La escritora de literatura infantil Mary Collins de Colado nos presenta en su libro Guay, ay ay ay dos historias, una en prosa y otra en verso.

En la primera, titulada de la misma forma que el libro, nos habla de un hormiguero poblado por grandes “hormigas caribe”, en donde la abuela hormiga contaba historias, mientras las demás se reunían en torno a ella, “en un círculo casi perfecto de pequeñas cabecitas oscuras”. A través de este personaje, la autora narra acerca de cómo lagartos de “tierra y aire” trataron de comer un insecto atrapado dentro de una pieza de ámbar. Solo su amigo, el pájaro carpintero, pudo con su pico comenzar a abrir la resina solidificada. Mientras lo hacía, el polvillo que se desprendía tiñó sus plumas “de un amarillo intenso”. Cuando por fin pudo romper el ámbar, el insecto, que por cierto era una hormiga, se movió y salió. Los lagartos quisieron atraparla, pero se asustaron al verla tan enojada. Es por ello que, según nos cuenta, a partir de este evento los lagartos cambian de color cuando se asustan, los pájaros carpinteros tienen sus plumas de color ámbar y negro y las hormigas caribe, cuando se molestan, “pican como el mismo ají montesino”.

En la segunda historia, La vez que las mariposas se convirtieron en rosas, la autora narra a través de un poema acerca de “una insólita primavera  en la que el Sol no salió”. Todo era un caos: El cielo se puso bermejo, la luna estaba triste, “las estrellas se fueron de viaje”, y “las montañas se cubrieron por entero con grandes y morados sombreros”. Por otra parte…

“Los ríos ya no cantaban

ni arrullaban la arboleda

con sus chorreras brillantes

deslizándose entre las piedras”.

Todos los animales se sentían perdidos y esperaban con ansias la primavera, pero ésta no llegaba, y “el sol ni se inmutaba”. Pero las que llegaron fueron las mariposas, aunque “no había en todo el campo ni una flor donde posarse”. Es por ello que la mitad de ellas “decidieron convertirse en rosas”, y “sacrificando su vuelo se quedaron muy quietas a cada rama sujetas”. A partir de ahí todos despertaron: el sol, la luna, las nubes “abrieron sus ventanas”, los árboles, el viento y el prado también cantaron.

Estas dos historias, aunque están escritas en géneros diferentes, tienen en común su gran inventiva, la fascinación por la naturaleza, mostrando entre sus líneas la lucha por la supervivencia y la resistencia frente a los obstáculos.

Mary Collins de Colado posee un estilo vivaz, rítmico y descriptivo al narrar, lo que permite al lector mantener la atención y le da la sensación de estar presente dentro de las historias, e imaginarse los detalles del lugar, los personajes, diálogos y eventos, como en este fragmento:

“El campo se vistió de fiesta,

de miles de colores

y mágicos olores”.

¡Enhorabuena por historias como éstas que entretienen, enriquecen y estimulan a través de los sentidos!