SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Carlos Sangiovanni vuelve a la carga con un muestrario de mujeres solas, desnudas y encantadas; bordeando el filo de la isla. Están allí como una ofrenda, como un espectáculo más que se añade al sol del trópico y a los misterios de los aires marinos, propio de las islas. A veces aparecen diluidas tras la técnica de pintura sobre fotografías que caracterizan el universo del autor. Es como si se hubieran ido, como si estuvieran perdida en la selva tupida; y alcanzan solo la estatura de signo.
Pero están allí, se enredan con la adivinación de una forma de mujer que es concurrente al deseo, y no es posible codificarlas en el signo que expresan sin operar al mismo tiempo sobre lo que ellas indican en secreto. ¿Qué son, al fin, estas mujeres desnudas? ¿Monumentos del deseo, pecado, incitación de los sentidos? ¿Un amplio espacio que hay que interpretar, o apenas el signo de una provocación?
La teogonía de los macorijes que recoge Fray Ramón Pané, llamada “Relación de las antigüedades de los indios”, trae la bellísima historia precolombina de la Isla de Matininó, una isla deshabitada a la cual el señor Guahayona llevó a todas las mujeres de Cacibajagua, privándolas de cualquier contacto con el sexo opuesto. Es una ingenua mitología que describe cómo el sexo de las mujeres fue creado mágicamente por un pájaro carpintero que les configuró el hoyo de la vagina con su pico; y vació en el sexo sombrío de un ser de madera, el poder embriagante de la procreación. De ahí en adelante, toda mujer perdida en el laberinto de una Isla tropical, es habitante de Matininó. Y si está desnuda en el fragor de la ardiente floresta, todo el que la mire es, como el frailecito colérico de Ramón Pané,: un fisgón, un voyeur, un espectador impertinente de la desnudez.
Cuando mi amigo Carlos Sangiovanni me invitó a observar los cuadros, enseguida noté que yo era un tercero excluido. Esas mujeres desnudas huyen de algo, se escamotean entre las hojas prefigurando un trance inesperado, salen del follaje y sonríen o miran perdidas en el misterio del agua. Pero no soy yo, el espectador, el voyeur, la sombra de las que huyen. Situado ante los cuadros me sentí absorbido, y viví la sensación de entrar en ellos. En mi infancia eran numerosas las historias eróticas de “La matica”, aquel pequeño promontorio de arbustos que llamábamos Isla, en el que nos podíamos esconder en la playa de Boca Chica. Nadando sigilosos apenas unos metros de la orilla, entrábamos en una zona de tolerancia. Era una heroicidad galante haber vivido una aventura en “La matica”. Falsa o verdadera, cada quien tenía la suya, o la inventaba. Cada quien narraba su historia sin saber que, al final, era la misma de todos.
Fue así como naufragué en el regreso al pasado mirando los cuadros.
Primero la Isla, después la magia de Matininó, y luego la desnudez. Mujeres desnudas, solas, mar, isla, Matininó y follaje. Sexo, incitación, provocación y mar. Incluso historia, y hasta poesía inundan estos cuadros, brotados de la imaginación del pintor y grabadista Carlos Sangiovanni. Extasiado frente a la desnudez, entonces comencé a sentir, golpeando mi memoria, los versos del poeta salvadoreño Roque Dalton: “Amo tu desnudez,/ porque desnuda me bebes por los poros,/ como hace el agua cuando entre sus paredes me sumerjo”.
Nota: La exposición de Carlos Sangiovanni, Isla de Musas Desnudas, estará abierta hasta el 28 septiembre en Sangiovanni Art Gallery & Studio, Arzobispo Meriño No. 111 Zona Colonial.