Puerto Rico es Antonio Martorell, y Antonio Martorell es Puerto Rico
Santo Domingo. – Ese hombre que va despacio, caminando cerca de la ría del Ozama, que tiene ochenta años encima y no se ha dado cuenta, y que no usa bastón porque su bastón es el viento que pasa por su lado; ese, que carga en la mirada una infinidad de amaneceres y hace parir mundos sobre el lienzo de su vida, con esas manos delgadas de las que cuelgan colores, sonidos y silencios, se llama Antonio Martorell y vino a Santo Domingo a presentar un libro.
“Es una casa grande, mi memoria”, dice en la página 229. El libro se llama Pierdencuentra y es, precisamente, eso: una memoria escrita con una prosa enamorada y construida con destellos de recuerdos recabados en su pasado familiar, entre tías con bucles amarillos y parientes que nunca dejaron de mirar al sol, ni siquiera en los peores momentos de su isla.
Sus manos son parientas de la libertad, y cuando se ponen a pintar hay que ver los resultados. Ahora mismo tiene cuatro exposiciones abiertas en su tierra natal; una en el Museo de Arte Contemporáneo, otra en el Museo de Puerto Rico, otra más en la Casa del Libro y otra en la Galería Walter Otero.
Antonio Martorell es de todo: escritor, teatrista, hacedor de un par de boleros, comunicador, grabadista, ilustrador y pintor. Pero su signo es la identidad. “No solo mis libros, sino mis cuadros, grabados, dibujos, instalaciones, actuaciones escénicas, mensajes televisivos, radiofónicos, escritos en la prensa, todos parten de un mismo interés y necesidad de comunicar, comunicar siempre mediante una elaboración estética del pensamiento y el sentimiento. Ese es mi norte”.
“Y dentro de eso, siendo puertorriqueño, la cuestión de la identidad siempre está presente porque es una identidad cuestionada a través de los siglos, irredenta e irresuelta. Y por eso, forma parte esencial de todo arte puertorriqueño, y del mío, por supuesto”.
Hace dos años, un día de septiembre de 2017 que los puertorriqueños nunca querrán recordar, llegó María, el peor huracán de la historia, a sembrar tristezas, y Puerto Rico se convirtió en un solo aguacero. Y ese día en que el tiempo se detuvo y las calles se convirtieron en ríos, y los ríos se convirtieron en dolores, se rompió algo que aún no se ha vuelto a componer. Y Martorell lo describió a su manera: “El reloj ahogó las horas, los minutos fallecieron, los segundos no llegaron a tiempo, los barrió el viento huracanado”.
Antonio Martorell siempre lleva puesto un sombrero de suaves colores, que muchas veces usa para lucir a las damas y hacerles reverencia. “La decisión más trascendental de mi vida cotidiana en la mañana –dice medio en serio, medio en broma- es qué sombrero me pongo”.
Y con ternura recuerda lo que una vez le dijo su amiga rabiosamente borinqueña Nilita Vientós Gastón, la abogada que fue a las cortes a defender el uso de la lengua española cuando se intentó imponer el inglés como idioma oficial, la primera mujer que trabajó en el Departamento de Justicia de Puerto Rico, persona libertaria perseguida por sus ideas, educadora, periodista, militante de la independencia, miembro fundadora de la Academia de la Lengua Española de Puerto Rico y directora de una legendaria revista de letras hispanoamericanas: “Siempre hay que guardar un espacio para la frivolidad, uno no puede tomarse la vida totalmente en serio”.
Nuestra situación de colonia es inaceptable para la inmensa mayoría de los puertorriqueños, y el ansia de libertad se puede acallar por un tiempo, pero nunca por siempre
Los cuadros y libros de Martorell cuentan la historia irredenta de su país. “Como puertorriqueño tengo una necesidad básica, ineludible, de contar mi historia porque, en parte, es la historia de mi país, que todavía no está contada. Y yo soy de una generación a la que se negó la historia”.
Antonio Martorell creció en Santurce, Puerto Rico, lugar del que guarda imágenes y sonidos, “imágenes y sonidos que se traducen al instante en sentimientos y pensamientos, y ellos piden expresarse, en mi caso, por dos vías igualmente importantes, aunque unas hayan llegado antes que la otra, que son la imagen y la palabra”.
Martorell es hombre de altos saberes y profundas creencias, que cree en su país y lucha por él.
En la Zona Colonial de la Ciudad Primada de América, el nuevo escenario de la Feria del Libro, un sol de nácar se acuesta cada tarde sobre las iglesias y los museos, inventándole caminos al ocaso. Y allí, entre una actividad y otra, anduvo Martorell, con su nuevo libro debajo del brazo y con su fardo de recuerdos escritos en él. Parece que estas calles se hicieron para él.
¿De qué circunstancias nació este libro?
No solo mis libros, sino mis cuadros, grabados, dibujos, instalaciones, actuaciones escénicas, mensajes televisivos, radiofónicos, escritos en la prensa, todos parten de un mismo interés y necesidad de comunicar; comunicar siempre mediante una elaboración estética del pensamiento y el sentimiento. Ese es mi norte.
Y dentro de eso, siendo puertorriqueño, pues la cuestión de la identidad siempre está presente porque es una identidad cuestionada a través de los siglos, irredenta e irresuelta. Y por eso, forma parte esencial de todo arte puertorriqueño, y del mío, por supuesto. Ese quizás es un buen punto de partida.
El libro comenzó hace más de veinte años y se titulaba El libro de las cosas perdidas. Iba a ser correspondido por el Libro de las cosas encontradas. Pero en ese momento como que no tenía palabras para las cosas encontradas y decidí hacerlo en dibujos. Pero el dibujo resultó tan totalizante que aplacé la publicación de El libro de las cosas perdidas, lo engaveté y saqué un libro de dibujo, que se tituló El libro dibujado, el dibujo liberado.
El libro de las cosas perdidas cayó en el olvido hasta que un escritor chileno y muy buen amigo, mi tocayo austral Antonio Skármeta, lo leyó, se entusiasmó y me dijo: y porque tú no has publicado esto? Le dije que sentía que no estaba listo. Justo antes o justo después de eso, empecé a escribir El libro de los encuentros porque ya estaba en el momento de escribir los encuentros.
Cuando tenía terminado El libro de los encuentros y El libro de las cosas perdidas tenía la disyuntiva de cómo los publico, dos libros diferentes, un libro en dos partes, un libro que se empieza por un lado y se vira al revés, entonces se empieza por el otro lado, porque son la contrapartida uno del otro.
Y otro querido amigo, que escribió la contratapa de este volumen, me sugirió que hiciera un solo libro, emparedando así, como en un sándwich cubano, los encuentros con las pérdidas. Y eso lo hice y para mi grata sorpresa, resultó como si hubiera sido premeditado.
Lo titulé Pierdencuentra porque las pérdidas vinieron antes que los encuentros, pero ahora son de corrido, y además ahora uno no sabe, desde esta perspectiva de mis ochenta años, si perdió lo perdido o encontró lo encontrado, o fue al revés o ni una ni la otra, sino todo lo contrario.
¿Cuáles son las historias que cuenta el libro y quienes son su personajes?
En las pérdidas fueron mis tías y sus historias, mi madre, mi abuelo don Antonio, mi tía Lucy, mi tío Ulises, mi tía Consuelo, doña Petra, mi tía Carmelín, la playa donde me crie, mi tía Irma, mi tía María, mi padre, y de cómo el autor perdió el miedo, que es la clave de todo el libro.
Cuando lo terminé llegó el huracán, entonces me vi forzado a seguir escribiendo y escribí el retorno de las tías, porque da la casualidad que dos de las tías, de quienes escribo sus pérdidas, se llamaban Irma y María, que fueron los dos huracanes que pasaron. Entonces, es el retorno de las tías porque regresaron huracanadas.
Y luego, la noche de las Consuelo porque después que pasaron los huracanes vino el desconsuelo. Y ahí acudieron a mí socorro pues las Consuelo de mi familia, mi tía Consuelo y mi hermana Consuelo, ambas fallecidas.
Inmediatamente después vino la visita del tío Trump, que es el Presidente número 45 de los Estados Unidos, que vino a visitarnos y a insultarnos, de paso, y por suerte se fue pronto.
Así que el libro comprende, además de un epílogo, una coda, que incluye esos tres relatos.
¿Usted se crio en Santurce?
Sí, y estuve allí toda mi vida, hasta adulto.
¿Y qué recuerda del Santurce de su infancia
Imágenes y sonidos. Imágenes y sonidos que se traducen al instante en sentimientos y pensamientos. Y ellos piden expresarse, en mi caso, por dos vías igualmente importantes, aunque unas hayan llegado antes que la otra, que son la imagen y la palabra.
Yo soy un escritor tardío y un pintor ni tan temprano, pero mucho más temprano que el escritor. Ambas surgen de la misma necesidad de comunicar lo vivido, la necesidad de manifestar y de comunicar, que no necesariamente son las mismas.
Como puertorriqueño tengo una necesidad básica, ineludible, de contar mi historia, porque en parte es la historia de mi país, que todavía no está contada. O sea, yo soy de una generación a la que se negó la historia. Mi educación, trunca, mi memoria, inexistente, porque no se puede olvidar lo que nunca se supo.
Date cuenta que cuando yo hice mis grados primarios, y hasta de intermedia, la bandera puertorriqueña estaba proscrita, era un crimen poseerla, y mucho más ostentarla.
A mí me criaron para ser un americanito, me educaron para ser, pensar y actuar en inglés. O sea, que toda mi infancia fue adoctrinamiento, y toda mi adolescencia prolongada, que todavía dura, es un desadoctrinarme, es desintoxicarme y aprender de nuevo.
Y por eso me sirve a la memoria para volver atrás, revisarla y con las ruinas, crear un futuro.
¿No logaron hacerlo un “americanito”?
No, evidentemente. Pero no fue fácil. Intervinieron algunos factores, algunos accidentales, la mayor parte de ellos. Yo hice la carrera de diplomacia, estudié para ser diplomático en una universidad de Estados Unidos y en España. Pero mi educación fue tan buena que me revelaron mi condición de ser un ente colonial y que mi destino profesional iba a ser un diplomático de los Estados Unidos, el país que tiene al mío todavía bajo un vasallaje colonial.
Así es que terminé la carrera y decidí que no, que tenía que correrme todos los riesgos habidos y por haber, inclusive, el peligro económico que es básico cuando te presentan la carrera artística como futuro profesional. Dije me voy a arriesgar pues por lo menos en esto gozo y en lo otro iba a sufrir y yo soy criatura del placer.
¿Qué significa hoy la “puertorriquenidad”?
Es ser una resistencia constante, de ser fiel a uno mismo. Hay que buscar, orientarse y reorientarse constantemente, no necesariamente para donde sopla el viento, sino muchas veces contra el viento. No es fácil porque todo el andamiaje oficial conspira en contra.
Eso ha cambiado algo porque ahora la colonia se disfraza con el nombre de Estado Libre Asociado, que no es Estado, ni es Libre ni es Asociado. Es un eufemismo absolutamente. Lo creo un poeta, Luis Muñoz Marín.
Pero ahora, en esta nueva crisis del país endeudado, nos nombra una Junta de Control Fiscal, que desnuda ese andamiaje seudopoético a su esencia colonial y el Estado Libre Asociado no existe, ni jurídica ni políticamente, y muchísimo menos poéticamente. Así que ya se cayó la máscara. Nosotros la habíamos tumbado hace tiempo, pero se le cayó ahora para todo el mundo, y ahora hasta los asimilistas hablan de que Puerto Rico es una colonia.
Claro, con distintos motivos, nosotros, que queremos ser libres, y ellos que quieren ser parte del imperio. Pero por lo menos ya hablamos el mismo lenguaje. Antes la palabra colonia también estaba proscrita.
¿Hasta qué tiempo estuvo la bandera puertorriqueña proscrita?
Hasta el 52.
¿Y cuál es la historia de la bandera puertorriqueña?
Primero ha sufrido cambios en forma, diseño y color. Al principio, la bandera de Lares era muy parecida a la dominicana. Luego, cuando fue adoptada por la Junta Revolucionaria Boricua de Nueva York, el triángulo era azul celeste, que ahora ha vuelto a ser para los que queremos la independencia.
Es que nuestro país ha sufrido, como el de ustedes, muchas transformaciones. Inicialmente la isla se llamaba San Juan de Puerto Rico, San Juan Bautista de Puerto Rico. Ese fue el nombre de los españoles. Luego San Juan se llamó la capital y Puerto Rico la isla. Luego, después de la invasión de los Estados Unidos, sufrió otro cambio nuestro nombre; se llamó Porto Rico porque, como a los angloparlantes les causaba problemas pronunciar el puerto, la u se fue de viaje, la enterraron, la ahogaron en la garganta colonial. Quedó Porto Rico.
Luego se volvió a Puerto Rico, después de muchas luchas, y con la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que es una mentira muy elocuente, pues ya se convirtió en Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
Ahora el gobierno asimilista insiste en llamarse el Gobierno de Puerto Rico y eliminan Estado Libre Asociado, pero oficialmente sigue siendo Estado Libre Asociado. Es que el papel lo aguanta todo.
Finalmente la realidad es que Puerto Rico es una colonia clásica. Es la única, la última colonia de América, ostentamos ese triste honor. Es un anacronismo.
Nosotros tenemos varios himnos, unos oficiales y otros extraoficiales. Preciosa es nuestro himno extraoficial.
No importa el tirano te trate con negra maldad.
Nuestro gran compositor Rafael Hernández, en un momento de debilidad poético-política, de regreso de un largo trastierro, cambió la letra y en vez de decir No importa el tirano te trate con negra maldad, decía No importa el destino te trate con negra maldad. Cambio tirano por destino. Pero el pueblo le hizo caso omiso y siguió cantando la letra original. Y aquí, la noche del concierto, esa fue la que se usó.
Hay un himno original La borinqueña y hay un himno aguado, que es el oficial.
¿Cuál es su bandera?
La boricua. Yo no tengo más ninguna. La otra es una bandera impuesta, una bandera imperial, una bandera ilegal porque está establecido por ley internacional que el Tratado de Paris, por el cual España cedió como botín de guerra la isla de Puerto Rico a los Estados Unidos es ilegal porque ya nosotros teníamos una posición política jurídica autonómica, que no permitía que el gobierno imperial español cediera lo que no tenía.
Nosotros tenemos una ocupación militar ilegal todavía a más de cien años. La ilegalidad sigue sostenida.
¿Cómo ha sido su evolución como pintor?
Desde una muy elemental representación lo más fiel a la realidad posible, mimética, tratar de entender la realidad en sus propios términos. Empecé a utilizar la realidad, transformada por mi deseo, la realidad enfocada a definir mi propia identidad personal y de pueblo, la realidad transformada en vehículo de comunicación y de conocimiento, y de transformación de esa realidad. Y a eso sigo abocado, tanto en la pintura como en la escritura, como en mis eventos teatrales, fílmicos, televisivos. Me mueve siempre el mismo deseo.
¿Cómo se ha llevado con la música?
Yo creo que la música está presente en todas las artes. Por ejemplo, el libro, mi libro, este y todos los que he escrito. Y yo, todo lo que escribo lo paso por el cedazo del sonido.
Yo sostengo que ningún texto funciona si no suena, si no suena bien, no funciona. Por eso es que hay un disco aquí incluido donde yo leo algunos de los textos. Por eso es que hago regresar el texto a su origen sonoro. Yo escribo como si escuchara una voz.
Eso me viene por dos vías. Una es el oído, pero también el oído de cómo suena la pluma cuando rasga el papel y los arabescos que van configurando sobre la línea del cuaderno una oración que está compuesta de palabras, que a su vez están compuestas de letras y que van surgiendo como un dibujo. O sea, yo escribo, voy oyendo y viendo y evocando.
¿Cuando un artista envejece, su obra envejece con él?
No necesariamente. Y eso uno no lo determina. El autor es el peor juez de eso. Hay grandes obras de arte que cincuenta o cien años después se ven viejas, pasadas de moda, y hay algunas que permanecen, y hay otras que sufren vejez y luego renacimiento. Pues cada tiempo y lugar establecen nuevos modos de apreciar. Uno nunca sabe.
Pero uno escribe y pinta y actúa en un presente. A mí el futuro no me preocupa para nada; yo estoy demasiado ocupado en el presente.
Hubo una vez en que los lucimientos del arte era parte del compromiso político y social. ¿Usted cree que el arte, en un mundo que ha cambiado tanto y que se ha hecho tan materialista, tan egoísta y tan superficial, debe tener un propósito?
Es que el arte nunca está divorciado ni del individuo ni de la colectividad porque el individuo es parte de una colectividad, y la colectividad está hecha de individuos.
Yo nunca he visto eso separado, sino unitario. Yo no tengo que proponerme, ni en mi pintura ni en mi escritura ni en nada de lo que hago, un fin político expreso. Todo lo que yo hago manifiesta mis deseos y frustraciones, como persona y como colectivo. Yo no creo que es una cosa o la otra. El arte es integrativo.
Yo, cuando me pongo a hacer arte, no me visto de rojo ni de azul, yo me desvisto.
¿En que afectó el huracán María, que destrozó a Puerto Rico, el arte?
Yo creo que el arte está en su momento, si lo juzgas por sus frutos. Parece ser que el país, o por lo menos, gran parte del país, ha despertado de un sueño falso, de una quimera colonial, y se han dado cuenta que el progreso que vivíamos no era tal, y que en momentos de crisis tenemos que depender de nosotros mismos.
Y ese “nosotros mismos” es amplio porque cubre la diáspora. La diáspora nuestra ha sido fundamental en este momento porque ellos no vienen de afuera, ellos vienen de un “de adentro” exteriorizado por las circunstancias y que nunca han perdido la sensación, la realidad de una identidad compartida. Ellos, en el momento de crisis, vinieron en nuestra ayuda, contrario a ese Presidente que llegó a tirarnos rollos de papel toalla.
No, ellos vinieron en persona y con envíos de ayuda material, medicina, alimentos, buscando suplir artículos de primera necesidad.
Entonces, vivimos ahora el mejor momento de la cultura en todas sus facetas, con poco o ninguna ayuda, muchas veces ni empresarial ni gubernamental.
Inclusive, hay un resurgimiento de acciones colectivas olvidadas, como la agricultura, microempresas, la ciencia. Hay un resurgimiento realmente extraordinario. Este es el momento más esperanzador que hemos vivido, que yo tengo memoria, siendo el momento, aparentemente, más desalentador.
Usted tiene ya ochenta años. En el parámetro chino le quedan aún unos años de vida.
No importan tanto los años, sino la intensidad con que se vivan. Yo nunca he tenido visión de futuro, salvo mañana, la semana que viene, quizás, unos cuantos meses más. Y mi visión de futuro no es temporal, es de proyectos.
Tengo que entregar un cartel dentro de una semana, tengo que hacer una edición de mi programa radiofónico el próximo miércoles o tengo que terminar una instalación de aquí a un mes y hacer un viaje para instalarla de aquí a dos.
Mi futuro son metas laborales, no es un calendario. Es una serie de trabajos sucesivos. Eso se llama el presente, un presente que da lugar a otros presentes, más o menos inmediato.
Usted tiene muchas miradas: es pintor, es escritor, es teatrista, es comunicador y muchas cosas más. ¿Al cabo del tiempo, que ha aprendido de tantas formas de mirar?
He confirmado una vocación de insaciabilidad. Cada proyecto genera uno nuevo y uno aprende. El arte es un modo del aprendizaje, un modo muy positivo, muy rico y muy placentero. Yo cada vez que hago algo, pues eso me provoca hacer más y más, me motiva a otra cosa. Así es que yo estoy constantemente motivado.
Me parece absurdo lo que confirmo en algunos artistas, compañeros y escritores, ese síndrome de la página en blanco o el lienzo en blanco. Yo nunca he sentido eso. A mí me sobran ideas y urgencias, me faltan páginas y me faltan lienzos. Tengo ochenta años y estoy siempre listo.
¿Su arte es más pregunta qué respuesta o viceversa?
Es mucho más pregunta porque uno tiene mucho más preguntas que respuestas. En el momento en que uno tenga más respuestas que preguntas está muerto.
Por eso que hay que cuidarse de los dogmas, de aquellos que tienen la verdad por el rabo, porque esos son los peores porque a veces se convierten de cuestionadores en contestadores dogmáticos y represivos.
¿Es válido aun el reclamo de independencia de Puerto Rico?
Sí. Es inclusive más válido ahora que antes porque la crisis se agudiza con el tiempo y ya es cuestión acuciante. Nuestra situación de colonia es inaceptable para la inmensa mayoría de los puertorriqueños, y el ansia de libertad se puede acallar por un tiempo, pero nunca por siempre.