Asumiendo la premisa de que un texto no constituye un sistema cerrado, sino esencialmente un mosaico de referencias asociado a un diálogo abierto y recíproco con otros textos (Barthes y Kristeva), convenimos en que los sonetos “Mientras por competir con tus cabellos”, de Don Luis de Góngora y Argote,  y “A su retrato”, de Sor Juna Inés de la Cruz, participan de una múltiple y compleja intertextualidad explícitamente vinculada al concepto metafórico del desengaño, atinente al barroco, o al concepto metafórico de la  entropía, tocante a las ciencias físico-matemáticas. Así como el “Ulises” de James Joyce está involucrado en la épica homérica, y el “Borges y yo” de Jorge Luis Borges en el dilema de la autorrepresentación.

Dicha intertextualidad implica, aparte de una mera frase o palabra, la correlación de un mismo espacio dialógico que comparten y trascienden ambos sonetos: la transitoriedad del tiempo y la existencia humana. Cosmovisión única que surge, cotejando uno y otro poema, como resultado de un mundo extrínseco deparado por “Mientras por competir por tus cabellos”, e intrínseco dispensado por “A su retrato”.

En efecto, en los dos primeros cuartetos, Don Luis de Góngora apela, amparado en la simultaneidad y el contraste, a los elementos exógenos que atañen a determinados componentes de una entidad orgánica en su fase pletórica de bríos: cabello (rubio) como oro bruñido, frente blanca como lilio blanco, labio (rojo) como clavel (rojo), y cuello (luciente) como cristal luciente.

Don Luis de Góngora.

Mientras por competir con tu cabello,

oro bruñido al sol relumbra en vano;

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente el lilio bello;

 

Mientras cada labio por cogello,

siguen más ojos que el clavel temprano;

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu gentil cuello;

Más adelante, en el primer terceto, el poeta exhorta a susodichos factores vitales, cabello, frente, labio y cuello, personificados y manifiestos en una joven mujer, a usufructuar sus encantos  antes que el paso del tiempo, efímero e inexorable, aniquile su temporada áurea, visiblemente de oro bruñido, lilio (blanco), clavel (rojo) y cristal luciente.

Goza cuello, cabello, labios y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lilio, clavel, cristal luciente, 

Ese recorrido paulatino y tortuoso del soneto por las veredas tirantes del mundo externo, o de la realidad cotidiana, acabó, miserablemente,  en la meta del último terceto, testimoniando que la marcha del tiempo desintegró, ineluctablemente, aquella fugaz y aparente etapa dorada.

No sólo en plata o viola troncada

se vuelva mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo en sombra, en nada.  

Por otra parte, a pesar de que Sor Juana Inés de la Cruz comparte los mismos imperativos agoreros de Don Luis De Góngora, la novicia no apela a los elementos exógenos y orgánicos que exhibe el soneto “Mientras por competir con tus cabellos”. Así, en los dos primeros cuartetos, a diferencia del poeta español, Sor Juana Inés arranca, impetuosa, recurriendo, a partir de la autorrepresentación, a una especie de algoritmo o mecanismo endógeno, primigenio, recursivo y autodestructivo, programado en  nuestra condición misma de ser. 

Este que ves, engaño colorido

que del arte ostentando los primores

con falso silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido,

 

Este, en que la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido

En ese orden de ideas, en el primer terceto de “A su retrato”, la poeta mexicana no procura siquiera atizar, como en el primer terceto de “Mientras por competir con tus cabellos”, el usufructo de los encantos, el goce o teteo durante nuestra edad temprana. Ello así,  en virtud de que, irremediablemente, estamos condenados por el ADN del pecado original.

Es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada

es un resguardo inútil para el hado; 

En el último terceto, la caducidad no arriba, a diferencia de Góngora,  mediante un recorrido subsecuente y escabroso por las veredas del mundo externo. Es decir: aquella etapa dorada de la vanidad humana colapsó desde nuestros orígenes, porque ya habíamos sido reos del dictamen de Dios en términos de nuestra disipación orgánica.

Es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.  

Finalmente, ambos textos coexisten en un ostensible entramado, complementario en cuanto a la contracción, inexorable, determinista, del universo al polvo primigenio de la creación. Disipación ésta, en el soneto “Mientras por competir con tus cabellos”, tramada por fuerzas extrínsecas propias de nuestra naturaleza orgánica o condición humana. Obsolescencia ésta, en el soneto “A su retrato”, programada por fuerzas intrínsecas propias de nuestra naturaleza orgánica o condición humana.