¿Se imaginan encender una fogata frente al monumento que rememora el ajusticiamiento del dictador Trujillo en la avenida 30 de Mayo? ¿La razón? Celebrar el cumpleaños de una mujer que acaba de cumplir los primeros 30 años de su vida
A Elena, a la que les diagnosticaron angustia psicosomática a los 18 años, le cogió con celebrar su cumple encendiendo una gran fogata frente al monumento más feo de toda la capital. Convocó a sus amigos y les dijo que trajeran todo lo incendiable. Todo lo que se convierta en cenizas.
“Lleven gomas de carros, hierba seca, plásticos, marihuana, carbón de barbecue, palitos de cuaba, incienso y hasta perros y gatos muertos si encuentran en su camino”. Así, literal, decía el mensaje de Elena por WhatsApp a los convocados.
Un mar furioso y oscuro salpicaba sus rostros
Ella quería una humareda negra a las tres de la mañana como las que opacaban el cielo en las antiguas protestas de los barrios. Una humareda negra en medio de la avenida 30 de Mayo.
Quería verlos a todos alrededor de la gran pira en silencio. Con mascarillas y vestidos de negro.
¿Y por qué una mujer de 30 años convoca algo así para celebrar una nueva etapa de su vida? Lo lógico sería una fiesta en la casa con bizcochos, pitos, cerveza y ron. Bailadera y lo que se presente. Treinta años son treinta años. Muchos darían la vida por volver a tener treinta años.
A Elena le contaron desde los ocho años que su abuelo fue torturado por los esbirros de Trujillo. Al viejo Serafín Huerta le apagaban cigarros en su pecho, lo despertaban a las 4 de la mañana para echarle cubos de agua con heces fecales, lo trasladaban a parajes oscuros y solitarios ubicados en la antigua carretera Duarte para simular un fusilamiento. De pie, debajo de una gigantesca mata de mango, un pelotón de guardias listos para volarle la cabeza a Serafín.
Pasaban las horas y el abuelo Serafín despidiéndose en medio de su tormento de la vida. Resignado. Nunca lo fusilaron. Lo hacían sufrir al abuelo de Elena, a la que le diagnosticaron angustia psicosomática. Un trastorno paralizante. Su afán de disfrutar con amigos y parejas era en vano. Hasta el sexo para Elena era un fastidio. Lloraba en silencio. Cometía errores en el trabajo. Metía toda clase de drogas. Bebía sola y cuando le daba a la jumeta, lloraba frente a la pared de su habitación. ¿Lloraba por algo tan lejano como las torturas sufridas por su abuelo o lloraba por su manía depresiva? Su familia nunca acertó a saber el origen de sus turbulencias.
Todos sus amigos asistieron a la gran fogata. Todos convocados por Elena por WhatsApp. La esperaron por una hora, le mandaron mensajes , notas de voz. La llamaron. Nada. La cumpleañera no apareció.
Elena prefirió celebrar su cumple mezclando vodka con pastillas para dormir y sentarse al borde de su cama a llorar. Encima del lavamanos, su celular seguía encendido acumulando notificaciones, llamadas perdidas y notas de voz de sus amigos ahora sentados en los bancos de la 30 de mayo. Un mar furioso y oscuro salpicaba sus rostros.