SANTO DOMINGO, República Dominicana.-La industria cultural produce una cantidad inmensa de ganancias en todo el mundo. Está compuesta por una amplia diversidad de rubros y productos. Entre los que se encuentran la música, cine, artes visuales, diseño de modas, libros y museos; sólo por mencionar algunos. En el consumo de artículos y eventos culturales intervienen diferentes aspectos sociales y personales.
Partiendo del concepto de que una compra se produce siguiendo una operación racional, se entiende que el consumidor intenta cubrir su necesidad optimizando la relación recursos-satisfacción. Desde la detección de una necesidad o deseo, para luego pasar a la búsqueda y evaluación de las opciones, culminando al adquirir y disponer del bien, sea material o inmaterial.
Esta definición resulta concordante con la perspectiva de Néstor García Canclini, reconocido antropólogo argentino, quien reconoce el doble papel de las mercancías. Por un lado, se satisfacen necesidades fisiológicas. Pero en otro sentido, existen necesidades humanas surgidas en el relacionamiento, donde se persigue la adquisición de bienes para fijar diferencias sociales. Aquí, se le atribuyen características imaginarias a los artículos de consumo.
Más allá de los recursos económicos envueltos para adquirir un bien, en esa compra y uso, intervienen aspectos simbólicos
La apropiación de bienes, es espacio de integración de un mismo grupo social, a partir del cual se reúnen y llevan a cabo prácticas de su habitus. Pero los externos al grupo pueden también comprender los mensajes que se intentan expresar mediante el uso de algunas prendas, la visita a determinados lugares, entre otros aspectos del estilo de vida. Más allá de los recursos económicos envueltos para adquirir un bien, en esa compra y uso, intervienen aspectos simbólicos.
El consumo cultural no siempre está vinculado a un poder adquisitivo. Es así como personas de similares niveles de ingresos, pero diferentes grupos de socialización, prefieren artículos culturales distintos. Por ejemplo, algunos adultos de clases populares de Santo Domingo, pueden sentirse interpelados por el son; y otros de la misma edad, condición social, no sentir la misma identificación porque esa música no es parte de su relato.
En este sentido se concibe el consumo cultural no como propiedad, sino apropiación de bienes para construir sentido. En la actividad de uso de artículos, la escucha de un género musical y el tránsito por determinados lugares, se comparten las significaciones del consumo.
Los artículos que la industria cultural produce y vende, son utilizados para la definición del estilo y se asumen como útiles para definir personalidad e identidad social. Es decir que el consumo cultural de una persona está íntimamente relacionado con discurso individual y colectivo de su lugar en el mundo.
En otras palabras la música que se escucha, la ropa que se usa, los lugares que se transitan, los libros que se leen son elementos que ayudan a recrear la idea que se tiene de sí mismo y del colectivo al que pertenece.
(*) La autora
Teresa María Guerrero Núñez es licenciada en Mercadotecnia, de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Cursó una maestría en Comunicación y Cultura, de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Asimismo, cursó un diplomado en Análisis Estadístico, en la Escuela Nacional de Estadística de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en colaboración con la Universidad de Barcelona y la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).
La joven intelectual dominicana colabora con la sección de cultura de Acento.com.do. Sus trabajos son publicados todos los lunes.
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