UN DíA COMO HOY, 26 de enero —hace 206 años, en 1813—, nace Juan Pablo Duarte, el cuarto hijo del español Juan José Duarte Rodríguez y de la dominicana Manuela Diez Jiménez, oriunda de Santa Cruz de El Seibo. Su familia residía en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo, específicamente en la Calle del Caño, en la casa hoy marcada con el número 308 de la actual calle Isabel La Católica, próximo a la parroquia Santa Bárbara, donde fue bautizado el 4 de febrero de 1813.
En el 2013, animados por ese espíritu duartiano que debería permanecer vivo en cada dominicano, nos sumamos a los actos de celebración del bicentenario del natalicio del patricio Juan Pablo Duarte: publicamos, bajo el patrocinio del Archivo General de la Nación, el libro Visión de Hostos sobre Duarte,1 una compilación de escritos del prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos sobre el prócer dominicano al que él tanto admiró.
Hostos, con ferviente sentimiento dominicanista, valora la heroicidad de los padres de la patria dominicana en su lucha por la independencia nacional: «Veintidós años bajo el yugo habían pasado los dominicanos, cuando, por fin, un gran patriota, Duarte, y dos grandes discípulos suyos, Sánchez y Mella, arrebataron de las garras del haitiano la presa que habían desgarrado, desangrado y desorganizado».2
Adentrándose en la personalidad de cada uno de los tres próceres, Hostos destaca y compara sus virtudes, estableciendo un paralelismo entre ellos, como si acaso fuera un pionero de la psicología:
«Duarte, el hombre de pensamiento y de organización; Sánchez, el hombre de impulso y de pasión. Lo que el primero vio antes que nadie, el segundo lo dio por hecho antes que nadie. Lo que Duarte organizó cuando nadie se atrevía ni aún a pensar, Sánchez lo realizó cuando nadie lo hubiera realizado. Lo que al uno faltó para ser completo, el otro lo tuvo y lo cedió. El uno tenía más pensamiento, y lo prodigaba; el otro tenía más resolución, y la dilapidaba. Lo que no podía el uno organizando, el otro lo podía estimulando. Lo que no consiguió el uno desuniendo a los enemigos de la Patria, el otro lo conseguía atrayendo y uniendo a los patriotas. En sólo una cualidad eran iguales: en el sentimiento de su deber patriótico. Sin embargo, hubo otra cosa en que también fueron iguales. Era de esperarse: fueron iguales en el infortunio».3
En su artículo «El municipio de Santo Domingo» ―o «La repatriación de las cenizas de Duarte», como es posible titular ese breve texto― Hostos trata sobre lo que fue el interés de la Ciudad Primada de traer a República Dominicana los restos de Juan Pablo Duarte: «Hacía ya muchísimo tiempo que Luperón y otros patriotas pedían a la opinión pública la repatriación de las cenizas de Duarte. Predicaban en desierto»,4 dice Hostos.
Los restos de Duarte fueron trasladados a suelo dominicano en 1884, irónicamente, bajo el régimen de Ulises Heureaux (Lilís), quien emitió un decreto declarándolo Padre de la Patria junto a Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella.
Queda pendiente, para una posterior y más exhaustiva investigación, rescatar un texto dramático que Eugenio María de Hostos escribió en Chile alusivo al retorno de Juan Pablo Duarte a su patria en marzo de 1864, conforme al dato que el historiador Emilio Rodríguez Demorizi registra en el volumen II de su Hostos en Santo Domingo.5
A esa pieza teatral infantil hace referencia Hostos en carta dirigida al editor del periódico El Teléfono,6 desde Santiago de Chile, en fecha 23 de septiembre de 1890, año en que suponemos escribió la citada comedia. En esa misiva hay mucho amor puesto de manifiesto hacia la patria de Duarte:
«He pasado indispuesto las fiestas patrias.7 Por consiguiente, no he podido tomar en ellas la parte que deseaba, y que hubiera hecho tomar a nuestra Quisqueya y su bandera. La colocación del pabellón cruzado entre los demás de la históricamente ilustre Municipalidad de Santiago; la publicación de una biografía de los fundadores de la República Dominicana; la representación de La llegada de Duarte, comedia infantil animada por recuerdos cariñosos y por aclamaciones de dominicanitos8 que no hubieran dejado de tener eco entre los espectadores, han sido otros tantos proyectos míos que mi malestar ha impedido llevar a cabo».9
¿Se conocieron Hostos y Duarte? Ambos eran contemporáneos, pero no tenemos la certeza de que Eugenio María de Hostos y Juan Pablo Duarte se hayan conocido, a pesar de haber sido contemporáneos y de coincidir en sus ideas libertarias y en su visión ético-moral sobre la sociedad y el hombre: el primero vivió entre 1839 y 1903 (64 años y 7 meses) y el segundo de 1813 a 1876 (63 años y 5 meses). Tal parece que los enigmas habitan la vida de los grandes, de los seres iluminados.
Hostos y Duarte viajaron fuera de sus países para continuar sus estudios académicos, visitando, incluso, casi los mismos países y ciudades: New York, Barcelona, París, Londres, etc. Pero, hasta donde sabemos, nunca coincidieron, nunca se conocieron, pues durante la primera estancia de Hostos en República Dominicana ―de 1875 a 1876― Duarte se hallaba en Caracas, Venezuela, desterrado. En 1877 Hostos viaja a ese país suramericano, donde casaría con la cubana Belinda Otilia de Ayala, pero ya Duarte había fallecido en la patria de Bolívar el año anterior, en 1876.
Ninguno de los dos murió en su patria natal: Duarte cerró sus ojos por última vez, desterrado y pobre en Venezuela, el 15 de julio de 1876; mientras que Hostos falleció, casi auto desterrado, la noche del 11 de agosto de 1903 en la ciudad de Santo Domingo, en la misma donde naciera, a finales del siglo XVIII, su abuela paterna María Altagracia Rodríguez y Velasco.
Ahora bien, de haberse conocido y tratado, estamos plenamente seguros de que el General Juan Pablo Duarte y el Maestro Eugenio María de Hostos —a pesar de la diferencia de edad: el dominicano le llevaba 26 años al puertorriqueño— hubieran sido verdaderos amigos, soldados de una misma tropa libertaria.
NOTAS:
1Miguel Collado, compilador-editor. Visión de Hostos sobre Duarte. Santo Domingo: Archivo General de la Nación, 2013. Vol. CLXXVIII. 104 p. [Contiene cuatro apéndices: I. «Juan Pablo Duarte y Eugenio María de Hostos», de Ercilia Pepín; II. Comentario de Raymundo González al texto «La Asamblea del 27», de Eugenio María de Hostos; III. «Cronología de Eugenio María de Hostos (1839-1903)», de Miguel Collado; y IV. «Cronología de Juan Pablo Duarte, fundador de la República», del Instituto Duartiano]. Este libro puede ser leído y descargado en soporte digital en internet: https://es.calameo.com/read/0003452143ce2be77fe88
2Eugenio María de Hostos. «Quisqueya, su sociedad y algunos de sus hijos». En: periódico La Patria (Valparaíso, Chile) entre los meses de agosto y octubre de 1892. Reproducido en: Emilio Rodríguez Demorizi. Hostos en Santo Domingo. 2.a edición. Santo Domingo: Sociedad Dominican de Bibliófilos, 2000. Vol. I: pp. 248-249.
3—–. «Duarte y Sánchez como ejemplos de patriotismo infortunado». En: Miguel Collado, op. cit., pp. 28-29.
4Op. cit., p. 25.
5Hostos en Santo Domingo. 2.a edición. Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2000. Vol. II: p. 57.
6El periódico El Teléfono, de carácter político-literario —y del que Hostos era colaborador—, tenía como editor a José Ricardo Roques y circuló de 1887 a 1892; era editado en la ciudad de Santo Domingo.
7En Chile, dichas fiestas son oficialmente celebradas los días 18 y 19 de septiembre.
8Se refiere a sus niños, nacidos, los primeros cinco, en el sector de San Carlos de la ciudad de Santo Domingo: Eugenio Carlos (1879), Luisa Amelia (1881), Bayoán Lautaro (1883), Adolfo José (1887) y Rosalinda (1884), quien fallece a los pocos meses de nacida. Los otros dos nacieron en Santiago de Chile: Filipo Luis Duarte en 1890 y María Angelina de Hostos Ayala en 1896. Fue Adolfo José quien ―en 1938, en San Juan, Puerto Rico― contrató los servicios profesionales del ilustre Juan Bosch para la compilación de las obras completas de Hostos, editadas en 20 volúmenes en La Habana, Cuba, en 1939.
9En: Eugenio María de Hostos. Obras completas. Vol. XXI: «España y América». Prólogo: Francisco Elías de Tejada. París, Francia: Ediciones Literarias y Artísticas, 1934. Pp. 436-437.