I. AM:
En el contexto general de su manuscrito sobre Los deguañingao, me interesa indagar más sobre un aspecto fundamental. ¿El atavismo existencial que viene de tiempos arcanos, impregnado por la orfandad y la exclusión social, se puede situar a partir del siglo XVII, o en qué periodo histórico?
FF:
Salvo prueba de lo contrario, su surgimiento puede situarse en el siglo XVII pero, mejor aún, en el anterior, ya que está ligado al pronto abandono de lo que un día fue admirada y calificada como Atenas del Nuevo Mundo.
Desde el momento en que comenzó a roerse el vestido de esa gran señora, su prole se mantuvo y se ha mantenido en pie malviviendo hasta el día de hoy, a causa de su esfuerzo de reproducción social asumido a título individual, más que por efecto de los situados coloniales y de las sucesivas modalidades estatistas posteriores durante sucesivos períodos republicanos.
Todos los descendientes que decidieron o tuvieron que permanecer en el suelo patrio son herederos directos e indirectos del ejemplo aportado por los contrabandistas de antaño y, tras el surgimiento y restauración de la República, por los conuqueros del tabaco. En medio del diario trajinar, el legado de quienes perviven o progresan en lo que otrora fuera una despoblada y desguarnecida colonia, incluso a pesar de ésta haberle dejado una dote de siglos de miseria a la naciente República, pareciera ser imperecedero.
A aquella prole y a todos los herederos que en épocas sucesivas han poblado y pueblan la sociedad dominicana los identifico popularmente con el sustantivo calificativo de los deguañingao. Estos conforman el resto que se esforzó y se esmeró, generación tras generación, por dar la batalla en el país, por no rendirse y terminar siendo expulsados de su tierra natal, del mismo modo en que un día fueron supuestamente expulsados los padres de la prole bíblica de algún otro paraíso.
Es ese resto el que no se entrega a la adversidad desde la cual sigue soportando adversidades y reproduciéndose, aunque perdure haciéndolo al margen de la estructura de poder que ostentan quienes continúan excluyéndolo y desinstitucionalizando la sociedad dominicana.
Todos ellos- muchos desheredados y muy poquitos poderosos de este mundo- aún permanecen desprovistos y ajenos a un proyecto y a un bien que, en tales circunstancias, difícilmente alguien pueda reconocer como común. Sin el norte del bien común y una causa común, de todos, el proyecto de nación se torna aún más exigente e ingente.
II. AM:
Develada la dotación cultural hoy día disponible en el cuerpo social dominicana, ¿hay otros rasgos o elementos que también deban ser tomados en cuenta para comprender y modificar el ser dominicano?
FF:
En principio, mi respuesta es que sí. El ensayo inédito acerca de la dotación cultural dominicana no es exhaustivo. Imposible. E incluso no tiene tal pretensión, sino más bien someterlo todo a discusión y verificación, seguro que la realidad es mucho más rica y su complejidad es tal que no está todo dicho por ningún particular.
El ensayo en cuestión, sin embargo, solo expone a la crítica de eventuales lectores, académicos e intelectuales, el código cultural previamente resumido a partir de las únicas huellas genéticas que pude descubrir.
Por consiguiente, en lo que surgen nuevas evidencias y mejores argumentos que los ya escritos, el sentido de los eventos temporales estudiados y reunidos en el ADN cultural del cuerpo social dominicano lo tengo como real, veraz y valioso para explicar -en lo que surgen nuevas y mejores evidencias- el surgimiento y la composición cultural de todo lo que es dominicano en el tiempo pasado y presente.
Y para que eso algún día acontezca, me llena de entusiasmo e ilusión que mi manuscrito inédito, con algo más que suerte, quizás, algún día vea la luz del verdadero dios taino que como recordarás es el sol.
III: AM:
Confiemos que eso llegue a suceder. Ese mismo día volveré a preguntar lo que ahora cuestiono. Según su perspectiva discursiva, las principales características del actual ADN cultural de los dominicanos surgen en el siglo XIX, en función de estos modelos de organización social: hatero, maderero, campesino, azucarero, tabacalero y la burocracia civil y militar. Mis dudas son éstas: ¿Cómo sitúa ese ADN cultural en La dominicanidad transida entre lo virtual y lo real (2017), que se mueve entre la hipercorrupción, impunidad, las zonas grises y el mundo digital? ¿La dominicanidad transida de la era del cibermundo, conjugaría todos esos rasgos?
FF:
Como bien adviertes, el genotipo cultural dominicano resulta de la interacción que tiene lugar en una formación social que, siendo oriunda de la organización social hatera, maderera, campesina, tabacalera, burocrática y azucarera, aparece conformada, al menos sino desde antes, en pleno siglo XIX.
De no ser así, difícil explicar la diversidad que desde un inicio devela la voluntad republicana de aquellos entonces.
Ahora bien, tu pregunta incide en el presente. Concierne un tiempo en el que, lo dominicano que sale de aquel pasado, tiene que situarse ante los efectos internacionales de lo que ha sido denominado como globalidad y particularmente, pues esta es tu pregunta, la era cibernética.
Esa era y su mundo digital, como tú bien has escrito, está transido de diversas agonías materiales y espirituales.
Ante ese acontecimiento revolucionario, la sociedad dominicana no puede menos que experimentarlo dotada de la única formación cultural con que cuenta; ya lo vimos anteriormente, la unidad sin confusión y la distinción sin separación de sus rasgos de atavismo existencial, de comportamiento claroscuro, de paradojas históricas y de escepticismo consciente. Ni más ni menos.
El previsible desenlace del nuevo cruce entre lo que es dominicano, por composición social y por dotación cultural, y lo que llega de fuera es, como el futuro que le espera, impredecible e inefable.
En cualquier caso, procuro responder tu pregunta afirmando que, a menos que puedan ser citadas mejores pruebas que las que aporto en el ensayo en preparación, dicho código o ADN cultural del genotipo dominicano es el que articula y dota de sentido a lo que bien expone tu obra sobre La dominicanidad transida: entre lo virtual y lo real (2017).
En ese contexto, dudo si alguien podrá algún día hablar con datos en la mano del éxito -o del fracaso- que nos espera si enfrentamos el porvenir; no obstante, sí estoy convencido que podrá constatar “la persistencia de lo transido” de la que nos ilustra tu escrito. Esto sí, en función de esta certeza y de aquella duda, más conviene hacer una precisión de índole teórica.
Sobra decir que estoy al corriente de que el ser dominicano está expuesto a un tipo de cultura digital hoy día. Hemos dejado de vivir en una isla y de espaldas al mar. Un sinnúmero de las tecnologías consumidas afecta nuestro proceso de aculturación; en particular y sobretodo a ese contingente de jóvenes que cautiva y los pone a emular a tantos otros que, desde tiempo de los indios taínos, se ven forzados a emigrar física o espiritualmente de su patria.
No por ello desconozco, atento a la prosa del novelista Leonardo Padura, “la transparencia del tiempo”. En función de ésta opto y me atengo -desde una perspectiva antropológica, por la realidad social más que por la virtual.
Desprovisto de interés polémico, justifico esa opción una serie de preguntas.
Acaso porque usamos y dependemos de iguales artefactos salidos de la misma y pujante revolución tecnológica, ¿vivimos y nos reproducimos los unos y los otros de manera similar en la misma tierra y sociedad?
¿Cuántas capas de miseria, de abandono, de fatalidad cultural o étnica, de frustración social, de desconfianza y de rebeldía separan a los dominicanos entre sí y, en general, a ellos y a los demás? Cuál será la respuesta verdadera, ¿coexistimos y convivimos todos -léase bien: sin excepción- en el mismo tiempo histórico y espacio geográfico? ¿Sumergidos bajo idénticos efectos de la misma revolución digital?
Sabrás excusarme por formular al mismo tiempo tantas cuestiones sin contar con el más mínimo atisbo de respuesta. Sobre todo, porque ninguna de las eventuales respuestas cuenta con el aval suficiente de datos e información empírica capaz de determinar, primero, qué es real y qué es virtual y, segundo, de precisar el alcance de la virtualidad en el o los fenómenos culturales bajo estudio, en función de alguna escala objetiva que mida la intensidad de la relación real-virtual.
Por prurito académico, añado una última serie de preguntas para justificar mi respuesta.
Cómo responder de manera pragmática, ¿qué aporta saberse ubicado en uno u otro extremo de la misma relación digital?, en particular cuando en el país todos dependemos de una misma revolución tecnológica de la que únicamente somos usuarios.
¿La diferencia solo es económica, de poder adquisitivo, para poder tener más o menos tecnología de punta?
Será más bien, ¿un asunto de manejo práctico de los utensilios tecnológicos o, como estoy tentado a sospechar, de una mutación cultural a la que el ADN dominicano aún no ha tenido acceso y, por eso, solo somos consumidores y no generadores ni de ciencia ni de tecnología de punta, entrecogidos como estamos por lo real, en la era de lo virtual?
A menos que me equivoque en lo que sospecho, seguimos y seguiremos aún por algún tiempo más del mismo lado de la línea continua de la civilización humana: ayer, del abarrotado lado de los colonizados, hoy de los indefinidos e infinitos consumidores.
Y…, ni qué decir del futuro. Entre lo virtual y lo real está lo que se anuncia ya, la inteligencia virtual y la cuarta revolución industrial. Ante ese porvenir ya anunciado y, dado el presente en el que permanecemos relativamente anclados, ¿seguiremos con una especie de “pobreza feliz”, espontánea y hasta ingenua, en tanto que tabla de salvación nacional y muro de contención a tanta indignación acumulada en la memoria dominicana?
Ante tantas interrogantes, cuando me preguntas por el ADN cultural de una dominicanidad transida entre lo virtual y lo real, te digo que si bien por ahora experimenta lo virtual, no por ello abandona y deja de permanecer situada en el terreno de lo real. No dispongo -y presupongo que no disponemos- de pruebas que vayan más allá del terreno de lo hipotético. Pero de ser correcto ese presupuesto, en estos precisos instantes no hay cómo verificar de manera factual el impacto o mutación que dicha transculturación está efectivamente incorporando en el genotipo dominicano.
No lo digo revestido de pesimismo ni de la sorna que esconde la sabiduría popular al afirmar que “el mono aunque de seda (de tecnología) vista mono se queda”, sino porque estamos en pleno proceso de mutación y, a falta de evidencias empíricas, el futuro aún permanece recubierto de presente.
De ahí que, en lo que ocurre la transición, sostengo lo afirmado respecto a cuál es el ADN cultural dominicano vigente en ese presente, sin poder probar cuál es su destino final.