Publicada en 1865, Germinie Lacerteux, de los hermanos Edmond y Jules Goncourt Goncourt, llamó la atención debido a que su protagonista es una mujer procedente de las “clases bajas”. Los autores justificaban esta opción en el prólogo, donde se preguntaban justamente si, en los “años de igualdad” en que vivían, aún se podía decir que existían para el escritor y para el lector “clases indignas, desdichas demasiado bajas, dramas demasiado groseros y catástrofes de un terror poco noble” como para no poder constituir materia novelable.

Escrita durante el fastuoso Segundo Imperio, periodo comprendido entre 1852 y 1870, esta novela es una joya de la literatura universal que, en el momento de su aparición, tuvo feroces detractores y apasionados defensores, como Emile Zola. Se entiende esta defensa del autor de Thérèse Raquin (1867), relato del que ya me he ocupado en esta serie, dado que los Goncourt también recurren al determinismo medioambiental para explicar la personalidad y el carácter, de los personajes y, en particular, de una mujer.

La psicología de Germinie, criatura humilde que procede de un medio rural y emigra a los suburbios de París, está marcada por las experiencias sufridas: violación, muerte de su sobrina, muerte de su adorada hija, traición de su amante. La dulzura y la nobleza de corazón, ideales femeninos que deberían regir su conducta en un medio propicio, se transforman en odio y deseos de venganza debido a la crueldad humana que se ceba en ella.

Pero en Germinie se aprecia asimismo un carácter fuerte y una lealtad sin fisuras hacia su protectora, la señorita Varandeuil. Austera, generosa de espíritu, y espléndida con quienes aprecia, esta sufrida dama confía en la criada, hasta el punto de no cuestionarse sus cambios de humor, sus enfermedades ni sus extrañas salidas.

Debe tenerse en cuenta que la mujer se convierte ya por entonces en objeto de estudio, que su apasionamiento y la tendencia a romper moldes se considera, en más de una oportunidad, un “caso clínico de histerismo”, como dictaminaría Charcot (maestro de Freud), médico de enorme influencia en la construcción de tipos femeninos en la narrativa decimonónica, tanto en Francia como en el mundo hispánico.

Con respecto a Germinie, la sexualidad exaltada, la culpa, los remordimientos, el deseo de venganza y de autoinmolación mostraban la fuerte personalidad de una mujer del pueblo, a quien sólo le aterrorizaba que su patrona descubriese lo bajo que podría llegar a descender por complacer al amante, un rufián que la dominaba y que ella misma despreciaba. Muy distinta de la perversa Thérèse de Zola, que cínicamente da muerte a sus benefactores.

Los Goncourt escribirían más tarde que el personaje estuvo inspirado en su criada, quien también había llevado una doble vida sin que ellos lo sospecharan. Los autores, además, pretendían conmover a sus lectores descubriéndoles algo peor que la falta de aquella criada: que en las fosas comunes los pobres se arruman en la misma promiscuidad en que vivieron, que las gentes del populacho ni siquiera conservaban la dignidad del nombre por el que se les conoció. Incluso llegaron a confesar en sus diarios que les desagradó profundamente escribir la novela. Y, sin embargo, pusieron sobre la mesa de la narrativa de la burguesía francesa un personaje obrero, por vez primera extraído de la miseria social.

Ante la tumba sin nombre donde yace Germinie, el escritor Emile Zola sale en defensa de su clase reivindicando la nobleza de corazón que, en un medio propicio, hubiera podido desplegar elevadas virtudes y entregarse a los otros con amor.