Atado al rescate de la concepción de progreso del racionalismo francés, siglos XVII y XVIII, Domingo Faustino Sarmiento elabora la metáfora antinómica de  “civilización y barbarie” en términos de una narrativa que, a propósito de Derrida y sus investigaciones sobre la deconstrucción, constituye  una formula binaria y jerárquica donde el primer vocablo no solo determina un inventario de valores, sino que también define al segundo con otros valores opuestos y supeditados a los primeros. Más aún: Sarmiento da continuidad a las creencias eurocéntricas estipuladas en la crónica indiana del siglo XVI y XVII, material ideológico de toda una estrategia civilizatoria de dominación basada, fundamentalmente, en la superioridad racial de los invasores y los conquistadores blancos.

En efecto, Sarmiento, escritor, intelectual, educador y político, apuntala, en misiva (1861) dirigida a Bartolomé Mitre, su acendrada y connotada cosmovisión, racista, a la que estaba abocada, como impronta de progreso, la  joven nación de la República de Argentina. Dice él: “Tengo odio a la barbarie popular…La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil…Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden…Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas”.

Precisamente, ya en el contexto del pensamiento occidental y su criterio de que hay grupos inferiores, Aristóteles distinguía, basado en esa oposición binaria y jerárquica, la civilización versus barbarie en virtud de la polis y los pueblos bárbaros. En otras palabras: los individuos categorizados como dioses integraban el Estado, y los fulanos catalogados como bestias pertenecían al sin-Estado. De hecho, según la tesis Sarmentina, el determinismo ambiental, expresado en la naturaleza inmensa de las pampas, formaban al gaucho. De ahí su aislamiento, falta de educación, malos instintos, inobservancia de las leyes, la fama adquirida por el valor y por la destreza en el manejo del caballo. El gaucho no solo “trata de imponer su voluntad a sangre y fuego”, sino que también, acota Sarmiento, “La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.

Esa extensa tradición de la metáfora cultural de civilización y barbarie encontró resonancia en la obra cumbre de Domingo Faustino Sarmiento: “Facundo: Civilización y Barbarie” (1845)”, ensayo que, dentro de los parámetros del colonialismo ideológico y del historicismo romántico, está íntimamente ligado a los intereses socio-económicos, políticos y teológicos de factura tanto europea como usamericana, y, como resultado, en desmedro de la cultura criolla. Importante: dicha concepción determinista arrastró consigo una práctica política e ideológica sobre el porvenir de la Argentina y, por extensión, de todo el continente de  Abya Yala. Destino que debía descansar sobre la europeización de los centros urbanos del país y, como consecuencia, al margen del gaucho y su medio ambiente. Expresa Sarmiento: “…la revolución…era sólo interesante e inteligible para las ciudades argentinas, extraña y sin prestigio para las campañas. En las ciudades había…ideas…derecho, leyes, educación, todos los puntos de contacto y de mancomunidad que tenemos con los europeos…”

Y es que tanto griegos como romanos, únicamente concebían, prejuiciados, la noción de los procesos civilizatorios mediante la aprehensión tangible, física, material de las civitas, ciudades, en franca oposición al concepto de paganus, pagano,  o avecindado campesino. Cabalmente, esa oposición binaria implica en sí misma el repudio, desconocimiento y subordinación del Otro a un Estado, geográficamente ideológico, enclavado en las ciudades, centros del poder hegemónico y centralizado. De igual manera, El historiador Heródoto consignaba que la “civilizada” Grecia estaba rodeada por “bárbaros”, quienes no poseían siquiera una lengua. Ya en sus quehaceres exterminadores, Cristóbal Colón atinó a percibir el Otro como un salvaje. Así como también la oposición binaria orbisalterius-orbisterrarum acuñada en mi novela Voces de Tomasina Rosario:

Acogiéndose a la curtiembre haitiana del Dr. Peña Gómez, motejado Oguí Pie por El Abogado del Diablo, el purpurado católico, apelando al concordato que fusiona el Vaticano y el Estado en un consorcio de negocios, exigió, ¡asaz!, al conciliábulo de pulgas que pululan y merodean, holgazanas, en el Congreso, un adendum al presupuesto para que, con discreción y cogioca, el prelado remolcara hacia el orbis alterius de Haití a los belicosos cadáveres mañenses que fueron, desde 1929, ilegalmente enterrados en el orbis terrarum de Santo Domingo.

Un análisis deconstructivista del pensamiento político de Sarmiento en el Facundo, amerita establecer una relación entre lenguaje, instituciones sociales y la conciencia o subjetividad individual y colectiva. Ello así,  en virtud de que los conceptos del derecho, las leyes, la educación, y demás, se corresponden con una determinada concepción ideológica internalizada por el lenguaje en el contexto de una formación  social dada y sus relaciones de poder hegemónico. No obstante, esa conceptualización binaria y subordinada de Domingo Faustino Sarmiento la encontramos invertida, como respuesta,  en el Martín Fierro de José Hernández. Para éste, el mundo de los significados no había que buscarlo en las instituciones europeas, sino en la práctica social y la libre expresión del gaucho como elemento de la conciencia continental de Abya Yala.

Viva el gaucho que ande mal

            como zorro perseguido