Elia, Fernán Caballero (I)
Hay ocasiones en las que no es posible comentar una obra sin detenerse en quien la escribió, como me ha ocurrido con Elia, novela de Fernán Caballero, seudónimo de la escritora española Cecilia Böl de Faber. En las primeras décadas del siglo XIX, el Romanticismo empezaba a ofrecer trágicas historias con personajes ante el abismo de las pasiones, incluso dispuestos a aventuras políticas que amenazaban el orden establecido. Fernán Caballero, católica y monárquica, desconfiaba de estos relatos. Prefería, en cambio, centrarse en las gentes sencillas de la Andalucía de su entorno donde encontraba lo que, a su juicio, entendía auténtico y propio de un espíritu nacional español. Por eso la crítica la adjetiva de costumbrista e incluso de reaccionaria.
Publicada en 1849, Elia había sido escrita unos años atrás en francés, ya que su autora se educó en esta lengua, la dominante en la cultura del momento. Además, conocía, por su origen y residencia inicial en Hamburgo, el alemán, lengua en la que escribió la mayor parte de sus obras, que serían traducidas al español y publicadas con posterioridad.
Cecilia (1796-1877) nace en Morges, a la orilla suiza del lago Léman, a donde se trasladan sus padres, Frasquita Larrea y Aherán, gaditana, y Juan Nicolás Böhl de Faber, próspero comerciante de Hamburgo. El matrimonio se instalará luego en Cádiz, centro del comercio con las Indias y puerto de entrada del Romanticismo, hasta que las guerras napoleónicas de independencia lo arruinaron.
También es contradictorio su travestismo literario, a la manera de George Sand y George Eliot, sus contemporáneas que se ocultaron bajo un nombre masculino.
La madre es, además, de ascendencia irlandesa y católica, dueña de una exquisita cultura, traductora de Byron, lectora de Schlegel y de Schiller, cuya obra comentó. El matrimonio participa en las disputas de la época sobre el carácter y la estética del teatro nacional español, a la luz del Romanticismo naciente. Se trataba de admitir o rechazar el liberalismo, los valores de la Revolución francesa, frente a la espiritualidad, el catolicismo y la monarquía, que defenderá también Fernán Caballero. Ese conservadurismo y la posterior preeminencia del realismo y el naturalismo ocasionan que cierta crítica la relegue a un segundo plano, pese a su amplia obra digna de revisarse hoy.
Cecilia fue todo lo liberal que le permitía su clase y su educación, incluso podemos decir que su biografía se sale mucho de lo que podría esperarse, con tres matrimonios y algún amante secreto. De rica vida intelectual, mantuvo correspondencia con destacadas personalidades, como Washington Irving, a quien conoció en Sevilla, o Benedetto Croce, quien le dedicará un estudio en el que la compara con George Sand y donde subraya la importancia de la novela Elia, mayor incluso que la obra de la autora francesa.
Quizás lo más contradictorio en Fernán Caballero, dadas su vida y personalidad, haya sido la defensa de un feminismo católico que sujetaba a la mujer en el hogar o en una celda conventual, sin permitirle elegir otra opción. Salir al mundo, mantener correspondencia con la más selecta intelectualidad, como hija de clase alta, ilustrada y cosmopolita, fue un privilegio de Cecilia. También es contradictorio su travestismo literario, a la manera de George Sand y George Eliot, sus contemporáneas que se ocultaron bajo un nombre masculino. Cecilia rechaza las novelas de la francesa por considerar obscenas las grandes pasiones que atraviesan a sus personajes femeninos. El personaje de Elia, como se verá, padece en cambio un drama romántico que se resuelve con el confinamiento de la mujer, que históricamente se reservaba a las ilustradas, como Sor Juana en el México virreinal. Cecilia, sin embargo, siendo tan católica, no tuvo necesidad de refugiarse en un convento para construirse como escritora ni como persona, con tres matrimonios y amantes secretos.