(Catherine Vanderplaats de Vallejo/Concordia University)
La colección de veinte breves textos del libro Dentro del Bosque de Ylonka Nacidit-Perdomo, nos presenta un mundo imaginado, soñado, deseado, lamentado, un mundo presentado de manera compleja, y quizás por ello lo es, y por eso, dice la voz que narra y reflexiona: “No quiero aun despertar del sueño, porque necesito meditar” (Angustia). Aparecen en el índice una lista de veinte breves títulos, muchos, simples palabras: “Sueño,” “El fuego”, “En el Edén”, “Anhelos”, “Arcilla”, “Angustia”, “El instante”, “El tiempo”, “La espera”, “La memoria”, …
A través de esos anuncios, nos presenta un mundo, que puede ser el nuestro, o paralelo al nuestro, mágico; presenta unos eventos que se cuentan como se cuentan las leyendas; soliloquios, pero llenos de sufrimiento y soledad, de reflexión y pensamiento, así como con una angustia existencial que busca respuestas al misterio de este mundo—y otros y, al fin, ama la vida, el ser humano.
Así, por medio de un estilo rico, complejo, metafórico, poético, que relata muchos detalles, de cosas pequeñas (una flor con sus pétalos a los que rocen las gotas del agua) nos llevan a lo grande (“amo a Dios, en la flor está su rostro…”) (Todo es una sombra), a los grandes misterios del mundo—quizás de nuestro mundo.
Para dar una idea, les menciono algunos de los términos que aparecen en el primer texto, titulado “El árbol”, y que me han llamado la atención. Introduce el lector a muchos de los elementos del mundo que Ylonka concibe. Aparecen en él, el árbol, las canciones, la tierra, la lluvia, una caverna, un jardín, la gracia, el viernes, el verbo, y el deseo de ser como el Dios. Sin duda habrán reconocido elementos comunes a nuestra cultura occidental—y católica; muchos elementos, de hecho, bíblicos. Es así como se me aparecieron desde ese principio, y es así como entonces he leído el resto del libro—aunque “el” Dios nos abre también a otras posibilidades. A partir de este árbol primero, se presentan en “El bosque” reflexiones profundas sobre el tiempo, el origen, la muerte, Dios, el—o la—yo, la memoria, la palabra (verbo, lengua, expresión) —una lucha con el mundo, con Dios, con la palabra, porque, dice, “La realidad es un espacio reunido de verbos…” (Carta a la realidad).
Y no basta, en verdad, citarles una lista de términos usados en este bello primer texto de Ylonka, ya que para entender el mundo—su mundo—hacen falta verbos, complementos, frases que constituyen una comunidad, una historia… Así se repite con frecuencia el “cuentan que…”, “dicen que…” para recordarnos que las leyendas se comunican a través de la voz—esta voz de Ylonka:
“La leyenda cuenta que la fantasía quiso triunfar sobre la imaginación, que se fue de cacería…” (El árbol). Y para que el mundo sea leyenda, historia, hace falta que haya tiempo, muy presente en la conciencia desde el mismo principio de esta obra, desde el primer texto:
“Pasado el viernes, el mundo nuestro se hizo jardín…” (El árbol), y ya explícito en los títulos de la segunda mitad del texto: “En la mañana del martes”, “Tiempo… que no es tiempo”,… Esos títulos—y muchas de las frases que encontramos esparcidas en el texto—indican el contacto con los detalles de la vida diaria, con la historia, que es tiempo.
En este libro Ylonka se preocupa por grandes cuestiones y cómo expresarlas: “¿Quiénes son los que divulgan la angustia que padece el mundo: los poetas o los ‘esclavos’ de la palabra prestada?” (Angustia)—para contestar una páginas más allá: “Nadie es dueño de la palabra, porque la palabra permanece despierta, apoyada sobre la dignidad de la vida” (La palabra). Algunas de las expresiones con que nos brinda Ylonka son verdaderos axiomas; nos hacen pensar, nos deleitan, nos angustian:
• “Apenas la vida se inicia, y un presagio secreto trae consigo una emboscada. Es el drama de la nostalgia…” (El fuego)
• “El viento triste se hizo azar en la apoteosis del símbolo” (El fuego)
• “El salvaje no era ningún otro que aquel que quebró la voluntad divina; aquel aborrecido por los siglos por destruir con dureza la faz de la quimera para enfrentar la vida a la sinceridad de la muerte” (Arcilla)
• “La angustia es un anónimo nombre que acompaña al instante” (Angustia)
• “Nuestro jardín, llamado mundo,…es una abstracción sin misterio alguno” (Angustia)
• “Dios, que era universo de las eternidades, me abría su laberinto de posibilidades sin ser…” (¡Tempestad!)
• “El todo es un espejo, lo que veo, un sin límite a la idea, al orden, al desmayo de lo último” (El instante)
• “El tiempo es una afirmación de vida… El tiempo no es tiempo cuando la infinitud no es presencia…” (Tiempo… que no es tiempo)
• “…se evoca, hasta la muerte, el duelo entre la apariencia y la materia” (La palabra)
Habrán oído en esas expresiones muchas metáforas, que nos llevan a ver el texto en su totalidad como una posible alegoría, un ‘espejo’ de un mundo paralelo, de un tiempo y un espacio donde queda claro que está en busca del misterio detrás de la existencia, en contacto con Dios, quien “decidió conducirme y mostrarme su santuario. Me mostraba su majestad, su serena inspiración, su obra esparcida en el aquí y en el ahora, en el después y en el antes. Dios era un árbol,… invisible, una línea sin gravedad, un arquitecto de la temporalidad. . . Desde que Dios habita en los cielos, las preguntas han quedado sin respuestas” (Desperté detrás del misterio) -preguntas y respuestas con las cuales Ylonka lucha de manera filosófica-poética-alegórica.
Así, y aunque no hace referencia explícita a la obra de Tomás Kempis, me ha confesado su deuda para con él: como fue el caso de este, uno de los principales filósofos del catolicismo, es evidente en Ylonka también el énfasis en la vida interior, en las meditaciones, y que desconfía en el concepto moderno de que la razón resolverá todos nuestros problemas -este libro no es “razón-able”… Donde desvía este libro de las ideas de Kempis, para mí muy claramente, es la lucha que entabla con “el” Dios. Donde Kempis predicaba que para llegar a un conocimiento más profundo hacía falta la subyugación total y absoluta a la voluntad de Dios, Ylonka le cuestiona, le protesta y resiste- más como las leyendas románticas que como la teología medieval…
Es evidente que el presente libro sigue en las huellas de anteriores publicaciones de Ylonka. Ya sabemos bien de sus otros libros, textos de prosa poética y textos de comentario analítico, donde se encuentran dispersas ideas y las características estilísticas que reencontramos en “El bosque.” Este bosque ya apareció en Octubre, un breve volumen de prosa poética publicado hace 15 años ya (en 1998), como ‘ausencia’ en un apartado titulado “es del bosque la ciudad ausencia y movimiento” (57), y continúa, “borrasco mar. tardes en óleo del paisaje. ver de cara el viento” (64)—anunciando ya su preocupación lírica y filosófica. Y en Sobreaviso, un breve volumen de comentarios sobre Escritura de mujeres, del mismo año 1998, leemos: “Cuando la poesía reconcilia al mito con la transitoriedad de las cosas, la palabra es un anillo mágico de duendes, una ficción que quiebra de la línea del silencio la causalidad de la metáfora, la fragmentación del reverso de los espejos como escritura confesional, donde el espacio es un vértice de contradicciones”—párrafo que muy bien puede caracterizar el nuevo libro de Ylonka que hoy inauguramos para el público, y así, como le gusta pensar, cerrando el círculo de los misterios de la vida, por dictado del ángel que le visita en su búsqueda del todo.
Pues, y por tanto, cuando dice hacia el final de este nuevo texto que “Yo no he encontrado a la palabra; soy mal discípula de mi tiempo…” (La palabra), Ylonka, tenemos que desmentir esas frases: eres buena discípula del tiempo, y en “El bosque” has encontrado la palabra, reconociendo que a veces es mejor el no decir directamente, o sea, como concluyes tú misma, cruzar “unas palabras con el silencio”.