Elia fue la cuarta novela publicada por Fernán Caballero después de La Gaviota, La familia de Alvareda y Una en otra, esta última de evocaciones cervantinas. Consideremos que la autora renueva el género narrativo inaugurado por Miguel de Cervantes a quien, sin embargo, no deja de criticar por la vida tan golpeada que le hace vivir a su personaje.
La novela en español alcanza con Fernán Caballero cuadros realistas de costumbres de difícil imitación. Sus narraciones enganchan al lector por la habilidad para crear ambientes y trazar los rasgos de los personajes locales, también por unos diálogos de eficacia poco común.
Y, sin embargo, el talento indiscutible de la autora ha quedado relegado a un segundo plano posiblemente por razones ideológicas. Católica, conservadora, monárquica, lo contrario de muchos de sus contemporáneos, que defendían las ideas liberales traídas por los vientos de Francia, Fernán Caballero asigna a la mujer un papel protagonista en la conservación del orden preestablecido; la hace renunciar a las pasiones para reforzar con ello el equilibrio amenazado. En mi anterior columna afirmé que, al entrar en España el Romanticismo al principio del siglo XIX, los novelistas exploraron temas que reflejaban deseos de cambio y ansias de libertad. Destacaba la figura del héroe joven, enamorado de un ideal, quien, por una pasión, podía sacrificar la vida e, incluso, la estabilidad del sistema.
Fernán Caballero construye en Elia un personaje rodeado de una atmósfera propia del romanticismo. Hija de un bandolero y de una mujer que sucumbe al amor, la protagonista es una huérfana que pasa la infancia en un convento. Protegida desde su nacimiento por una dama de la aristocracia andaluza, la mujer del corregidor de la provincia, Elia sale del convento para integrarse, como una más, en la familia. Mas la marquesa, hermana de la madre adoptiva, se opone tenazmente a que una criatura de orígenes oscuros forme parte de una familia aristocrática asentada en la tradición y en los lazos de sangre. La novela alcanza el clímax cuando el hijo de la marquesa manifiesta el deseo de casarse con Elia.
La novelista adorna a la joven con todas las virtudes, el talento y la inteligencia para hacerla merecedora de un sitio en la familia. Sin embargo, burlando las teorías románticas, la propia autora concluye que esto no es posible. Por ello, la protagonista decide renunciar a la cuantiosa herencia y al matrimonio con el joven Carlos para regresar a la plácida vida conventual.
Fernán Caballero, que tuvo ella misma una existencia azarosa y agitada ─como ya expliqué─, quizás debió de añorar esa paz del convento. Los personajes femeninos que rodean a Elia conocen la tragedia: se casan y tienen hijos, enviudan, los hijos mueren en guerras y luchas intestinas o sufren la pérdida dolorosa de otros seres queridos. Mientras, Elia permanece a salvo de las pasiones profanas, de las manipulaciones y los intereses materiales, borda, compone poemas y es feliz. El convento y su celda se ofrecen como una burbuja, ese paréntesis que para la autora constituyen los libros y la escritura. ¿Buscaría la autora, en su conservadurismo, prevenir a las mujeres sobre lo que el destino pudiera depararles dentro del ansiado matrimonio?