La curiosidad: la clave para aprender. KC
El origen de la Humanidad es algo que ha inquietado a la gente desde tiempo inmemorial. Muchos investigadores y autores han intentado explicarlo, y el reconocido escritor Marcio Veloz Maggiolo no ha sido indiferente al tema. Con su singular estilo narrativo ha hecho su propuesta titulada De donde vino la gente, una novela juvenil basada, principalmente, en la mitología taína.
De manera magistral, el autor presenta una historia rica en detalles y vívidas descripciones que hacen que el lector se sienta inmerso en la trama y el ambiente que penetra, cual si fuera el calor del sol.
Su protagonista es un joven indígena llamado Guanino, quien vivía en la isla, y como cualquier persona a su edad, tenía preguntas sin responder y no se conformaba con lo que los mayores le decían. Le contaron que tanto él como otros niños habían nacido en una cueva llamada Cacibajagua, “donde los murciélagos eran casi reyes” y que todos los hombres y mujeres habían surgido de las cavernas del Cibao.
Pero su curiosidad le despertó. Se preguntaba “de dónde había salido el padre de su madre, y la madre de su madre”, a lo que el gran anciano de la tribu no le daba una explicación satisfactoria. Hasta que un día, vio descender al sol, como “un disco de oro” y buscando luz para sus interrogantes le confrontó sin un asomo de temor: “Quiero saber por qué dicen que te llevas a los nuestros”.
El Astro Rey le aclaró que los hombres habían venido en canoas “desde abajo”, de “tierras, entre árboles y ríos, donde otros hombres también viven, juegan y pescan, y nacen”. Entonces, la mente de Guanino entró en conflicto entre lo que le habían enseñado desde siempre y lo que el “luminoso astro”, del que le habían dicho era malo y se llevaba a la gente, le expresó.
A partir de ese momento, no descansó hasta saber quién tenía la razón, los ancianos o la vieja estrella y, luego del permiso concedido por sus padres, se lanzó a una odisea, acompañando al señor sol en un viaje en busca de respuestas.
En su recorrido ve, conoce, experimenta. Entre muchas aventuras supo de Macocael, que trataba de convencer a los lugareños que había otras tierras de donde sus abuelos habían venido, donde las mujeres rallaban la yuca, hacían jugo y también tenían Behique y cemíes. Aprendió acerca de las leyendas sobre el origen de las conchas de caracol y la tortuga y de cómo de una calabaza llena de cenizas, supuestamente, nació el mar. Escuchó a algunas mujeres contar la historia de los cuatrillizos y de cómo sus hijos habían logrado escapar de los “monstruos blancos” y, sobre todo, descubrió cómo la historia se repite, con otras gentes y otras olas.
Veloz Maggiolo ofrece imágenes que permiten al lector vislumbrar lugares y eventos alucinantes. Un ejemplo de esto es cuando describe al astro con esta hermosa metáfora y personificación: “(el señor sol) admiraba el paisaje que su propia luz iba creando; cuando tocaba las enormes praderas y las sedosas selvas…sentía el placer eterno de quien pasa su mejilla luminosa sobre la suave piel de un universo repleto de frescores”.
Para comprender esta historia hay que leerla con atención, ya que cuenta con un lenguaje elevado, rico en vocabulario taíno y simbolismos, aunque el glosario al final del libro favorece su seguimiento.
De todas formas, la creativa trama de esta novela hace que el lector mantenga la atención y quiera saber, junto a Guanino, el origen de todo. Y es que, con su narrativa impecable, Marcio Veloz Maggiolo nos lleva más allá de un simple argumento, transformando elementos históricos y fantásticos en una obra maestra original, mientras combina elementos de la mitología con conceptos filosóficos, como la búsqueda de la verdad; y valores, como la perseverancia, la sed de aprender y la aceptación de las diferencias.
En definitiva, todos los seres humanos sentimos curiosidad alguna vez y hemos inquirido. De igual forma, en todas partes hay gente que ama, siente, juega, come, ríe, sufre, tiene aspiraciones, vive. Como Guanino, no debemos conformarnos con todo lo que nos dicen, sino indagar y descubrir por nosotros mismos el origen de las cosas, aunque por momentos tengamos que esperar, como el sol, a que las aguas bajen, “acuclillándonos sobre el filo del crepúsculo”, o quizás, a alguna luz que alumbre nuestro camino, sabiendo, que no somos los únicos que hacemos preguntas.