Un día como hoy, 11 de enero, pero de 1839, bajo el cielo puertorriqueño vio el mundo por primera vez Eugenio María de Hostos y Bonilla, quien, 93 años más tarde, habría de ser considerado Ciudadano de América por su compatriota Santiago S. Pedreira. Hoy se cumplen 180 años de su natalicio, el cual tuvo lugar en el pueblito de Río Cañas, que para ese entonces pertenecía a la jurisdicción del municipio de Moca y que luego sería parte de la geografía de Mayagüez, municipio situado en el noroeste de la isla de Puerto Rico. Muy avanzada la noche, con tronadas tormentosas la naturaleza anunciaba la llegada a este mundo del futuro Maestro de América y padre de la educación moderna en República Dominicana. De su padre, Eugenio de Hostos y Rodríguez, y de su madre, María Hilaria Bonilla y Cintrón, Hostos recibió el nombre por el que sería conocido y reconocido universalmente: Eugenio María. Sus padres eran puertorriqueños, mayagüezanos como él. Procrearon siete hijos, de los cuales él fue el sexto.

Era un adolescente cuando en 1852 sus padres lo enviaron al norte de España para empezar sus estudios secundarios en el Instituto de Segunda Enseñanza de Bilbao. Concluido aquí el bachillerato, en 1858 se desplazó a la ciudad de Madrid e ingresó a la Facultad de Derecho y, al mismo tiempo, a la de Filosofía y Letras de la Universidad Central, la hoy prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. Por decisión propia Hostos no concluyó ninguna de esas dos carreras universitarias ni ninguna otra en el resto de su vida. Le bastó, para alcanzar su grandeza intelectual, su asombrosa capacidad de autodidacta. Tenía esa actitud natural para aprender de todo: «Hostos se formó a sí mismo», llegó a decir el filósofo argentino Francisco Romero.

Exhibiendo una poco común capacidad de trabajo, Hostos se movía de modo constante, impulsado por ese afán de saber, de desentrañar la realidad social de todos los pueblos de la América hispánica. Su diario es un testimonio fiel de ello.

De inteligencia superior y luminoso pensamiento, era un hombre de múltiples facetas: político, pedagogo, sociólogo, filósofo, experto en Derecho Constitucional, historiador, ensayista, novelista, cuentista, dramaturgo, poeta, crítico literario y periodista. Pocas fueron las ramas del saber humano en las que no incursionó.

República Dominicana fue la segunda patria de Hostos. Su primer vínculo con ella es de carácter familiar y tiene su origen en su nacimiento mismo: es nieto de la dominicana María Altagracia Rodríguez y Velasco —nacida el 10 de octubre de 1785 en el sector de San Carlos de la ciudad de Santo Domingo y fallecida en el siglo XIX—, cuya familia pasó a vivir a Mayagüez a principios del siglo XIX. Ese lazo afectivo se fortalecería más tarde con el nacimiento de cinco de sus hijos en suelo dominicano, donde tuvo tres estancias: (1) del 30 de mayo de 1875 al 5 de abril de 1876; (2) del mes de marzo de 1879 al 18 de diciembre de 1888; y (3) del 6 de enero de 1900 al 11 de agosto de 1903, año de su fallecimiento.

Retrato de Eugenio María de Hostos" (2012), realizado por el artista visual dominicano Rainer Collado Polanco

A Puerto Plata arribó en la madrugada del día 31 de mayo, no el 30 de ese mes como señalan algunos historiadores y comentaristas. Conoció al General Gregorio Luperón, en cuya casa sostuvo encuentros con el prócer puertorriqueño Ramón Emeterio Betances y con el intelectual dominicano Federico Henríquez y Carvajal, que habría de convertirse en su mejor amigo y estrecho colaborador. En dicha ciudad inicia su misión educadora con sus aportaciones intelectuales a través de varios medios fundados por él («Las Tres Antillas», «Los Antillanos»), reanimando la vida periodística puertoplateña. Es en Puerto Plata donde Hostos concibe su Plan de Escuelas Normales para la República Dominicana y la fundación, el 5 de marzo de 1876, de la sociedad-escuela llamada La Educadora es parte de ese proyecto; digamos que un experimento pedagógico quizá. El viajero antillano parte hacia Venezuela en 1876.

Hostos retornó a República Dominicana, acompañado de su esposa Belinda de Ayala, en marzo de 1879, estableciéndose en la ciudad de Santo Domingo. Luperón, los hermanos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña de Henríquez jugarían un rol de primer orden durante esta su segunda estancia, la de mayor cosecha hostosiana en términos pedagógicos, culturales e intelectuales. En el sector de San Carlos nacerán sus cinco primeros hijos: Eugenio Carlos (1879), Luisa Amelia (1881), Bayoán Lautaro (1883), Adolfo José (1887) y Rosalinda (1884), quien fallece a los pocos meses de nacida. Es en esta segunda estancia que escribe sus obras fundamentales: Lecciones de Derecho Constitucional (1887), Moral social (1888) y Tratado de Sociología (1904), que trae una nota preliminar «Al lector»: «Esta obra se publica tal como la recogieron de labios del Sr. Hostos sus discípulos de 1901, en sus improvisaciones orales en los ratos que podía distraer a su fatigosa labor de la Inspección General de Instrucción Pública» en Santo Domingo.

En diciembre de 1888 Hostos parte hacia Chile, respondiendo a una solicitud que le hiciera el gobierno de esa nación suramericana para asumir la responsabilidad de reformar el sistema de enseñanza chileno. Allí habría de ser, hasta 1898, director del liceo Luis Manuel Amunátegui en la ciudad de Santiago de Chile.

Regresará a República Dominicana el 6 de enero de 1900, a solicitud del gobierno presidido por Juan Isidro Jimenes Pereyra, para continuar su grandiosa empresa en beneficio de la educación dominicana, iniciada en 1876. El presidente Jimenes lo nombra Inspector General de Enseñanza Pública y dos años después lo designaría Director General de Enseñanza, desempeñando, al mismo tiempo, el cargo de Director de la Escuela Normal de Santo Domingo. Es recibido con grandes manifestaciones públicas celebrando su llegada. Francisco Henríquez y Carvajal es quien, a nombre del gobierno, le da la bienvenida.

Retornó Hostos a Santo Domingo no tan sólo respondiendo al llamado que le fuera hecho por el Gobierno Dominicano, sino, también, impulsado dolorosamente por el desencanto y el desaliento causados por la actitud pasiva e indiferente del pueblo puertorriqueño ante la usurpación, por parte del imperio de los Estados Unidos de Norteamérica, de la soberanía de Puerto Rico. Llega herido en su amor patrio, pero manteniendo todavía viva la esperanza de la redención para su patria.

Eugenio María de Hostos falleció la noche del 11 de agosto de 1903, en el sector de Gascue de la ciudad de Santo Domingo, a la altura de la playa de Güibia, próximo al Malecón.2 El 30 de junio de 1985 —por disposición del presidente Salvador Jorge Blanco, mediante el Decreto No. 3070, de fecha 19 de junio de 1985— sus restos fueron trasladados al Panteón de la Patria desde el patio de la Capilla de la Tercera Orden Dominica, donde habían sido depositados en 1925.

Con los años —como producto de su compenetración e identificación con lo dominicano, por sus grandes aportes a la educación3 y a la cultura de la República Dominicana―, el prócer puertorriqueño sería considerado tan dominicano como el Patricio Juan Pablo Duarte. Hay que recordar sus lapidarias palabras antes de morir: «Yo quisiera morir en mi isla querida; pero no tendré esa dicha si llega mi hora siendo ella esclava».

Notas:

1Fragmento de la conferencia en torno a Eugenio María de Hostos que dictamos en Syracuse University (Estados Unidos de América) el 9 de abril de 2015 dentro del Programa de Estudios Latinos y Latinoamericanos de ese centro académico. La invitación fue gestionada por el académico e intelectual dominicano Silvio Torres-Saillant, quien es Professor of English and Dean’s Professor of the Humanities at Syracuse University.

2El lector puede encontrar detalles sobre las circunstancias de la muerte de Eugenio María de Hostos en: Miguel Collado. Tributo a Hostos (Textos en su memoria). 2.a edición. Santo Domingo: Centro Dominicano de Estudios Hostosianos, 2016. Pp. 41-51.

3Algunas de las contribuciones de Hostos a la educación dominicana: 1) Fundación, en febrero de 1880, de la Escuela Normal de Santo Domingo, la primera del país y él la dirige: 2) creación, en noviembre de 1880, del Instituto Profesional; 3) bajo su presidencia queda constituida la Asociación del Cuerpo de Profesores; 4) fundación, en enero de 1881, de la Escuela Normal de Santiago de los Caballeros; 5) inaugura, en enero de 1883, la cátedra de Economía Política en el Instituto Profesional; 6) graduación, en septiembre de 1884, del primer grupo de Maestros Normalistas: Félix Evaristo Mejía y Arturo Grullón son los dos discípulos más sobresalientes; 7) graduación, en febrero de 1886, del segundo grupo de Maestros Normalistas; y 8) fundación, en agosto de 1888, de la Escuela Nocturna para la Clase Obrera en Santo Domingo.