(AM): Y si eso fuera así, entonces, ¿qué rasgo cultural predomina en la mayoría de la población dominicana en estos tiempos cibernéticos, transidos y de perplejidad?
FF: Ese rasgo por el que indagas son los cuatro rasgos o características culturales que, en tanto que aunados sin confusión y distinguidos sin separación, constituyen el susodicho ADN dominicano, el único del que estamos dotado en la actualidad.
Pero me parece interesante aprovechar la pregunta y añadir a vuelo de pájaro un factor que fue finalmente determinante en su conformación.
En el devenir del genotipo cultural dominicano, fruto de la interacción de los modelos originales de organización social de la sociedad dominicana decimonónica, intervino este factor decisivo: al tiempo que el gen tabacalero decimonónico entra en estado recesivo, el cuerpo social dominicano muta por efecto del rasgo o talante azucarero. Este talante tiene, como característica esencial, no solo la dominación de la población cautiva en los cañaverales, pues también ostenta la capacidad y emplea el recurso de valerse de la influencia política y del poder gubernamental. Así, por primera vez en la historia de la República Dominicana, una clase empresarial consciente de sí -esta vez al frente de una agroindustria moderna y de pujante naturaleza capitalista- promueve y avanza sus intereses.
Ese talante azucarero que finaliza el siglo XIX y sigue corriendo en el siguiente, una vez cruzado con las huellas paternalista y autoritaria de raíz cultural hatera, pasó a ser el rasgo cultural dominante que precede y condiciona la formación del código cultural que domina actualmente en el seno de la sociedad dominicana.
Debido a esa última condición cultural de naturaleza simbiótica: talante azucarero+elemento hatero, es que surge el ADN vigente en el siglo XXI, aunado e integrado esta vez por su atavismo, inconsecuente incoherencia, paradojas y la profunda conciencia escéptica de la gran mayoría de la población dominicana.
Perdóname no adentrarme a este propósito en más detalles ahora mismo. Debo recordar que el ensayo en el que trazo el advenimiento del recién establecido código cultural dominicano aún está en fase embrionaria en el manuscrito a propósito del cual me cuestionabas. Por eso mismo, al amparo de lo que creo personalmente, solo añado que, una vez develada la conformación de la dotación cultural de esa población que sigue siendo dominicana, la mejor opción que ésta tiene de alcanzar una nueva mutación de su genotipo cultural descansa en el gen tabacalero.
Cierto, ese gen cultural se encuentra en estos momentos en estado recesivo en el seno de una sociedad expuesta a una nueva civilización digital y global; pero, no menos cierto, es que es el único que en el devenir del ser dominicano ha revelado tener la capacidad de configurar, al mismo tiempo, la iniciativa y el espíritu empresarial, el sentido de lo individual y de la autonomía económica, la independencia de la burocracia gubernamental y suficiente fortuna como para ostentar -ante el destino de la patria- suficientes frutos de colaboración a la hora de sacrificarse por algo tan necesario y superior, como la República.
Ahora bien, cuándo, cómo y por qué razón podría acontecer esa u otra nueva mutación del ADN cultural dominicano que implique el cruce y deseable dominancia de ese gen, aún está por verse. Dudo que esté escrito en alguna calenda romana o eclesiástica.
II. AM:
Bueno, reconociendo que se trata de una obra manuscrita e inédita y que el desafío republicano es significativo, me parece imprescindible destacar que, de acuerdo a su tesis en torno a la dominicanidad, el ser dominicano dentro de sus realidades cotidianas, carece de rangos distintivos en su rostro. ¿Bajo ese ser dominicano sin rostro, no subyace una concepción filosófica aristotélica de la potencia, en cuanto capacidad, que puede ser pero todavía no lo es, hasta que se materializa en acto, como realidad en un su momento?
FF:
Ante todo, una precisión. Al referirme en ese manuscrito a la mujer y al hombre dominicanos que, como acontece con las muñecas de la artesanía criolla oriunda de Bonao, no tienen en su rostro trazos distintivos y evidentes significo dos realidades al mismo tiempo: la una, relativa a quién representa lo dominicano y, la otra, agotar su riqueza y complejidad.
Primera realidad, con esa multitud de rostros sin propiedades ni rasgos distintivos me estoy refiriendo al grueso de la población dominicana, a todos esos seres humanos que no se distinguen de los otros ni siquiera por tener logros reconocibles y nombres sonoros, pues si fuera así reconoceríamos que se trata de éste o de aquél individuo. Por esa vía pretendo esquivar ese error tan frecuente en las disciplinas sociales de confundir a la población en general, y a su historia en particular, con algunos de sus más notables adalides y representantes.
Y segunda realidad, cuando caracterizo a la población dominicana por medio del recurso de las estatuillas sin rostro rehúyo otro error -esta vez- omnipresente; a saber, agotar y reducir todo lo que es dominicano y todo lo que son los dominicanos a algunos eventos y a ciertos rostros, meritoriamente o no, destacados y altisonantes, marginando e ignorando lo que realizan los otros.
En lo que a mi concierne, afirmo y defiendo que ningún fenómeno agota su esencia, del mismo modo que la punta del iceberg poco dice de la magnitud de éste.
Aclarado el uso y la razón de valerme del símil con la artesanía de las muñecas sin rostro, respondo tu pregunta con un sí a medias.
Sí; presupongo en términos filosóficos la potencia del acto aristotélico en el de cada ser humano, de modo que todos los seres sociales puedan devenir y superar (se)(nos) en una especie de cadena de causas y efectos con provistos de una finalidad metafísica predeterminada y trascendente. Y lo privilegio así, porque en términos temporales e históricos, sigo pensando que la teleología causal, siempre y cuando sea inductiva, -no deductiva-, es capaz de contener, orientar y dar sentido al quehacer humano.
No obstante, sino que de manera complementaria, es un sí a medias. Porque no recurro a esa teleología por una concepción metafísica, sino solo antropológica y existencial. Digamos que, en la justa medida en que a veces conviene soñar y querer algo mejor, eso mismo entraña que hay que descubrir que el secreto de la vida humana no sólo está en vivir, sino saber para qué se vive.
Ese descubrimiento -más de uno se refieren a la aventura humana- conlleva que en la travesía temporal de los pueblos abundan “los miserables” de los que nos habló Víctor Hugo y esos pobres seres raros y menospreciados que pretenden hacer el bien sin mirar a quien, como “el idiota” que Dostoievski hurgó en el alma de un príncipe ajeno al de Maquiavelo.
Por supuesto, para descubrir la unidad subyacente al quehacer del género humano pude, conceptualmente, recurrir a otros autores. Cómo olvidar el implícito del ser inmutable de Parménides, o la Idea del bien en la República platónica, o mejor que todos ellos, el Deus sive natura sive substantia del filósofo de ascendencia sefardita. Esas y otras filosofías pueden aportar luces, de manera ideal, es decir, utópica, a la urgencia presente de encontrar una causa común que por fin promueva la unidad -¿perdida?- de toda una población dispersa desde su concepción como la dominicana.
No así, dicho sea de paso nuevamente, en planteamientos filosóficos como el de Hegel y sus émulos, pues su última afirmación en y desde el Absoluto no es más que la negación de todo lo que lo precede. Exaltada conjugación del ser total de Parménides y del fuego destructor de Heráclito a la sombra de una Idea cuya última verdad no deja de afirmar-se negándose todo.
En cualquier hipótesis, la tarea de poner en evidencia y manifestar la unidad subyacente a lo dominicano es tanto más urgente a la hora de estudiar la sociedad dominicana y su formación cultural, cuanto su realidad sociocultural estuvo caracterizada por divisiones, fraccionamientos y contraposiciones regionales, liderazgos auténticos o no, pero todos con más raíces caudillistas y autoritarias que visionarias y proféticas.
Ese anquilosado tour de forcé tradicional, acompañado hoy día de algo de publicidad y de mucho inmediatismo, priva al conglomerado dominicano de la oportunidad de reconocerse como nación entre otras tantas que transitan en un mundo globalizado y ajeno a todo lo que es, como lo nuestro, singular.
Por eso, la nación dominicana sigue siendo la utopía por excelencia de quienes ganamos el sustento diario de manera ingeniosa y honesta, como cualquier príncipe que no sea maquiavélico, con diligente espíritu moral y sudorosa conciencia ética.
Institucionalizada y coetánea de tantas otras, la visión de nación nos hace avanzar sin descanso ni tregua, sin borrón ni cuenta nueva, en este terruño antillano en el que, como advertí más arriba, sobran fetiches e ídolos, todos ellos verdaderos tígueres ya desdentados e incapaces de andar y salvaguardar el camino que conduce hacia la tierra prometida heredada de nuestros ancestros y fundadores.
III. AM:
Dejemos la concepción filosófica de fondo, la que hace de marco de referencia filosófica a su trabajo, y regresemos al susodicho “idiota” y a todos aquellos “miserables”. Evidentemente, estos no son necesariamente los que padecen miseria material y aquél no solo es un noble o gobernante. Si esto es así, como pone en evidencia los autores mencionados, quiere decir eso que ¿la superación de los fenotipos culturales dominicanos pasa por una conciencia moral y política?
FF:
Indudablemente que sí. No hay mejor alternativa. En particular, cuando se sacan las lecciones del paso de Hostos por el país, justo en el momento del auge de la agroindustria azucarera, la misma cuya reorganización de la sociedad dominicana condujo como ya dije al código cultural en vigencia más de un siglo más tarde.
Soy de opinión que esa necesidad de una mutación de la conciencia escéptica, gracias a una acción individualmente moral y socialmente política, es tanto más urgente cuanto se analiza por qué la siembra de Hostos y de tantos otros, ha dado los frutos que da en el presente.
Sencillamente, hay que retomar con nuevas ideas y propósitos contemporáneos el arado, la semilla y la acción de sembrar en esa conciencia adulterada y defraudada en medio de la práctica cotidiana de la sociedad dominicana.
Perdona la metáfora, pero me parece que llegados a este punto, a buen entendedor, pocas palabras son necesarias para reafirmar la confianza con mejores y más actualizados principios, no solo en esos deguañingao de siempre y en el devenir de su cambiante ordenamiento social, sino también en el verdadero y único ADN cultural de todo lo que es y podrá seguir siendo dominicano.
AM:
Bueno doctor Ferrán, me parece que dialogado acerca de temas relevantes, tanto a nivel del pensamiento filosófico internacional, inquiriendo sobre filósofos de primera talla del discurrir occidental, pero sin por ello pasar de alto la tradición dominicana y el devenir de historia antropológica y cultural.
FF:
Así es, Andrés. Confiemos que tu esfuerzo al dialogar con filósofos de dentro y fuera del país, contribuya en más de una forma a superar eso que Milan Kundera calificó certeramente de “la insoportable levedad del ser” y, añado, tanto la del ser dominicano como la del género humano.
Muchas gracias, particularmente, por brindarme la oportunidad de reunir en este haz de palabras tantos escritos e ideas libradas en busca de suelo fértil y de tiempo.
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