Varios exilios acompañaron la vida del prócer Juan Pablo Duarte, no pudiendo torcer o doblegar la estirpe y reciedumbre de este gran héroe de la patria. Su primera deportación forzada fue acompañada de un panorama internacional complejo que, si ben aprovechó a favor de la causa independentista de su pueblo, le trajo conflictos que terminaron con su auto deportación en 1843.
Contexto primer exilio
Los años de 1842-1843 son definitorios para la creación de condiciones propicias que culminaron con el momento de la Independencia Nacional del 27 de febrero de 1844. Los fenómenos naturales catastróficos como el terremoto que afectó a la República de Haití el 7 de mayo de 1842 y que dejó prácticamente destruida la ciudad del Cabo Haitiano en el norte y que afectó por igual a Santiago y otras ciudades del norte de la parte este. En dicho terremoto se registraron cerca de 5 mil muertos y acusaciones de incapacidad e insensibilidad de las autoridades en el manejo de dicho acontecimiento natural que influyó en el comienzo de su deterioro político que ya se había iniciado antes.
Sumado como catástrofe, se produjo el incendio de Puerto Príncipe que la deja en ruinas en enero del 1843, y un malestar político que venía ganando terreno se conjuga al desabastecimiento y la crisis económica-comercial que le acompañó.
El desgaste político de Jean Pierre Boyer produce rupturas hacia dentro de Haití y también en la parte oriental de la isla con movimientos separatistas que perseguían derrocar a Boyer de un lado, y del otro lado, procuraban lo trinitarios que la parte del Santo Domingo español se aprovechara para obtener su independencia. Había coincidencias y diferencias en los propósitos.
El movimiento de la Reforma en Haití encabezado por el mulato Hérard Dumesle, inicia sus acciones conspirativas logrando la caída de Boyer el 13 de marzo de 1843, a la que se sumaron los trinitarios y otros sectores de la parte este de la isla. Los separatistas del lado dominicano participaron de las elecciones de representantes en enero de 1842 como parte de ese plan conspirativo contra Boyer.
En estas elecciones obtuvieron masivo apoyo los trinitarios, se hicieron responsables de la nueva reforma constitucional con los revolucionarios haitianos y un artículo de esta constitución separó a ambos grupos porque negaba derechos a los ciudadanos del lado español, entre otros, el tema del uso del idioma castellano y la posesión de bienes inmuebles.
Esta alianza de propósitos duró poco y el general Hérard comenzó la represión de los revolucionarios del lado este de la isla. Las luchas iniciadas como resultado de estas diferencias produjeron la reacción del nuevo gobierno de Haití y bajo el mando del General en jefe Charles Hérad, la emprendió conta los trinitarios, al mando de dos batallones que le acompañaron desde la ciudad de Puerto Príncipe, obligando la salida de Juan Pablo Duarte hacia Venezuela el 2 de agosto de 1843 en un exilio forzado.
Contexto segundo exilio
Las luchas precedentes entorno a la Junta Central Gubernativa una vez obtenida la independencia, trajeron vientos huracanados entre trinitarios y conservadores hateros que terminaron con la deportación de Juan Pablo Duarte el 10 de septiembre de 1844, junto a Juan Isidro Pérez y los hermanos Richiez hacia Alemania, es decir, unos seis meses después de su primer exilio forzado de 1843 retornando de esta primera salida obligada, en marzo de ese año. Las razones esgrimidas desde el poder santanista eran la sedición y seguridad nacional por lo que declaraba la persecución, prisión y exilio a los insurrectos que, según su versión, transgredían el Manifiesto del 16 de enero.
Los subterfugios jurídicos de su persecución y posterior exilio, los elaboró Tomás de Bobadilla, cuadro político del del general Pedro Santana, acusándolos, por demás, de traidores e infieles a la patria. Iniciándose entonces, un largo y desventurado exilio de quien fuere la sublimación de la patria y el símbolo más excelso de la nueva nación, pero así le pagamos.
Estas luchas eran entre el conservadurismo hatero inclinado por el proteccionismo, y el liberalismo trinitario que procuraba una nación independiente. Si bien se dieron las luchas intestinas en el seno de la Junta Central Gubernativa que terminó controlada por los seguidores de Santana, Duarte y sus seguidores continuaron enfrascados por reafirmar una República independiente, democrática y absolutamente soberana, principios que contravenían a los del conjunto de sectores conservadores que además de Pedro Santana, lo constituían otros, como Buenaventura Báez, maderero y afrancesado del sur de la nueva república.
Contexto tercer exilio
21 años después, el prócer de la independencia nacional Juan Pablo Duarte, llamado y atraído por las luchas revolucionarias restauradoras, se pone al servicio de la patria y regresa a su suelo natal a defender el honor patrio mancillado. El 25 de marzo de 1864, entra a la isla por Montecristi, y el 28 visita en Guayubín a Matías Ramón Mella, vicepresidente de la República en Armas, quien estaba muy enfermo, y Duarte escribe al Gobierno Provisional de la Restauración:
“Arrojado de mi suelo natal por ese bando parricida que empezando por proscribir a perpetuidad a los fundadores de la República ha concluido por vender al extranjero la Patria, cuya independencia jurara defender a todo trance, he arrastrado durante veinte años la vida nómada de proscrito, sin que la Providencia tuviese a bien realizar la esperanza, que siempre se albergó en mi alma, de volver un día al seno de mis conciudadanos y consagrar a la defensa de sus derechos políticos cuanto aún me restase de fuerza y vida”.
Demostrando una vez más su amor por la patria, se pone al servicio de quienes controlaban el mando político restaurador que si bien, no lo excluye, tampoco lo incluye a plenitud, en reconocimiento a sus grandes méritos.
La corta misiva que acompañó la respuesta del mando restaurador a Duarte fue una deportación elegante y un despreciable esfuerzo por distanciarlo de lo que todos sabían era su deseo: su país y su lucha independentista, esta vez contra España.
Un mes después de esperar para rendir un compromiso y una oportunidad para servirle a su país, el Ministro de Hacienda del gobierno restaurador Deertjen, le envía el siguiente texto:
“había resuelto-el gobierno CA-, enviarlo a Venezuela a una misión cuyo objetivo se le informará oportunamente”, país desde donde acababa por cierto de venir y de hacer un periplo para llegar a suelo dominicano. Si eso no es un exilio acomodado, explíquenme cómo ajustar esta pieza del rompecabezas.
Rechazándolo Duarte, argumenta su estado de salud para no aceptar, a su decir, tan alto honor, poniendo al servicio del gobierno, sus conexiones y nombres en Venezuela, para que se realizara dicha designación, por él rechazada.
En el Diario de Rosa Duarte, su hermana, aparece una crónica del periódico cubano Diario de la Marina, que comentaba la preocupación de los líderes restauradores ante una posible lucha por el poder que pudiera iniciar Duarte, por lo que se entendía su rechazo a darle acogida en el país, según el diario extranjero.
Exiliado del poder en su propio país, Duarte nunca se pudo comunicar personalmente con ningún miembro del gobierno restaurador y todo el momento histórico de su presencia para ponerse al servicio de la patria tuvo que hacerla vía cartas y correspondencias porque ni eso se le permitió, teniendo que aceptar sin su anuencia, la misión que el gobierno restaurador le sugirió, o le impuso, y a mediados de junio de 1864 parte a Venezuela a cumplir la famosa misión que le tenía reservada el movimiento restaurador, y cuya gesta celebramos con grandes festejos, pero sin sentido de la historia y de su significación y lecciones.
El 15 de julio de 1876 con 63 años muere lejos de su país Juan Pablo Duarte…enfermo, solo, pobre, sin apoyo institucional dominicano, olvidado por quienes lo negaron y quienes le temían a sus principios. La patria perdió su más grande símbolo histórico. Los discursos el día de Duarte, las ofrendas florales, las marchas y homenajes que se le rinde, es parte de una ritualidad del poder que traduce las inconductas de muchos hombres y mujeres que han traicionado los principios por los cuales luchó el prócer de la independencia, pero como en todo, la simulación, pesa más que la verdad histórica.
Las lecciones de la vida de Duarte deben ser motivo de una revisión crítica que saque a flote la traición, la genuflexión, la doble moral y el engaño a que ha sido sometido el pueblo dominicano por muchos de sus líderes y la necesidad de una revisión crítica de los hechos históricos y de sus discursos, pues las cosas que enaltecemos como gloria, bien revisadas y con un sentido crítico, empobrecen el alma y entristecen el sentimiento nacional.