Su más delicada elegía, Ecos del destierro, es como un nocturno susurrante, sin crescendos furiosos. La vuelta al hogar es el más intensamente lírico, el más radiosamente optimista grito de júbilo en la poesía antillana. (Pedro Henríquez Ureña)
I.
José Joaquín Pérez es calificado por Joaquín Balaguer como el más grande poeta romántico dominicano, juicio que reiteran Manuel Rueda y José Enrique García. Hay consenso también en nuestros críticos sobre el lugar preponderante que ocupa nuestro autor en la lírica del siglo XIX, quien junto a Salomé Ureña y a Gastón Fernando Deligne constituye la triada mayor del parnaso dominicano en dicha centuria.
Entre su variada producción, hay dos poemas que sobresalen por ser expresiones vivas de dos momentos muy significativos en la vida del poeta. Uno es la angustiosa partida al exilio y el otro su feliz regreso. De manera que esos versos están íntimamente relacionados entre sí, y sirven para ilustrar la antítesis en medio de la cual se desenvuelve la vida humana, siempre oscilando entre el abismo y la cumbre, la fe y la duda, la pena y la alegría, la desazón de un adiós y la euforia de un regreso.
II.
Ecos del destierro
El cuarto ascenso a la Presidencia de Buenaventura Báez, en 1868, significó para el poeta José Joaquín Pérez su salida forzosa del país, desterrado por ser un opositor del líder del Partido Rojo. Esa salida indeseada hacia Venezuela produjo una profunda conmoción en el espíritu del bardo, que él sublimó en uno de sus poemas más celebrados: Ecos del destierro.
En el poema en cuestión, la voz poética se dirige a su musa, o a su trova, que es una parte de su interioridad, a la que personifica e interpela. El poeta proyecta en su imaginación un viaje de su trova a la patria para que, observando las condiciones en que se desenvuelve la vida allí, pueda intuir si hay razones o no para la esperanza, es decir, para un pronto regreso. Esa esperanza no tenía otro fundamento que un cambio de circunstancias políticas, porque – como es bien sabido– en la República Dominicana de esos años la gente podía acostarse bajo un gobierno y levantarse bajo otro.
¡Ay! dime si a mi triste afán perenne
darás, volviendo, plácida esperanza,
o si rudo el destino su solemne
sentencia contra el bardo errante lanza.
Igualmente, le inquiere sobre su afligida madre; quiere saber si desde su hogar ella prefigura en torno a él días tristes o venturosos. Asimismo, pregunta por alguien, a quien no identifica, pero que, de acuerdo a ciertas señales insertas en el texto, se comprueba que se trata de una hija:
Ve y si junto a mi madre, mi inocente
dulce huérfana implora por mí al cielo,
estampa un beso en su virgínea frente,
signo de amor y paternal desvelo.
El poeta rememora sus días alegres en la tierra natal y lamenta cómo de un momento a otro toda esa felicidad se evaporó: las alegrías e ilusiones se trocaron por tristeza y decepción:
Y hoy… la esperanza en abandono llora
en los escombros y cenizas yertas
de tantas dichas que aún el alma adora,
de tantas dulces ilusiones muertas…
En su diálogo-monólogo con su trova, nuestro autor le suplica que vaya a la amada tierra, y recorra los lugares que él solía frecuentar. Uno de esos lugares es el río Ozama, cuyas aguas besan los muros de la fortaleza homónima donde el Almirante Colón estuvo recluido, soportando gallardamente los agravios de que fue objeto.
Juega en las linfas del Ozama undoso,
besa los muros do Colón cautivo,
de negra y vil ingratitud quejoso,
el peso enorme soportara altivo.
Los versos precedentes sugieren un paralelismo entre los padecimientos del Almirante, que –según la historia oficial– fue víctima de la sinrazón y la malevolencia de sus compañeros, y los quebrantos del poeta, objeto de una represión tiránica que le arrojó lejos de su terruño. La impasibilidad que atribuye a Colón parece infundirle fuerzas para soportar él también con entereza la angustia que le genera su condición de expatriado.
El poeta insiste en su demanda a la trova, que como ya hemos dicho, es una proyección de sí mismo, de su arte poético. En ese ejercicio de desdoblamiento, en que le ruega que vuelva a la patria a traerle noticias de sus seres queridos, le dice que no tema, pues contra ella –en tanto ser incorpóreo– no tiene ningún poder la tiranía.
Ve, ráfaga fugaz, del alma aliento,
cruzando abismos a la patria mía,
¡que a ti no puede un sátrapa violento
imponerte su ruda tiranía!
El texto cierra con una estrofa que es idéntica a la primera, en la que el poeta insiste en su petición a su trova: que recorriendo el extenso mar retorne a su tierra para que dé cuenta de la angustia y la agonía que le embargan al verse lejos de todo lo que le es querido y familiar:
Y a todo lleva, humilde trova mía,
así cruzando los extensos mares,
el eco de la angustia y la agonía
que lanzo lejos de los patrios lares…
Digno de destacarse en los versos de Ecos del destierro es que el poeta expresa su descontento sin proferir imprecaciones ni maledicencias contra el tirano que le arrojó de su suelo. Hay un profundo lamento que recorre todo el texto, y que el lector puede percibir en toda su intensidad, pero apenas hay referencias directas al sujeto que encarna el poder opresivo.
III. La vuelta al hogar
Como ya hemos señalado más arriba, La vuelta al hogar tiene como tema el regreso del poeta a la patria, después de varios años de exilio. El destierro cubrió un espacio temporal de seis años, justamente los que permaneció Báez en su último gobierno (1868-1874).
Este poema es una absoluta oposición del anterior. Si en Ecos del destierro los versos se cargan de lamentos por la partida al destierro, en La vuelta al hogar ocurre todo lo contrario: el texto desborda alegría y optimismo, como es natural en quien tras una larga ausencia regresa al lar nativo. De este poema dijo Balaguer (1956: 115) que “contiene las notas más intensamente líricas de la poesía dominicana”.
Ondas y brisas, bruma, rumores,
suspiros y ecos del ancho mar,
¡adiós! que aromas de puras flores,
¡adiós! que todo cuanto se alcanza,
dicha, esperanza,
y amor me llaman allá en mi hogar.
Una característica del poema es que cada estrofa cierra con la palabra hogar, recurso con el que el autor busca subrayar la idea fundamental, y es que todo el contento reflejado en el poema es el resultado del ansiado regreso al entorno íntimo y familiar del que por tanto tiempo estuvo ausente. Hogar, santuario de paz, lugar donde se tejen los más sólidos y duraderos lazos afectivos, nada conforta y sosiega tanto como la dicha que proporciona ese espacio compartido con los seres más queridos. Y así lo sintió y lo proyectó el poeta.
¡Ya ve el proscrito sus patrios lares!
Ve azules cumbres lejos sombrear
grupos de nieblas crepusculares,
y el ansia siente del paraíso
que darle quiso
Dios en el seno del dulce hogar…
Es relevante el papel de la naturaleza en el poema. Como siempre ocurre con los poetas, que proyectan sus emociones y sentimientos en los elementos del paisaje, estos, que con la partida se cargaron de la amargura que embargaba al poeta, ahora se inflaman de la euforia del regreso.
Bajo tus ceibas y tus palmares,
sobre tu césped y entre el manglar
aún se oye el eco de los cantares
de aquella infancia, fugaz, que en horas
engañadoras
¡llenó sus sueños de amor y hogar!
Y, lo mismo que en Ecos del destierro, no hay en estos versos rastros de encono y mala voluntad hacia el tirano: el poeta no desea contaminar su alegría con sentimientos mezquinos, y así lo manifiesta explícitamente.
¡No más torturas en su alma libre!
¡No más memoria de su pesar!
¡No el odio estéril sus rayos vibre,
que el patriotismo ya sólo espera
por vez primera
calma y consuelo bajo el hogar!
Y por si quedara alguna duda, lo reitera en la siguiente estrofa.
¡Ya no hay festines patibularios!
¡Ya no hay venganzas con qué saciar
su vil conciencia crueles sicarios!
¡Ya no hay vencidos ni vencedores!
¡Sólo hay de flores
castas coronas en el hogar…!
IV.
Ecos del destierro y La vuelta al hogar, funcionan como una figura de doble cara: anverso y reverso. Son como portada y contraportada de un libro. Entre uno y otro median seis años de sinsabores y nostalgias. Su lectura nos induce a reflexionar en la difícil situación de todo aquel que se ve obligado a dejar su hogar y su patria para establecerse en una tierra extraña, lejos de sus seres amados. Y, de igual manera, la irrefrenable alegría de quien es devuelto al suelo nativo. Si el primero es sombrío, refleja amargura, frustración e incertidumbre; el segundo, es todo celebración y optimismo. Son textos modélicos para trabajar valores como el amor a la patria, la afectividad (amor filial), la valoración del hogar como centro de arraigo personal. También para resaltar derechos ciudadanos (libertad, tolerancia, libre expresión de las ideas, derecho al disenso…).
Hay en la lírica de José Joaquín Pérez muchos poemas valiosos. Entre ellos están los que forman parte de la colección Fantasías indígenas, en los que el poeta recrea con notables aciertos escenarios y personajes aborígenes. Otros están destinados a exaltar el progreso, coincidiendo con una de las vetas que caracterizan la poesía de Salomé Ureña. Sin embargo, al momento de adentrarnos en su variada producción lírica a fin de escoger un poema para el presente trabajo, nos decidimos por los que aquí hemos comentado por considerar que ambos constituyen una excelente muestra del arte poético de nuestro autor. Su temática y los sentimientos que expresan representan los dos polos opuestos en que se desenvuelve la condición humana, ya que ni la alegría ni la tristeza; ni la desesperación ni la calma son estados permanentes, sino que se alternan a lo largo de la vida. Fluctuar en medio de esos extremos, en un sempiterno vaivén, es un rasgo distintivo de toda vida humana.
Finalmente, aunque nos hemos centrado fundamentalmente en el aspecto temático, como se trata de un objeto estético, es oportuno destacar que ese contenido se nos presenta en una elegante forma expresiva, como resultado de un indiscutible acierto en el empleo de recursos retóricos, la distribución de los versos, los acentos y las rimas.
Nota: para una lectura completa de ambos poemas, se recomienda entrar a los siguientes enlaces:
https://mipais.jmarcano.com/cultura/poesia/poetamp/jjperez3.html
https://mipais.jmarcano.com/cultura/poesia/poetamp/jjperez2.html
Bibliografía
Balaguer, Joaquín (1956). Historia de la literatura dominicana. Buenos Aires: edición del autor.
García, José E. (2007). El futuro sonriente nos espera. Poesía dominicana. Santo Domingo: Santillana.
Henríquez Ureña, Pedro (2003). Obras Completas. Volumen II. Estudios literarios. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Cultura / Editora Nacional.
Rueda, Manuel (1996). Dos siglos de Literatura dominicana, siglos XIX-XX. Poesía I. Santo Domingo: Comisión Oficial para la Celebración del Sesquicentenario de la Independencia Nacional y Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos.