Las protestas desatadas en los diferentes medios de comunicación social, a raíz de los resultados del concurso internacional para la restauración de las ruinas del antiguo Monasterio de San Francisco de Asís, conjunto monumental patrimonio dominicano y de la humanidad, enclavado al final de la antiguamente denominada “Cuesta del Vidrio” (loma al final de la calle Hostos), de la Ciudad Colonial en Santo Domingo; mueven a reflexionar sobre los orígenes del bien monumental como patrimonio, las consecuentes teorías y formas con que se ha abordado el proceso de intervención o restauro de un bien cultural, y en nuestro caso particular los resultados evidenciados a la luz de los trabajos , ganador y finalistas, expuestos en Quinta Dominica.
La Ilustración, como movimiento filosófico y cultural, la creación de la Historia del Arte como disciplina científica, el progreso de la Arqueología, así como el desarrollo del coleccionismo, contribuyeron en gran medida a los inicios de la concepción y preocupación por los objetos y bienes del pasado. El valor histórico estético, la preocupaciones surgidas por la destrucciones indiscriminadas que se venían realizando de estos objetos, del pasado histórico social, fueron apuntalando desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, hacia un cambio gradual en la actitud, planteamientos y valoración sobre estos bienes culturales.
En la medida que se fue afincando una real conciencia sobre el valor intrínseco de monumentos y objetos artísticos, ya sea por lo que representan, su valor etnográfico, icónicos, documental, valor de rareza , entre otros; pero pesando por sobre todos, el valor histórico como significante mas objetivo, contribuyeron a reforzar las teorías de conservación y restauración de bienes culturales.
Con la aparición, a finales del siglo XIX, de diferentes teorías sobre restauración y las primeras regulaciones para proteger el patrimonio, inicialmente ligadas a los monumentos arquitectónicos y posteriormente canalizadas hacia todos los objetos antiguos, para finalmente consolidarse, a lo largo de todo el pasado siglo XX, con los progresos realizados en los campos teóricos y prácticos.
El denominado, “Proyecto Centro de Eventos Ruinas de San Francisco y Entorno”, esboza dentro de sus planteamientos: “ … la integración funcional y socioespacial de este complejo monumental a las comunidades localizadas al norte de la ciudad, especialmente a los barrios de San Antón y Santa Bárbara…” y además, abundando en sus aspiraciones, especifica: “Dotar a la Ciudad Colonial de un Centro Cultural y Eventos y de un Parque Arqueológico en el Conjunto de las Ruinas de San Francisco, de influencia metropolitana y alta capacidad de revitalización, concebido como una oferta complementaria y un referente arquitectónico y urbanístico que sitúen el lugar en el imaginario colectivo como una nueva centralidad”.
Históricamente, el conjunto del Monasterio de San Francisco, inicia su construcción provisional en 1508, fecha además, en la cual fue destruido por un huracán que azotó la nueva capital. La reconstrucción de la iglesia se sitúa entre 1508 y 1514, gracias a la esplendidez de Francisco de Garay, en este trabajo de recuperación antes de partir a Jamaica.
La capilla mayor de la iglesia fue empezada por Francisco de Liendo en 1544, y posteriormente techada en la segunda mitad del siglo XVII.
El Monasterio ha sufrido, a lo largo de su historia, una serie de vicisitudes: el saqueo e incendio realizado por Francis Drake (1586), dos terremotos después de la restauración de 1664, el corte de la bóveda para emplazar la artillería durante la batalla de Palo Hincado, así como el saqueo de piedras y detalles arquitectónicos durante la ocupación haitiana.
Al observar los proyectos expuestos y seleccionados, dentro de los que concurrieron al concurso convocado por el Ministerio de Turismo y el BID, nuestra primera preocupación surge en torno a las bases de convocatoria, ya que su estructuración apuntan al desarrollo de un plan radical de intervención que mueve a planteamiento de soluciones mas cercanos a la teoría del arquitecto Viollet- le Duc, partidario de un proceso interventor extremo, como muy bien expresara en una de su mas conocida frase: “ Restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es restituirlo a un estado completo que quizás no haya existido nunca”. Así como el extremismo de Viollet, existe el planteamiento de conservación tajante y contrario externado por Johnn Ruskin, que se basaba en la “no intervención”, defendiendo la estricta conservación en el restauro y prefiriendo la ruina del monumento a cualquier intento de reconstrucción. Idea de que la mejor intervención es aquella que no se realiza.
Una teoría intermedia aparece entre ambos radicalismos para el restauro del patrimonio monumental, es la formulada por Camilo Boito (Restauro Científico) , que establece la importancia histórica y el valor documental de la obra, defendiendo los agregados y transformaciones necesarias, como parte de un proceso de conservación, dentro de unos limites que eviten falsear la esencia de la obra y especificando claramente que todo añadido “será diferenciable para preservar su valor histórico”. Más recientemente, el “restauro critico”, encabezado por Cesare Brandi, traza planteamientos teóricos en la que : “La restauración debe ser realizada de modo que garantice el componente artístico del resultado; debe recuperar la unidad figurativa, su entidad y naturaleza artística. Todo esto no niega la necesidad de preservar la lectura documental sino que se subordina a la preeminencia del valor artístico.”
Al reparar en los proyectos expuestos en Quinta Dominica, percibimos que todos corresponden a firmas extranjeras con contrapartes dominicanas, y no se porque me viene a la mente, la similitud con los eventos y conciertos artísticos nacionales, en donde se presenta un artista extranjero y en el que, de relleno al espectáculo, se presenta un artista del patio, sabiendo todos que el espectáculo viene orquestado desde fuera.
Para nadie es un secreto la voracidad de estos consorcios de arquitectura y construcciones multinacionales, mas cuando los concursos vienen amarrados a financiamientos de organismos como el BID, en donde hay firmas expertas haciendo lobbysmo con sus contactos, evitando, en la mayoría de los casos, participar si no hay seguridad en los resultados.
Claro esta, son firmas y nombres de arquitectos reconocidos mundialmente, desvinculado en nuestro caso, puntualmente del entorno patrimonial y social de la zona en proceso de intervención, que solo se focalizan en los requerimientos de los convocantes y los resultados estéticos para su proyección.
El proyecto mas radical de intervención y ganador del concurso, fue el presentado por el Consorcio Rafael Moneo, Blasco Esparza, Moneo Brock Studio, Jesús Jiménez Canas & Asociados y R. Úrculo Ingenieros Consultores. La propuesta, estructuralmente encierra en hormigón armado toda la infraestructura colonial existente, pasando la nueva concepción espacial arquitectónica, así como el desarrollo de los espacios exigidos, a ser los actores vitales arquitectónicos; relegando al conjunto monumental del Convento de San Francisco, patrimonio de la humanidad, a mostrarse como un insignificante referente, de poca importancia, dentro de la estructura que asumiría el Mega Mall Colonial, proyecto conceptual del ego protagónico del autor de la propuesta y los que determinaron las bases condicionantes.
La escala planteada rompe con el dialogo de la escena urbana de la zona, compitiendo con los edificios que tiene el centro histórico. Los factores urbanísticos, de urbanidad y de preservación del entorno en donde se pretende desarrollar esta licitación, parecen haber sido obviados en aras del discurso estilístico planteado con la mega construcción..
Creemos necesario que el Estado Dominicano, evite el desarrollo de una propuesta, que decanta por destruir lo existente de un monumento con un valor intrínseco histórico y cultural, que trasciende lo patrimonial dominicano.