SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Para quienes han visto el monólogo Magdalena, (no estoy entre ellos por estar fuera del país), que se vuelve a montar este fin de semana en la Sala Ravelo, el riesgo más común es contraerse a la idea de que es el mismo montaje teatral de buen texto, magistralmente actuado por la Carlota Carretero y con un director y productor de calidad y consistencia, Guillermo Cordero.

Guillermo Cordero, auténtico renacido director teatral con Magdalena luego de El último instante, de 2016.

Esos elementos pueden ser el motivo para que se haya establecido nuevamente esa relación indescriptible cuando las acciones en tablas envuelven al público por su fuerza expresiva.

Guillermo Cordero sobrepasa la calidad de sus montajes. Son el fruto que ha cosechado en base a talento, disciplina y estudios de academia. Nada es casual. No es moneda de oro. No es aceptado por todos. Su temperamento es, como el de todo artista, centrado en sí mismo y a veces su ego, lo excede. Pero ….a quien no?

Cordero es un resultado anterior al impacto de este montaje que expone la psiquis y el mundo interno de la mujer terrenal que más cerca estuvo de Jesús, el maestro de Galilea. Las razones de su éxito, no se cosechan ahora por Magdalena.

Su renacimiento como director, tras establecer un nombre como productor de complejos musicales y súper producciones escénicas de gran presupuesto, en espectáculos inolvidables y costosos, no pocas veces le pasaron la facturas sin tomar en cuenta su entusiasmo ni la fantasía estética de su rictus creativo.

Víctor Victoria y El Beso de la Mujer Arana fueron dos montajes que le inscribieron en el selecto círculo de la más alta impecabilidad teatral dominicana.

El último de sus grandes musicales fue escenificado en febrero de 2009, con El Violinista en el Tejado, que disfrutamos en el Teatro Nacional. El artista, nacido en Santiago el 21 de abril de 1957, ya antes había enfrentado los desafíos logísticos del gran formato teatral.

Para muchos, ese musical, por las consecuencias que tuvo, decretaba el retiro de este hombre. Se sabía que no serían inútiles para el país sus estudios avanzados de danza y coreografía en el Alvin Ailey American Dance School, Broadway Jazz, en el Phil Black Dance Studio y en el Carnegie Hall School of Ballet, ni sus estudios de Producción y Dirección de Espectáculos y Televisión en el Center of Media Arts en la ciudad de Nueva York.

Con el montaje de Magdalena, su segundo trabajo teatral en esta nueva etapa de pequeños formatos escénicos, tras la soberbia demostración de buen teatro con su deslumbradora versión de El Último Instante, (Franklin Domínguez) en agosto de 2016 -sin dudas lo mejor ofrecido teatralmente para el teatro local-, Cordero evidencia que las razones para aplaudirle son producto de la formación. Sumada a esta una disciplina casi obsesiva y muy única para nuestro medio, se unió al sentido creativo y su necesidad de expresarse como artista de la escena.

Para Cordero, los monólogos con ese torrente interpretativo de la Carlota Carretero han supuesto una página nueva para el registro del teatro criollo, que se desliza por los pasillos orondos del trabajo realizado a profundidad.

El montaje de Magdalena, versión libre de un ensayo de Margarite Yourcenar, no lo hemos visto, pero las referencias que nos llegan, y que se agregan al análisis de la carrera de Cordero, deja sentir que se trata de un episodio que nadie debería perderse en la Sala Ravelo.