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Santo Domingo, República Dominicana.- Manuel de Jesús Galván no es solo una novela, ni es solo literatura; Galván fue un hombre de su tiempo que se movió siempre a la sombra del poder. Fue político, hispanófilo y, como tal, defensor de la Anexión a España, asalariado de los anexionistas y detractor de los Restauradores, empezando por el mismo general Gregorio Luperón.
También diputado, senador, presidente de la Suprema Corte de Justicia, secretario particular del primer Presidente de la República Dominicana, Pedro Santana, vicerrector del Instituto Profesional, criminalista eminente y Ministro de Relaciones Exteriores cuatro veces.
Galván empezó su carrera como servidor público en 1859, de la mano del Presidente Santana. En 1876 fue Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de cinco meses y cinco días de Ulises Francisco Espaillat, considerado por los historiadores como la primera administración liberal de la historia dominicana.
Según Max Henríquez Ureña, no fue la política su consagración más alta. “La crítica histórica depurará sus actos públicos, repartiendo elogios y censuras, pero reconociendo y respetando, desde luego, la energía de sus convicciones y de sus ideas”.
Franklin Gutiérrez, quien prepara una biografía crítica del escritor, considera que, en la política, Galván era un “patriota circunstancial”, dueño de un patriotismo dudoso, y un tránsfuga que se movía a conveniencia a la sombra del poder. “Él era un tránsfuga, y sus cambios no eran de conciencia política, eran de beneficio personal. Él cambiaba porque veía que, a través de ese cambio, podía mantenerse en el Estado, como servidor público y seguir viviendo de eso tranquilamente”.
Galván fue un fervoroso polemista, un gallo de pelea. Peleaba hasta el final y nunca se daba por vencido. Tenía una pluma fina y un sarcasmo inexpugnable en sus escritos periodísticos. Según Franklin Gutiérrez, escribía “sin compasión”.
Como abanderado de la Anexión a España -un difícil proceso político y militar que, tiempo después, Pedro Henríquez Ureña calificó como “un desesperado intento para salvar la hispanidad de Santo Domingo”- Galván le fue encima a los Restauradores y hacia ellos enfiló su artillería pesada. A Luperón lo llamó Duperón, insinuando la dualidad de una ascendencia haitiana; al general Gaspar Polanco, a quien Juan Bosch considera “el gran jefe guerrero” de la Restauración, lo tildó de “traidor sin fe ni opinión”, y a Pedro Salcedo de “malvado célebre”.
Dijo también que la Guerra Restauradora era “un alzamiento de bandidos”, que las columnas que peleaban la libertad y la Restauración de la República en los campos de batalla eran “hordas rebeldes” que hacían una guerra “injusta y execrable”, y que los líderes restauradores eran “ignorantes como las turbas indisciplinadas que acaudillaban”, que carecían absolutamente de principios, y que sus manos destilaban sangre y sus corazones eran presa de todas las pasiones salvajes que degradan al hombre, transformándolo en una bestia feroz.
Sesenta y seis días después de proclamada la Anexión a España (el 23 de mayo de 1861), en la segunda parte del artículo La anexión es la paz, publicado en el periódico La Razón, hizo una de sus peores proclamas hispanófilas y anexionistas:
“Triunfó la razón, triunfaron las simpatías naturales del pueblo dominicano, a pesar de las tramas y los ardides de nuestros implacables e injustos enemigos. Hoy somos lo que Dios nos hizo: españoles”.
En otras publicaciones periodísticas se refirió a la reincorporación dominicana a la Corona como “el grande acontecimiento que ha transformado a la República Dominicana en provincia española”, y concluyó: “Todo es elevado y noble en la anexión”.
En el colmo de su hispanofilia, Galván dijo que los dominicanos, “por afecto y gratitud”, deben ser españoles, y que, como los habitantes de las demás colonias del Imperio español, deben dar la vida “por el trono de SM (Su Majestad) la Reina”.
Veinte días después de que empezaran en la Línea Noroeste las hostilidades de la Guerra Restauradora (el 5 de septiembre de 1863), Galván les abrió fuego a los Restauradores:
“Apareció el monstruo de la rebelión, y nosotros le preguntamos ansiosamente: ¿Cuál es tu objeto? ¿Qué quieres? ¿Qué principios proclamas? ¡Ay! Demasiado pronto hemos recibido respuesta, y hoy sabemos, de una manera tristemente positiva, que el objeto, la voluntad y los principios de los rebeldes que infestan el Cibao se reducen a esta horrible fórmula: matanzas y destrucción”.
“Ciertamente, ninguna persona dotada de sentido común pudo presumir nunca que un movimiento revolucionario, emprendido contra la benéfica dominación española en este país, pudiera entrañar otra cosa que la ruina de los más sagrados fundamentos sobre los que descansa la sociedad”.
Con Pedro Santana, Manuel de Jesús Galván mantuvo una lealtad a prueba de todo, que se mantuvo incólume, incluso, cuando los patriotas restauradores lo señalaban como un traidor a la patria por haber anexado el país a España.
Entre los meses de marzo y julio de 1889, desde las páginas del periódico El Eco de Opinión, tuvo una larga y aleccionadora polémica con el historiador José Gabriel García, que contestaba, a su vez, en el periódico El Teléfono, y a quien, con irónica dulzura, en la contienda periodística calificaba como “el galano y fogoso contrincante”.
Galván defendía a Santana y García lo cuestionaba. En opinión del primero, Santana era “nuestro libertador”; en palabras del segundo, era un héroe que había dado la espalda a las glorias republicanas del pasado.
Gutiérrez indica que la “hispanofilia tan grande” de Galván tiene que ver con lo que él vio y vivió en su infancia. “Eso fue lo que él aprendió y lo que vivió en el medio en el que se crio. Es evidente en él ese rechazo total a todo lo que fuera negro, todo el que tuviera la piel negra, fuera haitiano o no”.
Expone Gutiérrez que Manuel de Jesús Galván fue un anti-haitiano y un anti-negro a carta cabal. “En todos los escritos de Galván en La Razón, cuando él está en conflicto con los Restauradores, su mayor preocupación era los haitianos, y que República Dominicana corría el gran riesgo de ser una sociedad de negros, y por eso es que él habla, en muchas ocasiones, de la importancia y la necesidad de cuidar la frontera y de impedir que los haitianos crucen para acá porque van a dañar la raza”.
Cuando él estuvo de Misión en Haití, refiere el escritor, su trabajo fue evitar que los haitianos cruzaran a la parte dominicana de la isla.
Manuel Núñez, de su lado, explica que la postura anexionista de Galván vino dada por la inquietud de muchos dominicanos de la época ante la amenaza de una nueva invasión haitiana. “Él apoyó la Anexión, no porque fuera anti-dominicano, sino por el temor a una nueva invasión haitiana. Haití significaba tres peligros: un peligro demográfico, pues tenía cuatro veces más población, un peligro militar, pues tenía 50 mil soldados y nosotros 10 mil, y un peligro económico, pues tenía una economía mayor”.
En efecto, Manuel de Jesús Galván, nacido en enero de 1834, creció bajo el régimen impuesto por los haitianos en la parte oeste de la isla La Española tras la invasión. “La constante amenaza de nuevas invasiones, hasta entonces repelidas a pesar de la superioridad numérica del ejército haitiano, fue la principal causa determinante de una resolución de grave trascendencia que adoptaron Santana y sus hombres de gobierno: apelar al auxilio de España y gestionar la reanexión del territorio dominicano a la nación descubridora”.
También considera Núñez que Manuel de Jesús Galván superó sus posturas conservadoras al formar parte del gabinete de Ulises Francisco Espaillat en 1876.
A Galván lo salvó su libro
Enriquillo, la gran novela que Manuel de Jesús Galván legó a la posteridad, opacó todo aquello que es señalado como punto de controversia en su biografía. Si hoy se le conoce como el gran Galván, como el autor de la primera gran novela dominicana, como el intelectual que ayudó a sentar las bases para fabricar una identidad nacional y como aquel escritor que tejió con magia una historia que aún perdura, es por su libro.
“El éxito de su libro se encargó de sepultar los capítulos oscuros de su vida”, concluye el biógrafo Gutiérrez.
A las puertas de la publicación de la biografía del escritor, Franklin Gutiérrez propone que las próximas ediciones de la novela se publiquen con un prólogo crítico -pero verdaderamente crítico-, que ponga la historia en su justo lugar. “Hace falta una edición crítica de Enriquillo, hecha sin apasionamiento, que ponga a los personajes en su perspectiva”.
Cuando se fueron los españoles
Cuando los españoles se fueron, derrotados por la espada del general Gregorio Luperón y los Restauradores, Galván se fue con ellos, y ocupó el puesto de Intendente de Hacienda en Puerto Rico.
Franklin Gutiérrez sella este momento con una triste reflexión: “Galván le dio a su país Enriquillo, una de las novelas históricas más importantes de la literatura hispanoamericana. La República Dominicana, en cambio, retribuyó a éste con todo lo que una nación puede ofrecerle a un hijo meritorio: fama, dinero, respeto y un lugar donde realizarse como intelectual y donde expresarse libremente. Pero parece ser que Galván no pudo, finalmente, acomodar su espíritu conservador a una sociedad que, como la dominicana de finales del siglo XIX, se alejaba cada vez más del pensamiento colonizador que él defendía. Por eso eligió a Puerto Rico para pasar los últimos años de su existencia, porque en la vecina isla, que apenas acababa de liberarse del yugo español, todavía estaban frescos los remanentes de la cultura española que él defendió con pasión desmedida”.
Manuel de Jesús Galván murió en Puerto Rico el 12 de diciembre de 1910 y fue sepultado, bajo un torrencial aguacero, un día después, en el cementerio Santa María Magdalena de Pazzis, un camposanto junto al mar que data de la era colonial. Sus restos fueron traídos en marzo de 1917 a Santo Domingo, donde reposan en la Catedral Primada de América. En ese momento, la patria dominicana tenía ya casi un año mancillada por las tropas de intervención de Estados Unidos.
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