz, pero todo es fruto del esfuerzo de año y medio de trabajo, nos comentan ellos mismos en el camerino después de la función.
Entre los intérpretes que defienden el montaje están Madeline Abreu, Anthony Alexis Espinal, Isen Ravelo, y Judith Batista. Es muy complejo hablar de estos actores (extraterrestres) con unanimidad debido a que la dirección de la misma (probablemente también la dramaturgia) está realizada en un reparto coral, lo que imposibilita destacar personajes ya que todos están al mismo nivel de caracterización, y participación dentro del montaje.
No obstante podemos relucir la potente voz de Judith Batista, la fortaleza física y complejidad de movimientos de de Anthony Alexis, la coordinación de Madeline Abreu, y la sorpresiva voz de ópera de Isen Ravelo.
Haffe Serulle, ha creado con su obra teatral “El Vuelo” una serendipia en el calendario teatral dominicano, una obra que parece contener efectos visuales en vivo, con una exquisita dramaturgia, y un reparto coral que alcanza niveles de actuación tan altos que llena de gloria la escena nacional.
Al final, la nave despega, se inicia el vuelo, se apagan las luces, se queda el cielo iluminado de estrellas, y emprendemos el viaje hacia el infinito, y llegamos a la mejor obra que ha presentado Haffe Serulle.