Cuando se habla del diseño gráfico, historia y evolución, es imposible olvidar y signar la influencia que ejerció en Latinoamérica y sus escuelas de diseño, la nueva gráfica cubana realizada después del triunfo del “Movimiento 26 de Julio”, que determinó el establecimiento, a partir del 1959, de una nueva estructura de gobierno en la isla de Cuba. Mucho se ha escrito sobre la importancia que dio esa “Revolución Cubana” a la comunicación visual, y concretamente al diseño gráfico, como parte vital para el proceso de concientización, adoctrinamiento y educación de su población. Los diseñadores de esa naciente etapa, eran sujetos que no respondían a un
movimiento o escuela de diseño en particular, ya que estos –en su casi totalidad– venían del mundo de la plástica. Eran contados los que habían bebido de las enseñanzas de centros esencialmente dedicados al diseño gráfico, siendo su gran mayoría diseñadores empíricos, que ante la urgencia del momento de encontrar novedosas formas de expresión para comunicar, volcaron su mirada hacia la gráfica más avanzada que se materializaba en algunos países socialistas y capitalistas, dentro de ese esquema de bipolaridad que caracterizó el siglo XX.
La historiadora cubana Mirta Muñiz, en su libro “El Cartel Cubano”(Nuestra América, Editorial. Pág. 10), señala sobre este aspecto : ” A este empeño se sumaron diseñadores gráficos, y otros especialistas provenientes de la publicidad, pintores que ampliaron su campo de acción y estudiantes de arte. Era una masa joven de creadores –la mayoría entre veinte y treinta y cinco años– que en compromiso con su tiempo se dedicó a transformar el ámbito visual y comunicativo.”
Dentro de ese gran período del diseño gráfico cubano, trasciende la obra de Félix Beltrán. El mítico creador del famoso cartel tipográfico con ese CLICK onomatopéyico que llamaba al ahorro de energía eléctrica, quien había realizado estudios de diseño y pintura en la School of Visual Arts de New York, donde pudo nutrirse del conocimiento de míticos nombres de la expresión visual, tales como: Henry Wolf, Saul Steinberg, Alexey Brodovitch, Ivan Chermayeff y Milton Glaser; así como ser asistente de los diseñadores Bob Gill y Herbert Matter.
La efervescencia política que vivía América Latina después del triunfo del levantamiento cubano, volcó la mirada de muchos dominicanos hacia Cuba, dadas las características de un proceso político que influyó decisivamente en diferentes hechos políticos, económicos y culturales de ese país. Recuerdo como disfrute con entusiasmo la lectura del ejemplar “Acerca del Diseño”, autoría de Félix Beltrán, que fuera publicado en 1975 por el Instituto Cubano del Libro. En esta publicación se recopilaban una serie de artículos, entrevistas y opiniones del diseñador gráfico, que según el mismo expresa: “…a veces repite algunas ideas; ello se justifica como reiteración, como insistencia. Por otra parte, su papel es testimonial.”. Para los jóvenes diseñadores latinoamericanos, ese “papel testimonial” de uno de los actores referenciales de un proceso social relevante para el mundo, desde la perspectiva de la comunicación, contribuyó a aclarar sobre los elementos fundamentales que primaron en el desarrollo de una gráfica cubana, que logro elevarse y trascender.
Félix, por decisión y sin escisión, se apartó de Cuba y se radicó en México (1983), donde según expresa Enry Satué *1 : “…el maestro en diseño, sigue a lo suyo repartiendo su gracia a los afortunados alumnos de la Universidad Autónoma Metropolitana de México”. Labor socrática que no sólo a tocado a alumnos mexicanos, ya que en nuestro país ha impartido varios talleres sobre diseño en la Escuela de Artes y Comunicación de UNAPEC (Universidad Acción Pro Educación y Cultura), así como en otras escuelas de diseños de Latinoamérica.
La obra gráfica de Beltrán transita el camino de la denominada “escuela suiza” del diseño, ya que a juicio de Satué, su obra gráfica “se identifica plenamente con el trabajo de Armin Hoffmann y Josef Muller-Brockmann”*2; maestros suizos cuyas piezas de diseños (carteles, logotipos, libros, símbolos, etc.) al igual que las del maestro Félix Beltrán, encierran en esa aparente sencillez minimalista de formas y recursos tipográficos, resultados que reflejan extremada inteligencia, sensibilidad y eficacia en su discurso visual. “El diseño debe reflexionar sobre la simplicidad de los contenidos, contra la simplicidad de las formas, pues la simplicidad depende del receptor, no del emisor”, acota Beltrán.
La fama le precedía cuando conocí a Beltrán, en un congreso de diseño en la que ambos coincidimos como expositores. A partir de esa memorable ocasión forjamos una amistad que se ha mantenido. Las dos veces que he ido a México ó cuando Beltrán ha venido al país, se motivan inexcusables encuentros, las clásicas peregrinaciones a librerías, los esclarecedores conversatorios sobre el acontecer del diseño gráfico y sus actores, acompañadas de parcas e ineludibles libaciones sibaritas. En ambas ocasiones que visité ciudad de México, anuncie por correo electrónico a Beltrán sobre mi estadía y hotel en que me alojaría. El maestro, solícito, llamaba previamente y pasaba a buscarme por el lugar en que me hospedaba, para luego movilizarnos en Taxi por diferentes lugares del D.F..
Un detalle me quedó grabado de estos encuentros, era la vaga explicación de porque no me invitaba a conocer su casa ó estudio, ya que según explicaba: “–estaba mudándose recientemente y tenia todo en cajas”. Esa primera vez, no le di mayor importancia. Cierto tiempo después en mi segundo viaje, y el necesario encuentro con el amigo Beltrán, en cierto momento me repite, dentro de un aparente lapsus mental, la misma explicación que año antes me había expresado, sobre tener todo desorganizado y en cajas. Yo, educadamente asumí lo dicho por el amigo, como si fuera la primera vez que escuchara ese discurso. Mis elucubraciones mentales fueron heterogéneas, pues dada la relevancia del personaje, su prestancia en el mundo del diseño y asumiendo el supuesto del incontable cúmulo de trabajo que debía de tener Beltrán, hacían que danzara en mí mente la visión de un diseñador con un estudio lleno de empleados trabajando para él; con viajes permanentes a eventos y congresos en diversos confines del mundo, lo que lógicamente apuntaba hacia la vida exuberante que debía acompañar a una persona de tanto éxito en su profesión.
Cuando se le otorgó a Félix Beltrán, el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (México, 2013), en la semblanza que sobre nuestro personaje leyó Fernando García Santibañez, quien–al igual que yo en principio–, había supuesto bienes económicos y bonanzas materiales por el éxito profesional nacional e internacional del
diseñador, relató que llegó a inquirirlo sobre el tema con cierta ingenuidad. La respuesta que dio Beltrán, no se hizo esperar: "Estamos acostumbrados a interpretar a una persona exitosa en su vida, con la que evidencia un poder adquisitivo pleno: Despacho de diseño propio, yo trabajo en el comedor; Auto propio, yo no tengo coche; Casa propia, yo no tengo casa; Teléfono celular propio, yo no tengo celular… El mundo capitalista nos moldea los valores constantemente para apreciar más el dinero que a la persona. El éxito capitalista se funda en cuánto tienes y cuánto ganas, no en qué das y cuánto das. El verdadero éxito en la vida como ser humano, está fincado en el ser, no en el tener, en dar no en recibir, a enriquecerse en su interior, no en su exterior …" . Para mí, estas palabras fueron una lección de vida, minimalismo existencial; igual que la exclusión de lo innecesario en sus creaciones, para hacer ver simple lo difícil de su obra gráfica.