Eros, esa lucha naturaleza-cultura, necesidad-deseo que viaja desde el instinto animal al territorio de lo humano; desde el ejercicio del amor hasta lo que ha sido prohibido, y desde los menesteres de la reproducción hasta la religiosidad impuesta, pauta las trasgresiones del existir en una suerte de universalidad paralela. Así, en el ejercicio de la realidad, en las esferas del arte, y en particular, en la pintura figurativa, el cuerpo es instrumento lúdico para el pensar. Sería una exploración fútil de la condición humana si la expresión artística excluyera el rasgo que fundamenta aquella universalidad: el alma, el espíritu del ser que humaniza lo creado. Ambas propuestas aparecen en la obra de Luis Fernando Uribe (Colombia, 1950), zootécnico, grabador, pintor y escultor —quizás no en esa cronología— radicado en Chicago desde hace dos décadas. Artista que no vacila en admitir lo que sus lienzos desnudan: las sempiternas preguntas sobre el significado de la vida, del amor y el enamorarse; del misterio de la muerte, esa última preocupación del homo sapiens.

Graduado en la Escuela de Artes visuales de la Universidad Nacional de Medellín, Uribe —cuyo estilo ha sido catalogado por el canon como perteneciente al “realismo mágico latinoamericano”— ha definido el arte como un viaje con corazón, “la búsqueda de algo que uno no sabe lo que es, pero donde lo más importante es el acto continuo de hacer arte”. Las páginas de su curriculum vitae reflejan aquello: exposiciones en su nativa Antioquia y en ciudades tan dispares como La Haya, Caracas, Madrid, Vancouver y Chicago. Lugar donde admite, ante mi insistencia, que su paleta abandonó los colores vibrantes de su tierra natal para adquirir la casi monocromática tez de la melancolía del Medio Oeste, hogar donde continúa ejercitando el arte como “camino o tabla de salvación”.

La temática esencial en el lienzo de Uribe (trabajado en tinta, que no óleo) está tratada con el detalle artesanal y la profundidad del creador que piensa la obra, en el sentido cognoscitivo de la creación artística. La luz, y su hermanastra la sombra —perenne instrumento de la pintura occidental presente desde el tenebrismo barroco, el claroscuro renacentista, el impresionismo, y el expresionismo alemán— se hacen par a fin de subrayar la fuerza de los universos paralelos insertados en sus piezas.

Sombra-imagen, luz-oscuridad, vida-muerte, hombre-mujer, son dicotomías que en las pinturas de Uribe aparecen incrustadas sobre plantas, animales y paisajes a fin de recordarnos la esencia de nuestro origen: mater natura. Como tal, la crítica venezolana Katherine Chacón ha indicado que este trabajo “enfoca el espíritu humano a través de la exploración de la forma corporal, subrayando la conexión directa entre hombre y naturaleza, cuerpo y mente”.

Sólo un artista cuya preocupación sea el alma dentro del cuerpo, es capaz de renunciar a pretensión alguna y “encerrarse en el estudio” a fin de hacer su camino, consciente de que la senda del arte es una insatisfacción total. Sentencia Uribe que “haber escogido ser artista significa optar por el humanismo, por algo más espiritual que quizás nos permita querer cambiar el mundo. Porque uno toca a la gente con su obra”.

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Jochy Herrera, escritor dominicano, miembro de la mesa directiva de contratiempo