Amara, la negra, voluptuosa, exuberante, digna representante femenina de la mitología más caribeña, ha hecho saltar del espanto a los inmaculados predicadores de la buena moral con su nuevo sencillo titulado nada más y nada menos que “Toto”, expresión popular que designa el órgano sexual que todas tenemos pero que no todas llamamos como tal.
Sí, es una gran afrenta. La vulva no debe ser nombrada, máxime cuando se trata de una mujer haciéndola su instrumento de poder. La reputada académica Mithu Sanyal, autora de “Vulva. La revelación del sexo invisible”, bien dice que solo vemos imágenes de ella como producto de las industrias porno y de la higiene. Luego, es como si no existiese ni importase. El menor comentario coloquial sobre cualquier asunto relacionado al dichoso órgano es visto como grosero y obsceno.
Sin embargo, no siempre fue así. En casi todas las historias de tipo mitológicas se encuentran episodios en donde la mujer y su vulva son las protagonistas. Aunque hoy provoque carcajadas, muchas culturas antiguas creían que las mujeres podían resucitar a los muertos, e incluso vencer al mismo diablo, con solo subirse las faldas, y no en sentido metafórico.
La India ancestral es el mejor de los ejemplos, donde el ioni (en sánscrito: ‘útero’, ‘vagina’, ‘vulva’ o ‘vientre’) era venerado en la misma medida que el lingam, o falo masculino. El de la Gran Diosa Kali, la madre universal, representa el poder generador de la naturaleza. Todavía es alabado como fuente de transferencia de fuerzas sutiles, como la vía hacia los misterios cósmicos, dador del ioni-tattva, la esencia sagrada. Hasta un ritual tiene lugar allí en su honor, el ioni-puja o ritual de la vulva.
La India ancestral es el mejor de los ejemplos, donde el ioni (en sánscrito: ‘útero’, ‘vagina’, ‘vulva’ o ‘vientre’) era venerado en la misma medida que el lingam, o falo masculino
De una forma u otra, la mujer siempre se ha sabido poseedora de un gran poder, entre muchos: el que subyace en su incontestable sexo. La modernidad, empero, trajo consigo el despliegue de una serie de dispositivos de control sobre los cuerpos (en especial de las hembras) que la llamada posmodernidad no logra anular. La sexualidad pasa a ser una cuestión de Estado, verificable, modulable, reprochable. Las mujeres dejan de ser dueñas de lo que una vez les perteneció convirtiéndose en meros medios de reproducción. Justamente así son representados los órganos sexuales femeninos en los libros de texto de enseñanza básica.
Entonces, inmersa en esa realidad cercenadora, se atreve Amara a proclamar el gran poder de su “Toto”, que es el mismo poder del de todas. Lo entroniza, lo exalta, se enorgullece de él, lo presume. Lo nombra a la franca y sin tapujos, dejándolo en boca de una audiencia atónita que se dice horrorizada por tan vulgar y soez palabra, salvo las excepciones de lugar.
No es siquiera que prefiera este tipo de música, ni que crea que se trata de una gran obra creativa, porque sabemos que no lo es; lo que yo alabo es la disposición, aun en chercha, de manifestar públicamente un poderío que está vedado para quien no posee un falo, el que tantas veces se permite (con la aceptación de esa misma audiencia y sin condena), a través de letras mucho más groseras e indecentes, cosificar a su objeto de deseo. O, ¿qué les parece “to’ lo que tú le da’ ella se lo traga”, “una epelta, no pega lo’ diente, se lo traga”…?
Con to’ y la censura, ¡que viva el gran poder de Amara, la negra! Ahora bien, que no se crea que su poder viene dado por poseer el orificio en el que el macho envaina su espada.