El escritor francés Valery Larbaud (1881-1957) sintió una gran pasión por la cultura española e hispanoamericana. Incluso tradujo a muchos de sus autores: Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Güiraldes, José Asunción Silva, Alfonso Reyes o Mariano Azuela. También tradujo del inglés a Walt Whitman o a Samuel Butler, además del Ulises, de James Joyce. Pero no podemos olvidar su obra personal y, especialmente, la novela Fermina Márquez.
Ésta, publicada en 1911, nos instala en un internado situado a las afueras de París, el colegio de San Agustín, una institución cosmopolita, ya que la mayoría de su alumnado se compone de jóvenes de acaudaladas familias hispanoamericanas. Allí se reúnen hijos de armadores de Montevideo, de comerciantes del Callao, de fabricantes de sombreros del Ecuador o de banqueros colombianos, como el hermano menor de Fermina Márquez, la joven de dieciséis años, que con sus encantos atrae a una corte de admiradores.
Situado a las afueras de París el colegio está rodeado de un parque, lugar de ensueño con alamedas dignas de Versalles, con árboles frondosos y, en medio, la estatua de San Agustín dominando el valle del Sena, evocador paisaje donde unos jóvenes experimentan los arrebatos del primer amor. Fermina Márquez y su hermana, custodiadas por la vieja tía, a quien llaman mamá Dolore, van todas las tardes a reunirse con el hermano pequeño, a la hora del descanso, para hacerle menos penosa la rigidez del internado.
La belleza de Fermina alborota a los jóvenes del colegio que la siguen con la mirada, aspirando a su paso el perfume de las flores. Su figura, vestida de azul y malva, con ancho sombrero de paja, responde a la noción de la belleza de aquellos jóvenes quienes se escapan del colegio para cortejarla y fumar a escondidas. El narrador, oculto tras los personajes, evoca el poder de seducción de los ojos negros de la muchacha, en los que se reflejaría el cielo entero. Van desvelándose así las claves del amor, cuando surge la pregunta de si es posible llegar a conocer esa parte del otro sexo que hombres y mujeres llevamos escondida.
En 1921 Enrique Diez Canedo tradujo admirablemente Fermina Márquez para la bella “Colección contemporánea” de la editorial Calpe. Intenta mantener la exquisita prosa de Larbaud y destacar la importancia que tuvo para el autor el estudio del carácter de los personajes durante la etapa de la vida en que, adolescentes, nos dejamos arrastrar por los impulsos, por las pasiones tempestuosas que despiertan los otros, distintos o semejantes.
Así, el joven estudioso, el soberbio Joanny Léniot, aparece como el frustrado enamorado de Fermina que, en principio, se protege del amor afirmando ante ella su ego y, en secreto, desvalorizando a las mujeres. Sin embargo, al acercarse a Fermina quedará desarmado por sus respuestas sinceras e ingenuas. La bella paradoja es que si él aspiraba a enamorar a Fermina, acabó enamorándose de ella.
Aunque Joanny dividía a las mujeres en honradas y ligeras, pretendía igualarlas por su actitud sumisa ante los hombres. Todo ello pasa por el filtro del narrador, quien sugiere que el hombre primitivo, el macho, sentó aquella distinción para su propia comodidad, lo que me parece un alegato feminista propio del amplio horizonte de Larbaud, quien se desenvolvió en ambientes cosmopolitas e intelectuales.
Tras terminar de leer Fermina Márquez nos invade una melancolía idéntica a la del narrador cuando retorna quince años más tarde al colegio, ya derruido. Entonces se pregunta qué habría sido de la bellísima joven hispanoamericana.