( A.M). : En su texto “Cosmopolitas domésticos”, ganador del Premio Anagrama de Ensayo (1995), sale a relucir el proceso de transformación social en todas sus dimensiones: informacional y comunicacional, de la producción y circulación del dinero (teledinero, de acuerdo a usted), de las casas, la memoria, producción , la noción de territorio , de las formas de interrelación entre los seres humanos que vivirán en ciudad de ciudades, edificadas sobre las tecnologías digitalizadas de interrelación a distancia. Esos cambios tienen que ver con las vidas privadas que va dejando huellas electrónicas del control o acceso a toda la biografía doméstica. El sistema cibermundo social, educativo, cultural, económico y político, está estructurado sobre el control virtual y el fin de la privacidad de los ciudadanos que vivimos en ese sistema?
(J.E). En 1995 la privacidad no estaba amenazada, ahora sí lo está. Eran los tiempos románticos, cuando se defendía la independencia del ciberespacio (John Percy Barlow) y la Electronic Frontier Foundation promulgaba los derechos humanos de los cibernautas, a los que yo llamaba telepolitas, para insistir en su condición de ciudadanos, y no sólo de consumidores de información. No había redes sociales ni buscadores en Internet, no existía Google. Fue cuando empezaron a surgir los portales en la Web, pero tanto Vd. como yo nos dimos cuenta de la enorme importancia social que el ciberespacio tendría. Tampoco había teléfonos móviles, hoy en día eso parece impensable. Comenzaron a aparecer a partir de 1995-96, si mal no recuerdo. Para entrar en una web había que escribir tecleando toda la dirección del portal al que uno quería acceder. Había directorios de portales impresos en gruesos libros de papel, así como en revistas. Lo que hice en ese libro fue resaltar la incidencia social que tendría la entrada de las tecnologías de la información y la comunicación en los ámbitos domésticos. Tenía claro que modificaría las relaciones entre las personas más que la televisión y la radio. Permitiría ser ciudadanos del mundo desde casa. Vd. hizo contribuciones en el mismo sentido en aquellos años y aunque entonces no le leí, porque a España no llegaban las publicaciones de la República Dominicana, para mí fue luego una satisfacción saber que otras personas reflexionaban sobre los mismos temas en español, desde el otro lado del Atlántico.
(A.M).: En “ Telépolis” (1994) usted se refiere a la presión que es sometida la privacidad e intimidad de cualquier persona que viva en esa ciudad digital y como esta nos invade en todo ámbito, tratando de convertirnos en mercancía publica, en telemercancía virtual, por cuanto su comercialización depende exclusivamente del valor de su nombre propio y de los beneficios que estas noticias pueda producir. Hoy, en el 2018, vemos cómo nuestros datos e informaciones son procesados, clasificados y almacenados en lo que defino como cibermundo y los subsistemas (cibermundos), cómo mercancías valiosas, que se cotizan dependiendo del valor e interés contenido en la Big data, que, por antonomasia, es el habitat de nuestra vida privada, pasada y futura. ¿Qué valora usted de esas reflexiones que hizo en esos textos con relación a este siglo XXI? ¿Dónde hay continuidad y ruptura, en relación a esas investigaciones?
J.E.: Respondo lo mismo que lo anterior, aunque es cierto que la dimensión económica de las TIC me interesó mucho en aquellos años y fue el centro de mi reflexión, cosa que también le sucedió a Vd. en aquella década. Le cuento con más detalle cómo llegué yo a esas cuestiones.
En 1992 publiqué un artículo titulado "Telépolis" en la revista de pensamiento "Claves de razón práctica", que tiene prestigio y difusión en España. Yo había estado en EEUU (concretamente en la University of Illinois at Urbana-Champaign) en 1991. Allí, además del software Mathematica, que se presentó estando yo en sala, concretamente en el Centro de Supercomputación que había en la UIUC, tuve ocasión de usar por primera vez en mi vida el correo electrónico en la biblioteca de aquella Universidad. También conocí el software Mosaic, que fue el precedente de los navegadores Netscape y Explorer, que todavía no existían. Fue cuando me di cuenta de lo que era el ciberespacio, e imaginé lo que en un futuro podría ser una humanidad interactivamente por Internet, y no sólo por radio y televisión. Supongo que su experiencia en Nueva York en aquella década debió ser similar. Sin embargo, eran otros tiempos. Cuando volví a España, en verano de 1991, los PC personales acababan de ser lanzados al mercado. Muy poca gente los tenía en su casa. Yo fui uno de esos pioneros en España. Me compré un AMSTRAD y lo instalé en mi domicilio. Luego tuve un MacIntosh Classic II. Apple fue quien inventó el sistema de ventanas en la pantalla, que luego fue copiado por Microsoft. Por eso en Telépolis y en Cosmopolitas Domésticos yo ya hablaba de las puertas y ventanas de nuestra telecasa, como denominaba entonces a los ordenadores conectados a Internet. Como entonces era Vicerrector de la Universidad del País Vasco, también promoví, junto con el Decano de la Facultad de Informática, Josu Arambarri, que se introdujera el fax y los ordenadores en la universidad. Apple y Microsoft estaban arrancando. La empresa más importante de ordenadores era IBM. En el País Vasco nuestra Universidad, en la que Vd. es Doctor, fue la pionera en el uso e instalación de las tecnologías TIC, que todavía no eran usadas por casi ninguna empresa, mucho menos por las administraciones. En España, las bibliotecas y las universidades fueron las pioneras en la creación del ciberespacio en español, y en nuestro caso también en lengua vasca. Todo esto ocurrió entre 1991 y 1995. El contacto y la práctica tecnológica fue lo que me llevó a escribir esos dos primeros libros, Telépolis (1994) y Cosmopolitas Domésticos (1995). Ambos tuvieron mucho impacto en España, y luego en Italia. Con el nombre "Telépolis" se creó un portal en español que tuvo mucha influencia en aquella época. Como Vd., me dediqué a anunciar y a divulgar la aparición de Internet. Posteriormente reflexioné más a fondo y surgió el concepto de tercer entorno, que es el que sigo manteniendo como válido para interpretar el mundo actual de las redes.
(A.M).: En su libro un “mundo virtual” (2000) hace referencia a lo virtual por inmersión y no inmersión. Cuando vivía en Los Estados Unidos, escribí en mi columna temas ciberespaciales (1998) del ya desaparecido periódico El Siglo, sobre ese mundo virtual que ya implicaba lo social. Sin embargo, hoy se ha estado trabajando en la realidad aumentada que no es virtual con inmersión, pero a pesar y de eso permite que el sujeto cibernético disfrute de vivencia en la que se incorpore contenido digital (imagen, audio, y texto) a la realidad física ¿Que perspectiva visualiza en ese mundo de la virtualidad y que relación sigue teniendo con respecto a nuestras reflexiones de finales del siglo XX? ¿Seremos más virtuales que reales?.
(J.E).: Para mí, la realidad virtual es una forma más de realidad. Desde una perspectiva filosófica, pienso que no hay un sólo mundo, ni una sola realidad. Hay cibermundos, en el tercer entorno, pero el primero y el segundo también son reales. Por eso prefiero hablar de grados de realidad, en lugar de pensar que las tecnologías por inmersión. En 2000 estaba muy interesado en la posibilidad de un Internet pentasensorial, en el que la realidad virtual no sólo sería de imágenes y sonidos, como sigue siendo hoy en día esa presunta "realidad aumentada", sino que también podríamos oler, degustar o tocar a distancia. Una realidad virtual pentasensorial, algo que tecnológicamente es posible hoy en día, sí que sería una auténtica "realidad aumentada": aumentada a los cinco sentidos, no sólo a dos. Hay mucho marketing conceptual y conviene ser críticos con muchas expresiones que están de moda y que, en realidad, se lanzan para conseguir buscar clientes que compren las tecnologías disponibles. En 2006 organicé en San Sebastián un taller en el Parque Tecnológico sobre "Digitalización de los sentidos", junto con otro colega de la Facultad de Informática, Yosu Yurramendi. Vinieron expertos desde California y presentaron prototipos de narices electrónicas y lenguas electrónicas. Digitalizaban los sabores y los olores de determinados frutos secos (almendras, cacahuetes, avellanas…), los asistentes al taller se ponían sus prótesis tecnológicas en la lengua y en las narices y, al usarlas, percíbían olores y sabores gracias al software específico para el olfato y el gusto que aquellos laboratorios californianos habían creado. Esas tecnologías siguen existiendo, y seguro que habrán mejorado. En mi libro reciente, "Entre cavernas: de Platón al cerebro pasando por Internet" (Madrid, Triacastela, 2014) sigo insistiendo en la enorme importancia que tendrían los cibermundos pentasensoriales, y no bisensoriales, como ahora. Esa idea ya estaba en mi libro "Los Señores del Aire".
En resumen: me sigue interesando el tacto virtual (muy importante para los ciegos y sordos), el olfato virtual y el gusto virtual. La realidad virtual que conocemos hoy en día sólo es bisensorial. Por tanto, no considero que esté aumentada, sino muy disminuida, si la comparamos con las capacidades perceptivas que tenemos en el primer y en el segundo entorno. Quienes se interesaron en aquel taller que organizamos en el Parque Tecnológico de San Sebastián fueron, sobre todo, los cocineros vascos, que han sido y siguen siendo muy innovadores, y las empresas que fabrican prótesis para paliar discapacidades sensoriales. Lo que ocurre es que es un mercado pequeño, y por eso esas tecnologías no han sido difundidas a la sociedad en general