Los dolores del corazón deben pasar rápido, como los días. (Karl May/1)
Para escribir sobre ti, necesito la frase de Karl May citada, esa del dolor del corazón que ojalá pasara como los días.
No quiero recordarme de disquisiciones sociológicas, espacio propio de un hombre de pensamiento avanzado y visionario.
No me toca ese malabarismo, porque para escribir de ti, desde mi litoral del cariño y la complicidad cocola, no me luce la falsa erudición o la calculada pulcritud literaria, vacía, oportunista, de encargo y de ocasión.
Para escribir de ti me bastaría el recuerdo de un día soleado, el saludo en presencia de Brunilda Hass, llegada de Viena con su cara de leche y larga cabellera que luego heredara su hija Vannessa, las dos vinculadas a Sully Saneaux, por sangre y afectos.
Escribo de ti desde lo lúdico compartido, escribo de ti por afectos que inventaste en aquella bella gruta del cuarto piso de la Calle Meriño con Conde, donde éramos todos bienvenidos, entre tintos y blancos, sin ataduras ideológicas, a pesar de tus grandes compromisos clandestinos y la persistencia de tus ideales políticos.
Presidía la escena aquel viejo retrato de una orquesta antigua de jazz de New Orleans, sin esa foto, viva y gigante, este texto evocativo, no tendría sentido.
Podría escribir de ti acerca de la línea humana divisoria, clara, que ha hecho de tu magnetismo el norte luminoso de tu personalidad: respetar a los otros en la estricta dimensión de su individualidad.
Entonces que siga la música y el bullicio diverso de las conversaciones con Miles Davis de fondo.
Sentado en una esquina con ojos saltones estaba Harold, un negro gigante de la clase media negra americana, cuñado de Asdrúbal Domínguez. Taciturno y observador que, con una moneda y un vaso, a pulso temerario llevaba el ritmo de las piezas de Miles Davis, golpeando suavemente en tempo.
Consentidos en sus decisiones, la célula de la UNPHU en construcción, zootécnicos, pichones de sociólogos eran bienvenidos en ese encuentro de utopías compartidas.
Harold, entonces dejaba el toque de la moneda con el vaso, porque las discusiones comenzaban con la música por delante y la defensa apasionada de Carlos Dore Cabral a un músico que algunos detestábamos, llamado Billy Cobham, porque siendo buen batería, había estancado su música entonces en el sonido CTI, que en los años 70 era uniforme y destructivo para el avance del jazz y los músicos. Orlando Martínez y Carlos Dore Cabral lo adoraban.
Eran otros tiempos y otras ilusiones, algunos hicieron transiciones, no creo que fuera tu caso, las personas auténticas entre el siglo XX y el XXI, que hayan hecho vida pública con lucidez, en todo caso son testigos de las transiciones de los tozudos, a quienes el tiempo les ha cobrado con creces su ortodoxia, su ignorancia de militancia diluida por la realidad, como bofetada moral de hogaño.
Si hoy el jazz preside esta evocación en la intimidad de unos recuerdos irrenunciables en mi relación con Carlos Dore Cabral, justo es recordarles a lectoras y lectores, que Carlos Dore Cabral es el gran responsable de todo lo que ustedes vivieron en la Cinemateca Dominicana (2) desde el 2004 hasta el 2006, cuando fui su Director General y refundador, contra vientos, mareas y alitas de ángeles caídos…
Si, la Cinemateca se mantuvo en pie fue gracias a las silentes diligencias de Carlos Dore Cabral, infatigable, mosquetero fílmico fiel, cuya espada hirió ofidios conspiradores.
Carlos, para que se pueda entender el presente: hizo de la eficiencia en el poder una pulcritud, diferente a otros, un deber militante intenso, frenético, auténtico, porque tiene los conocimientos que otros no tenían y eso lo hace diferente. Y eso lo postró en la fatiga de la entrega por lo mejor. Tengo el derecho personal a preguntarme si los destinatarios o el destinatario lo merecía.
Pletórica la autenticidad de Carlos Dore Cabral en el camino que con su voluntad de decisión eligió, estemos de acuerdo o no con él en esa decisión. Esa autenticidad nadie podría ponerla en dudas: estas son las cosas que hay que decir ahora, nunca después.
Lo miro sonriendo desde el balcón de la Meriño o desde mi antigua oficina en la Cinemateca Dominicana, al mediodía, riéndonos de las barbaridades comentadas, recordando los tiempos buenos de Donald Byr, otro trompetista preferido. Ahora pienso en la gente que, como él, solo se tomaba el poder en serio para el bien de los demás, sabiendo que en el corazón la garantía de vida es la esquina lúdica de las risas y los sueños.
Así quiero recordarlo, así lo recuerdo ahora. Respetando su reposo pienso en Rafael Alberti, bardo español del exilio, y me pregunto con él:
"Decidme de una vez si no fue alegre todo aquello 5 x 5 entonces no eran todavía 25. Ni el alba había pensado en la negra existencia de los malos cuchillos " (3)
Notas.
1 / Karl May, fue un gran escritor aleman. Escritor de aventuras, autodidacta. De brillante imaginación, nunca salió de Alemania. Con asombro, sus obras describen geografías que nunca visitó, he ahí parte del valor de sus narraciones. Viajaba en la alfombra de los textos: Comanches y Apaches, entre muchísimos otros libros.
2 / Fue una experiencia compartida. Carlos Dore Cabral, en mi casa, me convencía de que era necesario. Su entusiasmo y apoyo posterior fueron incólumes, sin reservas.
Esa fue otra Cinemateca, rescatada y oficializada a nivel internacional en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos, por un servidor en el 62 Congreso de dicha institución en Sao Paulo Brasil. Esto es lo importante, todo lo otro el tiempo demostró su futilidad, de barro caído y olvido, como todo poder que pasa. Atesoro esos correos, de Sol de Invierno con amistoso fervor…
3/ Rafael Alberti, poeta del exilio español, el fabuloso de Marinero en Tierra, de la generación del 1927. El de Los Versos sueltos de cada día. El de la bella elegía A Pablo Neruda. Este poema citado se llama: En el día de su Muerte a Mano Armada.