René del Risco Bermúdez publicó el poemario El viento frío en 1967, en el corazón de un tiempo colapsado. De un lado, dominaba el terror militar, el egoísmo político y la codicia capitalista. Del otro, la entrega del sacrificio innumerable de las luchas civiles por la democracia, expediciones como la de Luperón y sus 12 apóstoles de la libertad (1959) y la Revolución de Abril del 1965. A esta fecha le antecedían 31 años de dictadura (1930-1961) y el golpe de Estado al gobierno democrático del profesor Juan Bosch (25 de septiembre de 1963). Iniciaban los «12 años de Joaquín Balaguer» (1966-1978), uno entre muchos otros regímenes políticos siniestros y deplorables de América Latina por aquel entonces.

El contexto era tan dominicano como caribeño y latinoamericano. Hallaba expresión en la poesía social y política creadora de una estética de denuncia, utopías y cambio de época. Esta es una estética que, de hecho, aún perdura. Tan solo hay que recordar algunos de los que ejercieron mayor influencia, como el nicaragüense Ernesto Cardenal (1925-2020) con su poesía de liberación, de esperanza y de patria; el salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) con su canto de renovación y humanidad; el cubano Nicolás Guillén (1902-1989) con su tempo musical, de movimientos vivos, de resplandecientes colores, de tambores y de atabales; el martiniqués Aimé Césaire (1913-2008) con su reivindicación de la negritud, su admonición decolonial y su invitación a reconocer las raíces africanas de América Latina; el premio nobel de literatura, el chileno Pablo Neruda (1904-1973), con la exaltación extensa a la vida social, cuya mayor altura está en el Canto general (1950), con la declamación de las cosas simples de la vida cotidiana de Odas elementales (1954) y con la sensibilidad política de su Canción de gesta (1960); y, en efecto, el mítico poeta dominicano del barrio Los Mina, Juan Sánchez Lamouth (1930-1968), con su Oda al sentido petróleo de mi tierra.

Paradójicamente, el libro solo tiene un poema cuyo contenido es explícitamente social y político. Es el último de la serie, se titula No éramos tú ni yo… En las demás composiciones, la ciudad se va elevando con piedras de distintos colores y talladuras: alegorías, evocaciones, alusiones, proposiciones de sabiduría arcana, finas metáforas, símbolos de la vida cotidiana, pausas y silencios. Es esto lo que con sutileza activa da carácter humano, social y político a la expresión poética de René del Risco Bermúdez. Todo objeto se revela al lector antes que ser declarado o denunciado, dando forma a la plasticidad enunciativa de cada verso, a la tensión dramática, a la exaltación lirica de la aliteración, a la atmosfera lúdica.

Cada poema es una construcción visualmente verídica, dictada en primera persona con materialidad casi absoluta, pero diáfana y flexible

¿Qué es lo que nos sobrecoge y exalta de El viento frío parido en este contexto histórico y de influencias literarias?

Para mí, dos elementos específicos: la plasticidad sencilla y viva de sus versos que dan forma a la ciudad creada por el poeta, y la imagen del viento que circula de un poema a otro dando movimiento y unidad al conjunto.

Cada poema es una construcción visualmente verídica, dictada en primera persona con materialidad casi absoluta, pero diáfana y flexible, o más bien delicada en cuanto a la recepción de los sentidos.

Desde la belleza de su sintaxis, la ciudad creada por René del Risco Bermúdez nos ayuda a redescubrir aquella físicamente determinada que describen filósofos y sociólogos de diversas corrientes. Redescubrimos el poder del silencio y la nostalgia como una proyección subjetiva del porvenir que encontramos en intuiciones de Georg Simmel o en el significado de la vida cotidiana tocado por George Herbert Mead.

Cada poema es un universo y cada uno integra la ciudad creada por Del Risco Bermúdez. Gracias a esta armonía perfecta que los une, carece de interés escoger la mejor composición del conjunto de 18 poemas. Sin embargo, el texto titulado Esta ciudad… es un órgano vital de esta obra. Encontramos en sus versos motivos recurrentes en todo el poemario: el monólogo como modo enunciativo; la voz predominante del poeta que nos habla en primera persona; y la tensión entre la vida y la muerte, entre memoria y recuerdo y entre la extrema libertad y la sórdida opresión de la vida citadina.

En la escena de este monologo el poeta, hombre, busca «confundirse con los hombres». El poeta se desdobla en muchedumbre. Él pierde su identidad a cambio de nombrar lo que crea. Ser muchos a la vez y no ser es una evidencia constante que no solo encontramos en este poema de mi predilección. Así pues, la composición Esta ciudad… al evocar esta tensión conjura la esencial realidad que late como un corazón en la ciudad que él describe: la borradura del recuerdo en la memoria, la nostalgia, la soledad; la escena en la que todo lo vital pierde existencia o ha de perderla:

«Esta ciudad/ en la que dejarás, tarde a tarde, / tus perfumes, / tus cabellos, / como se dejan cosas olvidadas/ en la casa que habitamos alguna vez.»

Se trata de la ciudad donde el sujeto abandona el camino recorrido:

«[…] en donde quedarán tus pasos / largamente tendidos, cruzados»

Donde dejarán de imponerse los cambios de humor, la personalidad, la honestidad o la hipocresía:

«[…] en la que dejarás […] tu rostro en los espejos,»

Donde se olvida la relación con un mundo físico posible o la experiencia que ya no podrá depender más de su aspecto perceptivo:

«[…] en la que dejarás / noche a noche / tu rostro en los espejos, / tus manos, tu calor / sobre el muro de tu balcón, /sobre las llaves, /sobre los libros»

Es la ciudad donde pierde o adquiere significado la intimidad y el mundo interior que es posible habitar:

«[…] en tanto que tus labios dirán palabras/ que muchos jamás sabrán que pronunciaste.»

En síntesis, en esta ciudad se nublan las formas del día y la noche, del movimiento y lo inerte, del ritmo y la danza que festeja los restaurantes, la música, los estrépitos del cuerpo que hacen celebrar la libertad, la danza de una naturaleza viva que nos rodea o la voluntad que nos impulsa hacia el porvenir.

La ciudad adquiere cuerpo a través de los objetos que transitan de un lugar a otro, develando los secretos que despiden por una sola vez el mágico universo de la cotidianidad. Y así como las cicatrices del cuerpo humano expresan rasgos de su historia vital, el monologo del cuerpo-ciudad creado por René del Risco Bermúdez ejerce su mayor fuerza evocativa mediante el ritmo pausado y profundo que viaja hacia el interior del lector (nunca hacia la superficie de los sentimientos), y la aliteración que recorre los detalles del objeto enunciado.

En este monólogo, la historia del cuerpo-ciudad es la de esta tensión entre la vida y la muerte: la vida que, por un lado, es relación entre sujeto y otredad, y la muerte que, por otro lado, es movimiento de la nostalgia en el recuerdo o del abandono de todo aquello que una vez pareció tener significado o, acaso, de la soledad; esa soledad infinita y profunda que solo podemos experimentar en la muchedumbre.

Por esto, tal vez, el poema no impone un final ni posible ni imposible, el poema continúa siempre abierto, escrito detrás de sus eternos puntos suspensivos, como una admonición que advierte la persistente voz de un destino que nos espera con templanza admirativa:

«Esta ciudad / no te olvidará ni un solo instante, / como todos, estás para esta muerte!…»

Quiero ponderar una cuestión más sobre este magnífico poemario. Me refiero a la imagen del viento. ¿A qué debemos el título El viento frío? ¿Acaso el autor desea captar el desdoblamiento que sufre la imagen de una ciudad solar, como Santo Domingo, en sus colores, inclinaciones y humores?; ¿o tal vez busca expresar esa sensación capaz de embelesarnos, de aturdirnos o sobrecogernos al contemplar la ciudad como un objeto integral?; ¿o es que quizá ese «viento frío» es la representación del movimiento que el poeta nos ofrece a través de sus personajes, de sus enunciaciones, de sus silencios, de sus escenas?

En respuesta a esto… los motivos del título podrían ser variados, pero la alusión al viento es constante de un poema a otro revigorizando la unidad del conjunto y el movimiento citadino que muchas imágenes expresan. A veces la función del vocablo es figurativa y simbólica. En algunos casos esta es concreta y objetiva, aludiendo con mayor frecuencia a la brisa (o al viento) que proviene del mar, como en los poemas En la ciudad… y No era esta ciudad…. En pocos casos el significado del vocablo subyace en el trasfondo de lo que el verso dice. En uno de estos el viento es conjura de una fuerza sobrenatural, oculta, que conmueve.

Con este lazo de unidad interior, en movimiento, la ciudad poética trasciende la ciudad localizada donde se escribe la obra e impone su función esencial al ritmo de las imágenes y los recursos literarios empleados. Todo se integra en el tráfico de imágenes y recursos de la ciudad poética. Y es así como esta se amplifica hasta convertirse en imagen del Caribe, o en imagen de cualquier ciudad de América, o en imagen de toda ciudad donde para vivir es necesario el recuerdo, el olvido y la soledad: la ciudad adquiere el cuerpo de un ser, que es humano, animal o que es el viento mismo, como se advierte en estos versos del poema Viento frío: «el viento frío que acerca su hocico suave / a las paredes, / que toca la nariz, que entra en nosotros / y sigue lentamente por la calle, / por toda la ciudad…». En fin, lo cierto es que cada referencia al «viento» (o al campo semántico de este vocablo) es indicador de unidad y movimiento incesante, siempre abierto, como se puede leer en estos versos del poema Belicia, hoy quiero cantar…: «De todos modos, Belicia, / si levantas tus ojos/ verás pequeñísimas partículas de polvo/ buscando el viento, / desaparecer…».

Encontramos también el viento como signo de adversidad sobrecogedora en los versos del poema Si he llegado a tus manos… que declaran: «Si he podido llegar a ti, / si he podido encontrarte/ cuando más duro era el viento, / (y) más sordas las palabras».

O podemos apreciar el viento como signo de esperanza que se respira en un balcón que ondea como bandera de libertad, como se aprecia en los versos del poema El diario caminar…: «Una mano encenderá una luz en esta hora, / será cuando la espuma estalle/ y yo piense en el niño y el hombre/ de otra ciudad. / En la mujer con su guitarra/ en el último balcón, / al viento…».

Y esta esperanza libertaria nos propone mirar hacia el porvenir y cerrar puertas al pasado, porque entonces el poema termina diciendo: «No será como aquella vez/ cuando, sentada junto a mí, / tomabas las cosas de otro modo… /Ahora iremos reconociendo las esquinas, / los trabajos, / las vidrieras, / el diario caminar hacia otro tiempo…».

Podemos también percibir el viento que opera como una fuerza oculta de la naturaleza sobre los objetos. Por ejemplo, en el poema Preferiré recordar… que exalta «aquella despellejada ciudad / que veíamos con ojos irritados / cuando la madrugada comenzaba en el olor de las fábricas, / y el vestido negro te caía febrilmente / desde el hombro…».

Esta función de la imagen del viento nos recuerda algunas obras como Las olas, de Virginia Woolf, o el Ruido y la furia de William Faulkner. En la primera, el movimiento nace de la viva musicalidad de la palabra escrita. En la segunda obra, el movimiento se desprende de la profundidad del silencio impreso en los diálogos.

Hasta aquí he compartido algunas impresiones sobre la plasticidad poética de la ciudad creada por René del Risco Bermúdez y sobre la fuerza lúdica de la imagen del viento y su función activa en la congruencia orgánica de los poemas comprendidos en la obra El viento frío. Pero este poemario contiene muchos otros aspectos que deberían ser estudiados: su ejemplar fuerza lírica, su profundidad dramática, el uso de los tiempos verbales, la presencia del yo poético (tal vez de influencia romántica), la relación casi perfecta entre metáfora y realidad, la representación lúdica del recuerdo y el olvido, las múltiples alusiones del poeta a la muerte, al destino, y el uso constante (casi obstinado, pero siempre apropiado) de puntos suspensivos que sirven al poeta para evocar silencios, premoniciones, anticipaciones; y, en fin, el desencanto de ese tiempo en que comienzan a morir las ilusiones y a brotar la desesperanza y la desgracia inevitable.

Todos estos elementos albergan un horizonte de sentidos al que solo el lector puede aspirar, pues de ellos nace lo indecible: la experiencia estética que resulta de leer poesía…. desde la que nace toda la ciudad.