Como si hubiera sido un rey Midas de las palabras, todo lo que escribió Pablo Neruda se convirtió en leyenda. Y también lo que tocó. Así de grandiosa es la dimensión del Premio Nobel de Literatura 1971. Cuarenta y seis años después de su muerte, ocurrida el 23 de septiembre de 1973, el encanto sigue vivo no solo por su obra, sino también en cada una de las casas que habitó. Tal es el hechizo que aún genera el poeta. Hice un recorrido por esas viviendas me hizo sentir apremiado por la necesidad de mostrar una visión, aunque sea frugal, de todo ese encanto. Es una historia conocida, sí, con fragmentos alegres y también con bolsones de amargura. Pero yo, “Por amarga y por vieja se la cuento”, tal y como lo afirmó el poeta en su “Versainograma a Santo Domingo”, ese poema de solidaridad con los dominicanos escrito cuando los pies del invasor norteamericano vulneraban la soberanía del país.
Isla Negra es la evocación más vívida de la residencia de Neruda. Allí se encuentra uno con el recuerdo colgado en las paredes o protegido en las vitrinas. Pero en Chile el poeta tuvo dos casas adicionales también muy conocidas. Una es La Chascona, en Santiago; y la otra es La Sebastiana, en la ciudad de Valparaíso. Todavía siento el embrujo que me quedó después de haber recorrido las tres casas, sala por sala, habitación por habitación, bibliotecas y patios. La vida, cuando se decide por dar, es espléndida y me permitió la dicha de hacer ese recorrido junto a Reina, “la ternura compartida con mi alma”. Y qué mejor compañía que contar con la gratísima gentileza de Iván Mejía, su hijo, quien tiene una temporada de trabajo en Chile, y su esposa Rebeca. Era finales de julio del año 2019 y el invierno estaba en su apogeo.
Isla Negra
Se encuentra a 110 kilómetros al oeste de Santiago de Chile. Fue la primera casa del poeta. Con una necesidad intensa de dar a luz una nueva vida, Neruda buscaba quietud para escribir en soledad su afamado libro Canto general. Y así llegó en 1937 a ese lugar de San Antonio, donde había una casa de piedras a orillas del Pacífico. El propietario era un viejo marinero español naufragado por esos lares. Y en 1938 la adquirió. La vivienda era pequeña pero tenía un espacio solariego holgado. “Luego la casa fue creciendo, como la gente, como los árboles”, dijo el poeta refiriéndose al bien de Isla Negra. Y poco a poco la fue remodelando hasta darle la forma de ese barco que siempre quiso tener donde él fuera el capitán.
¡Y qué barco! ¡Cuántas colecciones acunó allí el poeta: mascarones de proa, copas, vasos, botellas, mariposas, qué voy a recordar tanto! ¡Cómo organizó las salas, la habitación nupcial, el comedor, el bar, la biblioteca, el patio! ¡Al frente le quedaba un gran mar a sus anchas para que sus ojos se lo bebieran cada vez que quisiera! Mirando el mar desde Isla Negra, pleno, un día Neruda afirmó: “El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana.”
Fue un espacio para tertulias con grandes escritores. El poeta recibió allí a grandes figuras, entre ellas al presidente Salvador Allende. Ese lugar era su remanso. A esa casa acudió cuando la salud se le deterioró en 1973. De allí se lo llevaron, en estado crítico, hacia un centro médico de Santiago de Chile. Dolorosamente eran los días fatales que recién se había truncado la democracia chilena. Falleció doce días después del golpe. El parte médico dice que el deceso fue por cáncer. Muchos han afirmado que en realidad murió de pena. En 1991 la casa de Isla Negra fue convertida en museo. En 1992, cumpliendo con los deseos del poeta, sus restos fueron llevados a Isla Negra junto a los de su esposa Matilde Urrutia. La casa museo sigue recibiendo miles de visitantes cada año. Manuel Araya, chofer y asistente personal de Neruda, denunció en el año 2012 que los golpistas asesinaron al poeta con una inyección letal. La Fundación Pablo Neruda negó la versión. Pero en el año 2017 un grupo de peritos determinó que, aunque Neruda padecía de cáncer, no murió de esa enfermedad.
La Chascona
Esta casa tiene una particular historia de amor vinculada a Matilde Urrutia, la última de sus tres esposas. El poeta nació en 1904 y a los dos meses quedó huérfano de madre. Casó por primera vez en 1930 con la holandesa María Antonieta Hagenaar, a quien rebautizó con el nombre de Maruca. Con ella procreó a Malva Marina, la única hija que tuvo el poeta; esta pequeña murió siendo una niña. Cuando Neruda tenía apenas 30 años, conoció a la argentina Delia del Carril, una mujer de 50 años y de quien quedó prendado. Se casaron en 1943, aun con los veinte años de diferencia que tenían. En 1946 conoció a la chilena Matilde Urrutia, cantante y escritora chilena. Poco después tuvo que salir exiliado hacia México. Allí, en 1949, volvió a encontrarse con Matilde. Entre ellos comenzó un tórrido romance. Para cobijar ese amor el poeta compró una casa en el sector Bellavista de Santiago, al pie de un cerro, y le puso como nombre La Chascona, que quiere decir pelo revuelto, tal y como lo llevaba Matilde. En 1955 Neruda se separó de Delia y se unió definitivamente a Matilde. Contrajeron matrimonio en 1966.
La Chascona fue remodelada al gusto de Neruda. Le volteó totalmente los planos al arquitecto contratado y logró una casa con una formidable vista hacia la cordillera de los Andes. La habitación principal, el comedor y la cocina, están en torno a la parte más cercana a la calle. Y desprendida, en un punto más alto del patio, está la sala. También en otro espacio separado está el bar, un lugar importante en cada una de las casas de Neruda. Y por igual en un espacio distinto, y aún más inclinado, colocó la biblioteca. El conjunto total es muy particular. En la casa se perciben distintos tipos de colecciones.
Durante los primeros días del golpe esta casa fue profanada y los servicios le fueron suspendidos. Cuando Neruda murió, Matilde tomó la valiente decisión de velar allí el cadáver de Neruda, junto a un selecto grupo de amigos. Por la noche, ante el cadáver del poeta, tuvieron que soportar el cruento frío del invierno chileno. Con los destrozos ante ellos, con los servicios suspendidos, Matilde afirmó: “para que el mundo vea como tienen a Chile”. Al sepelio de Neruda fue tanta gente que se convirtió en la primera manifestación contra Pinochet. En lo adelante Matilde creó la Fundación Pablo Neruda y se dedicó a promover la obra del poeta y a dar conferencias en favor de la democracia hasta su muerte en 1985. En la actualidad, además de la casa museo, allí está ubicada la oficina central de la Fundación Pablo Neruda. El museo es visitado por miles de personas al año que vienen de todo el mundo.
La Sebastiana
Nos desplazamos 115 kilómetros para llegar desde Santiago a Valparaíso. La ciudad tiene una bahía en su costado oeste con un puerto histórico. Para la gente común ese puerto ha sido salvación y tormento. Desde la costa, con escasa extensión de tierra llana hacia adentro, la ciudad de inmediato se empina entre una cadena de montañas de altura restringida. Los nativos las llaman cerros. En total son cuarenta y cinco los cerros, y cada uno está copado por ramilletes de viviendas.
En una carta a su amiga Sara Vial, también poeta, Neruda le dio detalles de lo que deseaba en Valparaíso. “Una casa para vivir y escribir tranquilo… No puede estar ni muy arriba ni muy abajo… Original, pero no incómoda… Además, tiene que ser muy barata.” La casa descrita apareció cuando falleció su propietario, el constructor Sebastián Collado. Pero Neruda y Matilde se la encontraron muy grande y le propusieron compartir la propiedad a los esposos Francisco Velasco y María Martner, ella era escultora y el poeta le pagaba por los trabajos que aún están en las tres casas. La negociación culminó en el año 1959 y en 1961 la inauguraron con el nombre de La Sebastiana, en honor al antiguo propietario.
Enclavada en el corazón del cerro Bellavista, otra vez esa denominación, esa colina hace un verdadero honor al nombre. La vivienda tiene los laterales en cristales de tal forma que permite una vista casi a la redonda de Valparaíso. Desde los cuatro pisos, más el astillo que agregó el poeta, cada día que pasaba allí debió parecerle como si amaneciera en el paraíso. Las salas, el bar, la biblioteca, el dormitorio junto a Matilde, todo allí es particular. En 1973, a la muerte del poeta, esta casa también fue bandalizada por las mismas huestes que tenía como cabeza a Augusto Pinochet. Desde 1991 fue convertida en museo. Cada año recibe más de cien mil visitantes.
Epílogo
El gran poeta dominicano, Manuel del Cabral, escribió: “¿Quién ha matado este hombre/ que su voz no está enterrada?/ Hay muertos que van subiendo/ cuanto su ataúd más baja.” Eso se siente con Neruda, con su obra, con sus casas. Y uno se ve obligado a reflexionar que una vez más queda demostrado: la libertad llega más lejos que la opresión. Mientras Pablo Neruda es cada vez más celebrado, Pinochet y sus excesos son cada vez más condenados. Porque el totalitarismo nunca podrá imponerse como forma de gobierno.