Naufragio Cabarete por Megan van Nerissing
Con variaciones, la historia de Mirsada y Renaldo subyace en un texto que publiqué hace tiempo en Prefiero a Serlo, una colección de ensayos recopilados por Maria Alzira Brum. Brasilera radicada en México, Brum tardó siete años en recoger y editar estudios alrededor de la escritora de viajes Serlo Hovenga. Hovenga es una suerte de anacaona o amazona que habla de un cruce entre Mediterráneo y Caribe; en su último libro se atreve a proponer que Ulises llegó un poco más allá del Mar de los Sargazos. En mi ensayo hago un aparte para hablar del amor en estos espíritus del trasiego, intercambios de una noche que mueren allí o se extienden como un cáncer. Las caricias que sobreviven a la impura nostalgia, las malas jugadas, el romance y los tropiezos. Escribí inspirada en el fracaso de Mirsada, aunque el impulso lo encontré gracias a un cuento de Goncalves que da título a la colección Single Female Tourist. En él se cuenta la historia de una muchacha que fracasa en las calles del Quito colonial debido a un accidente de tráfico. Aunque el tejemaneje del cuento es cómo la muchacha se mete en amores con el tipo y cómo él la ignora hasta dejarla en un monólogo poco agraciado. A ella la ponen como investigadora, traductora, profesora de español… una gringa que anda por Quito sola, con la piel blanca a rayas de papel, buscando aliviarse de un gusto de hombre, un supuesto escritor. Radiobemba dice que el sujeto era el mismo Goncalves pero ya nada es verificable.
Como en el cuento de Emeterio, Mirsada y Renaldo se conocen en Cabarete.
Nosotras estudiamos juntas en la Universidad de Leiden. Ella se graduó con honores en Historia del Arte y Museología, yo estudié Hotelería y Restaurantes con una mención en Gerencia de Mercadeo. Habíamos acordado irnos de viaje por un año luego de la graduación, y viajamos sí, pero los caminos se nos bifurcaron. Seducida por una tradicional idea de lo exótico, Mirsada llegó a Puerto Plata, de PP a Sosúa y de Sosúa a Cabarete luego de un tránsito largo que la llevó hasta Portugal y a La Alhambra. Mientras, por las mismas fechas, yo recalaba en el Nueva York de mis primeros cuentos, el amante alemán y las horrendas borracheras. Traté de advertir a Mirsada sobre los hombres dominicanos y sus tretas pero fue en vano. Nada de lo que pude decir o hacer nos preparó contra el asedio de Renaldo, timacle que andaba haciendo y deshaciendo en Cabarete, aprovechando la supuesta invisibilidad que le daba la distancia del pueblo. Cuando hablo de distancia e invisibilidad me refiero a que el chamaco ya había quemado naves, y de qué manera, en Santo Domingo Ciudad Capital. Preparó mentiras este Renaldo, entre ellas, las de su procedencia: juró ser de origen costarricense por parte de la madre y de padre eligió un pasado de Dominicanyork que no cuadraba. Lo anterior le permitió elaborar una trama de remesas y tragedias familiares.
Renaldo era un moreno lavado, con la piel del olivo oscuro, ojos negrísimos, delineados como a rimel perpetuo, insisto, pestañas de un rubiroso abanico azabache. Vendía una idea Neo-Beatnik Caribe cuidadosamente estudiada, adquirida durante una temporada en los Nuevayores, adonde llegó en invierno y en camisilla, con una visa de paseo en un vuelo que hizo escala en Miami. Saliendo del JFK, un tajo congelado le cruzó el pecho.

Renaldo siempre fue un gran lector y en los Nuevayores tuvo la oportunidad de adquirir textos ya inasequibles en el Caribe. En un apartamento infestado de ratas en la frontera entre el Bronx y Manhattan, escuchando jazz y bebiendo espressos pasados por agua, Renaldo logró devorar todo Eduardo Galeano, los dos Vallejos que importan, Reinaldo Arenas y Severo Sarduy y por ahí llegó a Roland Barthes, a los placeres… Por los placeres llegó a la música de Luis Días, o sea, fíjate en la contra: siendo Renaldo hijo de las noches de la Zona Colonial Santo Domingo, fue en los fríos vagones camino a Uptown Bronx, borracho hasta las tetas, que se reconoció en la nostalgia salvaje y casi caníbal de El Terror. Esas lecturas se convirtieron en la prueba física de que hay una salvación posible; bueno, salvarse es una exageración ya que de Santo Domingo nadie sale ileso, desde atracos y cobradores hasta fantasmas frenemies de amores impagables. Puertas abiertas que no merecen el retorno. Una tarde de buen sábado, luego de dejar el apartamento de un colega barcelonés que hacía videos y poesía, Renaldo se sentó a matar una chicharra en un parque mojado. El pasto, achocolatado, sugirió café. Cruzó la calle y entró en un bar con maquinitas: Lady Pacman y Tetris. Perdió monedas, pagó en la caja, sopló dentro de una taza y dio con un volante: Taller de poesía Beatnik.
En Loisaida le recibieron en un acogedor apartamento. La poeta era señorona, bien afincada en los cuarentas y disfrutaba haciéndose cortejar por un puñado de aspirantes a poetas. Había más hombres que mujeres y de las mujeres no se podía sacar ninguna. Allí se bebía té o whisky. De inmediato la Profesora Beatnik le dejó saber que como poeta no iba para ningún lado pero que como cuentero, por lo mitómano, por el fraseo, tenía algún futuro. Le recomendaron quedarse a escuchar y a leer ya que el oído es imprescindible para un buen cuentista. Así conoció Renaldo un poco de humildad. Es más, forzaré aquí la teoría de que se sembró en Renaldo la semilla desde donde germinaría un temple para bregar con el fracaso. Aniquiladas ya las fórmulas del éxito y de lo fácil, el Escritor escuchó el latido en aquellas palabras. Latían como la primera vez: cuando con apenas trece años llenó cuadernos de otros años escolares y entre álgebras y ejercicios de taquigrafía Gregg se apretaron horribles versos dibujados en Caligrafía Palmer, imitaciones, cruces entre Bécquer y noveletas mexicanas porno softcore. Gracias a Trazzao, divinidad del fuego, todo eso cogió candela para cuando se quemó el Cubacana Night Club, en Villa Duarte Santo Domingo Este.
De todo lo que cuento aquí me enteré por a) la versión de Mirsada, b) por el único libro que publicó Renaldo, Playarota: Las confesiones de un Sanky, c) por las crónicas que publicaba en su blog Sankyman y d) por la poca prensa que le trajo su escritura.
El taller de la Profesora Beatnik lo ponía de buen ánimo y las lecturas justificaban la dureza Nuevayores. La escritura no era un ideal ni una historia bien llevada o defendida. Beatniks: textos que seriamente dejan a cualquiera hecho mierda, puño en la boca del estómago, no por la certeza sino por los interrogantes. El estremecimiento de conectar mediante el lenguaje con otros hombres y mujeres de condición disímil, de upbringings tan dispares… conectados mediante palabras ajenas y señales susurrando, susurrándole a él, precario, latinoamericano, caribeño, dispensable.
En donde el engaño es una forma de vida siempre habrá algo de doblepuerta, de falsopiso…
Todo Renaldo es una farsa pero Mirsada no quiere enterarse. Dije ya que Renaldo no se veía mal y su imagen de artista/escritor atormentado, consolaba y vendía bien. Su esquema de la mentira le permitió vivir de las mujeres. Dije que la imagen del Beatnik Caribeño es consoladora, sobre todo para una chica como Mirsada, recién graduada y viajando por el mundo con el corazón recién roto por un DJ francés llamado Hervé. Llega entonces Renaldo con la boca morena… con un preciosismo en decadencia pero rodeado de una juventud que calla y otorga. Claro que recitó Neruda, a Sabina y a Sabines. Ella se lo pedía; ella había tomado varias electivas: Español 102, Ficción Latinoamericana Contemporánea, El lenguaje de los cronistas…
Y Renaldo acomodándola en su abrazo, hundiéndola en el idioma, mordiéndole el nervio. No tengas miedo chiquitindóla y ella I do not care, I love every sound that comes out of your words… I love the way you make them… De a verdad era el asfixie de Mirsada, una necesidad hecha de acentos y lenguajes y servicios de Carpaccio de ala de tiburón y Albariño o Prosseco y bandejas de Sushi y cerveza Ámbar bien fría en el Hemingway’s de Playa Dorada Puerto Plata.
El aura de romance se esfumó rápido. Antes de irse a vivir juntos, Renaldo escenificó una noche loca en la orilla cabaretera. Esa madrugada, desafiando una alerta de huracán, la playa de Cabarete fue fiesta hasta el amanezca. El oleaje se midió con el pie de los bares. Renaldo se hallaba específicamente en Ono’s Bar jugando a la Rubirosa con un puñado de turistas de Valladolid, bastante demacradas por cierto. El juego decayó en una suerte de orgía de cuerpos revolcados en la resaca de algas, pañales desechables y botellas plásticas. Muerta la noche y pasada la tormenta, el sol le dio a Renaldo en la ñema del cerebelo. Un ruido lo despertó, era la voz de Mirsada. Where the fuck were you!? With whom!? Lo demás es un gran dolor de cabeza, la boca desierta y el uso de una contrapsicología como defensa. Terminaron como por una semana. Luego él regresó pidiendo cacao y ella dijo algo como You got me at hello, robado de una película claro, y se mudaron a un segundo piso bien acogedor en una calle tranquila, cerca de la entrada del pueblo con playa al frente y montaña detrás.
El segundo incidente o incidente final del tiempo cabaretero: Renaldo trabaja en una pizzería en el comenzar de la playa y un viernes para el almuerzo se le presenta esta mesa con azafatas de Air Madrid, línea que tenía un par de vuelos semanales Madrid-Puerto Plata. Renaldo brega con charm. Como hijo del coloniaje se deja embaucar por el acento de las madrileñas. Recita alguna cosa de Lorca. Debo ahora destacar que la memoria de Renaldo para la poesía es una cosa sorprendente. No la escribía pero wao, cómo declamaba…

Se fijó en la que mejor se veía del grupo, una morena bien alta. Pues yo soy Natalia, dijo la mujer. Renaldo, quedó derretido y embaucado por el gusto de la jeva, por su acento. Las jevas grandes y con curvas son de a peligro; una larga y falsa flaca: el vientre plano que Renaldo escribió terso… quizás no sea esa la palabra pero exactitudes para qué.
Quedaron. Se verían en el Hemingway’s de Playa Dorada, en donde después de la medianoche el salón, libre de mesas, se vuelve pista de baile o matadero. Renaldo confabuló: tenía que bajar hasta Santiago de los Caballeros a resolver cualquier cosa… regresaría tarde. Se fue sin saber si Mirsada le creyó o no.
Ya en la disco el hombre encuentra a España esperándolo acodada en la barra, espantándose los buitres. Se saludan qué tal qué tal. Piden bebidas. Hay discusiones y aclaraciones: que si a los cubalibres en España se le dicen cubatas… ¿Ron cubano o dominicano?
Dos shots de Brugal Añejo, par más de Barceló Pitufo, lo siguen con Damajuana. Buena es la noche. Hay un relamerse de labios. El ángel de las madrugadas Nuevayores flota rápidamente e insuflado por ese recuerdo salvaje, el tipo anzuela la cintura de Natalia. Es mucho más alta que la mujer que conoció apenas esa tarde; ésta, además de las tacas, trae moño simple y alto, smoky eyes… Una falsa flaca para perpetuarse en ella. Bailan, claro que bailan, a veces es frenesí electrotecno, salsa, vodka y luego un merengue lento. Las luces bajan. Los cuerpos son uno, no hay aire que pase entre ellos. Renaldo siente los grandes senos cerca del rostro -se llevan sus buenas pulgadas-, un perfume claro… Se saben ridículos en el medio de la pista: David y Goliata. Ella le toma la cabeza, con cuidado se la acerca al corazón. Renaldo es ahora un nené que regresa a la casa segura, al latido; un lugar en donde el error no tiene cabida. La anticipa alineada en el tálamo ya que en la cama todos somos de un tamaño. Se van al hotel. Con una pirueta violenta por lo dulce, pasan de lo vertical a lo horizontal. Desnudo, el cuerpo moreno de Natalia es el que las manos merengueras han fantaseado. Hay una querella relacionada con condones o la ausencia de éstos. Como quiera echan dos polvos y el tipo la comete y cierra los ojos y para cuando los abre son ya pasadas las diez; momento peligroso ese el de la cruda del día después y los cuerpos del placer descubiertos en la mañana abierta. De camino a Cabarete dilató las preocupaciones, el tener que bregar con la mentira, la imagen de Mirsada preocupadísima… El sol sábado Caribe casi mediodía en sus buenas da duro en la recontracruda, la sed; las axilas y la espalda baja son un lodazal.
Llega al apartamento. Hay en la cama una nota de Mirsada que asegura es esta la última vez… que está en el hotel. Mirsada trabajaba en un resort vendiendo expediciones de turismo local. Hasta el hotel llegó Renaldo arrastrando el bate de la vergüenza. En un reciente arranque de honestidad Renaldo, el escritor, reconoce que el corazón se le apretó -coño pero a quién no- al ver a la muchacha llorando… con un poco de rabia sí, pero lo importante era que estaba a salvo, que no le había pasado nada. Ella no durmió entre los viajes a la policía; en Puerto Plata pasó por clínicas, destacamentos y hospitales. El chamaco no sabe dónde, cómo ponerse… ensarta mentira tras otra. Dos chicas dominicanas que trabajan con Mirsada en el Front Desk escuchan el rollo y se muerden por dentro para no opinar. Vergüenza, vergüenza ajena.
Esa misma noche salen buscando reconciliarse y consiguen una mesa en Il Vento, un restaurante manejado por unos italianos de Bergamo, de apellido Ferrari, estamos hablando de la mejor cocina a lo largo de la playa y quizás uno de los mejores restaurantes italianos de todo el país. Pidieron el plato de la casa: Gamberoni al Cocco Giallo y una botella de Vermentino di Sardegna con la comida, porque con los antipasti tomaron espumante. Llegó la Panna cotta con el espresso y aceptaron unos cordiales, a pesar de que Renaldo estaba bien picado y Mirsada ni se diga. Hacia esas horas -estamos hablando de pasadas las doce de la noche- la terraza del restaurante ofrece la mejor vista de la pasarela. La muchedumbre viene y va, entra y sale de los antros, todo el mundo ready para hacer maldades. !Oh Cabarete! Mirsada se encojonó porque supuestamente Renaldo se puso de chulo con unas holandesas que la dueña del restaurante había invitado a darse un palo de mamajuana. Varias veces intentaron matarse y acabaron por reconciliarse allí mismo. Finalmente él pagó la cuenta sacando una tarjeta de crédito de la cartera de Mirsada, quien lo esperaba borracha en los escalones de la salida, gritándole, escandalizando. Renaldo se la quitó de encima con un manotazo al que ella respondió con una trompada como de juguete que él exageró porque claro, no es la contundencia del golpe, lo que importa es el gesto, lo que importa es que ella se atrevió a levantarle la mano. Como un resorte, él responde al esfuerzo de ella, la toma por los brazos, la sacude.
A partir de este momento lo que hay es vacío y oscuridad. Ella recuerda el desmayo y el sabor primero salado y seco de la arena al pie de las escaleras, de inmediato el vómito y después la sangre. En noches más tranquilas me ha confesado que le mortifica no saber a ciencia cabal si el hombre la empujó o si ella se tropezó. El asunto es que ese adiós le costó dos huesos fracturados y siete puntos de sutura en la frente.
Es luego de ese fiasco que Renaldo decide que deben irse de Cabarete. El escritor confiaba en la posibilidad del viaje para sanar la herida y recomenzar. Escapismo. Ella puso los pasajes en su tarjeta de crédito. Puerto Rico fue la tierra elegida. Llegaron al aeropuerto Luis Muñoz Marín y la humedad les golpeó la cara. Mirsada interpretó esto como una prueba infalible de la derrota. En la isla que encanta el gavilán caribe se sintió reconfortado en un principio aunque ciertas noches despertaba empapado de sudor a eso de las tres… sudor frío, con un grito atravesado que preguntaba: Qué coño estoy haciendo aquí, con ésta. Vivieron un tiempo terrible en Río Piedras. Terrible por culpa del caribeño, quien ha reconocido levemente este interregno como su Lowest Point.
La boda -claro que hubo boda- fue un 23 de octubre por lo civil. Disimulé muy mal mi preocupación por el estado de las cosas. Mirsada esforzaba la voz para parecer feliz. Pude identificar algo en el tono, en las cosas que inventaba, cómo las decía más para creerlas ella misma. Para Mirsada no había mal Renaldo, todo lo contrario, ella lo quería, qué digo querer, lo idolatraba, porque esa redención añadía algo a su misterio. Es un hombre que tiene su genio, decía ella… Que los escritores son así, justificaba. Para mí era un parásito que no llegaba a hombre y escritor, já. Escritor de fines de semana, de lectura poética hedionda, será. La situación vista desde fuera y ahora desde la distancia física y temponáutica de todo, denotaba una deriva, un riesgo insalvable. A lo largo de ese año, entre la unión civil -los papeles- y la ceremonia, Renaldo dio señales de inmadurez que dejaron rayas en la arena. No vale la pena detenerse en los inventarios del engaño y otros maltratos. Basta decir que la pareja no tardó en hacerse daño. Mirsada, ante las últimas faltas, decidió tirarse a la calle y para cuando llegó el momento de la verdad descarnada, se vieron sin herramientas para el enmiende. No las construyeron nunca. Ya de esto escribí alguna vez, inspirada en un trabajo de Maldonado:
Se trata de componer, juntos, un arsenal al cual recurrir cuando venga el desengaño. Para que la verdadera unión se dé se debe andar desnudo pero alerta, manso pero mosca. Y quererte. Quererte por tu forma más simple, por la viga que tienes en el ojo, por la mejilla ofendida, por la calidad de tu costilla y el hueco entre la carne y el hueso. El amor del asombro, el ingenuo, el de la pedrada, el lenguaje de los secretos, el moaning, los pechos que celebran, la cofradía… Entonces, cuando las cosas se pongan pelúas, recurriremos a estas rabias y plenitudes. Habrá un poco de silencio, labio mordido, palabras duras y hasta lágrimas entre media sonrisa. Poco después, torso y pelvis relajados, los cuerpos serán de nuevo materia de deseo.
Repito que ellos no contaban con esa caja de fuegos y la soga fue rompiendo por el lado peor. Una leyenda habla de un hombre cobarde y borracho que una tarde leyó un email que no era para él. Dije ya que Mirsada se tiró a la calle pero hizo siempre sus cosas bien hechas, hasta ese día que por un apagón no pudo darle el shutdown a la computadora como es debido y cuando llegó la luz ella estaba en su trabajo… en el Viejo San Juan Mirsada trabajó como camarera en un restaurante llamado Café Puerto Rico. Entra Renaldo y le da restore a la computadora y lee cómo un chamaco le dedicaba a Mirsada un poema que hablaba de caballeros con armaduras brillantes y príncipes encantados. Cuando leyó la respuesta de la muchacha ante los avances del amigo el tipo salió de sí. Él, que para ponerle los cuernos a Mirsada no iba de aquí a allí, dizque encojonado porque el bartender del restaurante le estaba galanteando a la mujer. Esa noche, iracundo, se tiró a la calle. Se emborrachó como de costumbre y más allá: del bar tuvieron que echarlo porque estaba dando un espectáculo en el billar con una mujer. Llegó a casa en donde Mirsada lo esperaba para exigirle una conducta pero él recurrió a una contrapsicología de hombre ofendido en su virilidad, en la mujer falseadora. La llamó sucia. Mirsada siempre se ahoga contando esta parte, porque dice que ese insulto funcionó como la apertura de un odio viejo… a ella, que había aguantado tanta mierda. No quiso, no ha querido nunca repetir los improperios que Renaldo le lanzó, pero con claridad repite el resto de la noche: Renaldo corriendo hacia la habitación como loco, ella rogándole que no alzara la voz. Ella lo toma por un brazo, le pega, él solo responde con la amenaza de que se va. Busca un bulto, echa dos camisas, los props de un monólogo que anda montando. Dos o tres libros. Ella no puede creer que se marcha; confiesa que al ver la intención el corazón se le arrugó como una pasa y le pidió que no se fuera, y empezó a llorar. El idiota dijo algo como A conque lágrimas ahora y con el mismo impulso llamó a la aerolínea y a un taxi. El taxi no llegó nunca y ella encontró la osadía y lo llevo al aeropuerto. Si te vas te vas puñeta si te vas no vuelvas. En el camino no hablaron. Ella quiso darle algo de cash, él tuvo la cachaza de tirarle los billetes en el regazo. No quiero, no necesito tu dinero. Ella llorando, con ataques. Si te vas…
Renaldo se perdió en el desorden de la larga fila de JetBlue.
Hasta el día de hoy no hemos querido saber de su suerte.