De hecho, finalizo el ensayo: “Los deguañingao y el ADN cultural dominicano” cuestionando la perdurabilidad del estado de cosas presente ante ese desafío que siempre es el por/venir; específicamente, en medio del concierto de otras sociedades humanas a nivel inter/nacional y no solo global. De ahí la relevancia de la cuestión dominicana desde la perspectiva de la conformación de una nación que fue concebida en el siglo XIX, pero que permanece aún desinstitucionalizada y, por tanto, no real.

                 II de IV.  Diálogo filosófico con Fernando I. Ferrán:

El drama de la vida diaria

I:          Andrés Merejo (AM):

Parte de sus reflexiones filosóficas y antropológicas no han dejado a un lado las preocupaciones sociales, políticas, económicas y culturales de América Latina y, en particular, de la República Dominicana. Desde principio de los 80, llegué a leer diversos textos que tratan el problema de la identidad y el ser latinoamericano y algunas reflexione como “La Familia Nuclear de la sub-cultura de la pobreza dominicana” (Revista Estudio Sociales, 1974). En esa investigación se trata el machismo como comportamiento autoritario, de control y dominación sexual del hombre sobre la mujer y su arraigo nacional, fundamentado en el engaño, la fuerza y el subyugamiento de la mujer; hay otra investigación que se refiere a la “Población de los bateyes azucareros” (Ciencia y Sociedad, 1986) donde se da una explicación del tiempo muerto y vivo de la zafra, la cultura del desarraigo y la miseria social en los bateyes.

¿Ese drama machista, y los de pobreza, violencia y exclusión social que arrojaron esas investigaciones, se pueden seguir considerando como parte de la cotidianidad de los dominicanos, de estos tiempos?

Fernando Ferrán (FF):

La respuesta a cada uno de los cuatro dramas -machismo, pobreza, violencia, exclusión- merece un rotundo sí, son una realidad cotidiana y no solo una leyenda urbana

La indignante pobreza económica y no solo espiritual, la machacona violencia contra la mujer y contra los demás, al igual que la prepotencia que se manifiesta como exclusión social, fueron antaño y siguen presentes en tanto que realidades constitutivas del diario vivir dominicano. A modo de deformación corporal, con la que hay que vivir, pero sin limitarse a ella.

Las redes sociales -siempre actuales- lo atestiguan. También las conversaciones entre amigos y conocidos. Y ni qué decir de los medios de comunicación tradicionales, ahogados en miseria humana. 

Pero permíteme añadir algo a esa respuesta con el único propósito de no repetir lo que considero conocido y debidamente documentado.

Llega la hora en el cronómetro de la sociedad dominicana en la que hay que revisar prejuicios e ideologías.  Considero que solo así, aquí y ahora, por fin, entenderemos por qué vale más un espejito -en el que cada uno se reconoce a sí mismo-, que una pepita de oro -que ni nos une ni nos permite vernos y tampoco compartir.

Vivimos en una sociedad en la que todos estamos seguros que cualquiera de los cuatro absurdos y nefastos dramas por los que me preguntas -machismo, pobreza, violencia y exclusión social- es más frecuente que el pan nuestro de cada día. Cada uno es sintomático de un mal de fondo de nuestra sociedad y no los cura toda la indignación que resucita la libre repetición de ellos.

Cualquiera se siente tentado a decir, con Freud, que tanto drama no es más que el epifenómeno del más profundo malestar en la civilización actual, a causa de la irremediable contrariedad entre exigencias pulsionales y restricciones convencionales impuestas por la cultura.

Independientemente del marco de referencia adoptado para analizar el problema, hay que reconocer, primero, que abundan buenos diagnósticos de tanto malestar; y segundo, que la ocurrencia de tantos abusos y malquerencias pulula como la verdolaga, tal y como atestiguan las estadísticas en y fuera del terruño dominicano.

Por eso último predomina la opinión en el sentido de que el problema es tomar cartas en el asunto, resolver, sin más dilaciones.

El nuevo dios es la praxis y el verbo por excelencia actuar, pues seguimos ideológicamente a la sombra de Goethe cuando alardeaba que al principio estaba la Acción (no el Logos) o de Marx (secuela dialéctica de Feuerbach), ya que los filósofos no hacen más que perder el tiempo en un mundo que exige y está maduro para su transformación.

Pues bien, por supuesto que hay que combatir y remediar activamente todos esos males. Esos y muchos más. Pero para no seguir errando a tientas y perdidos en los pórticos y laberintos “kafkeanos” de la sociedad contemporánea, es responsabilidad de todos y cada uno descubrir que la fiebre no está en la sábana, sino en la razón subyacente a tantos datos y dolor humano: nuestra propia miseria, la de los miserables de los que escribió hace algún tiempo Voltaire.

De ahí que como evidencian tantos datos y dolor humano, al menos en el terruño dominicano, terminamos siendo tígueres, con dentadura postiza.

Porque son tantos y tantos -en la vida familiar, en el mercado económico o en el circo político- aventuro la siguiente digresión.

Hace algunos años, en un hotel de Japón, Albert Einstein, al tantear sus bolsillos, advirtió que no tenía unas monedas para dejarle una propina al camarero. Ni corto ni perezoso tomó un pedacito de papel y escribió en él lo siguiente: “Donde hay voluntad, hay un camino”, y le dijo al mozo guárdalo, un día ese papel valdrá más que cualquier propina. Y así fue, se vendió en subasta por US$1.8 millones.

¿Moraleja…? Tenemos que estar consciente que enmendar tantos olvidos, abusos y falta de solidaridad en nuestra sociedad y civilización, exige algo más que estudios, información y ejecución de los mismos. Se requiere voluntad y confianza recíproca. Voluntad para corregir errores habituales y trillar el camino del porvenir orientados por el mejor de los diagnósticos disponible. Y confianza en nuestro interlocutor, so pena de terminar tirando su recomendación en el primer zafacón de basura que hallemos en el camino.

Salvo prueba en contrario, tenemos información pertinente sobre el comportamiento machista y la violencia de género, la pobreza y la exclusión social. Pero no por eso estamos dotados de la indispensable voluntad personal y colectiva para enmendar tanto drama.

Sin conciencia de esa carencia, seguiremos diagnosticando la sábana. Y, así entretenidos, no hay ni habrá libertad humana que alivie el dolor, que frene el motor consumista y que detenga todo ese crecimiento y progreso que, -como el militar que marcha detenido en el mismo sitio-, es incapaz de recorrer un camino de sentido y de bien común en medio de tanto polvo levantado.

Termino clausurando la susodicha digresión y añadiendo que, con voluntad y con el papelito de lo que ya conocemos, podemos retomar con más confianza que garras el camino y rescatar de su mentidero civilizatorio nuestra condición humana, antes de enriquecerla.

     AM:

En su ensayo “Figuras de lo dominicano” (Ciencia y Sociedad, 1985), usted sigue el filosofar fenomenológico al  plantear cuatros figuras sobre el dominicano: 1) la orfandad a nivel histórico  que “recayó sobre los habitantes de la colonia” y que cobra intensidad cuando las devastaciones de Osorio a principio del siglo XVII, caracterizado por la miseria, el abandono y la estampida de sus habitantes; 2) el criollismo barroco, de comportamiento y forma de vida “informal, no reglamentada, personal y siempre circunstancial” para hacer frente “a las situaciones que presenta la vida social”; 3) drama cultural, padecimiento de conciencia violenta, de angustia e inseguridad social y personal, atrapado entre la “mutilación física y el rompimiento brusco y arbitrario del orden institucional”; y 4) el pesimismo como cuadro ideológico donde lo social, económico, político y cultural de nuestra nación no tiene un futuro promisorio.

¿Estas reflexiones son parte de su concepción hegeliana, la misma que usted trabaja sobre la República Dominicana?   

FF:

Te agradezco la pregunta, sobre todo porque me permite hacer una aclaración imprescindible antes de responderte con una negación.

Las reflexiones acerca de lo dominicano y sus figuras no son parte de mi concepción hegeliana. Más aún, ni siquiera mi trabajo doctoral, apegado como está a la exégesis especulativa del sistema enciclopédico de Hegel, permite que se hable de “mi” concepción hegeliana. Esto lo puedes advertir de inmediato en un detalle lógico revelador.

La lógica hegeliana encadena cualquier proceso conceptual en tres movimientos dialécticos: la lógica, la naturaleza y el espíritu (nada que ver con el mecanicismo de tesis, antítesis y síntesis). Al interior de cada uno de esos momentos transcurren otros tres, transfiguraciones de los antedichos.

Un buen ejemplo lo tienes en la Enciclopedia de 1830 que es su obra de madurez. En la Fenomenología del Espíritu, de 1807, que probablemente sea su obra más citada, los tres momentos transcurren, pero en tanto que reproducidos a nivel subjetivo del Espíritu, antes de pasar a ser objetivo en el Estado de derecho y absoluto como Idea absoluta.

Decía que desde antes de adentrarme en el sistema hegeliano ya había salido de él. Sin entrar aquí en intríngulis especulativos, ¿cómo lo puedes detectar a primera vista?

El P. Jorge Cela, también antropólogo como yo, fue el primero que advirtió algo recurrente. Expongo la realidad en cuatro -no tres- momentos. Te doy una pista.  Cuatro son las semanas de los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, en los que también me formé. Y en el artículo al que te refieres, las figuras de la conciencia subjetiva dominicana, constata que están discernidas en términos de orfandad, de criollismo barroco, de drama cultural y, cuarto, de pesimismo.

Concluyo, es cierto que estudié, me adentré y enredé en Hegel; pero falso, si se afirma sin más que quedé atrapado en sus especulaciones, como uno de los prisioneros de la mitológica cueva de la República de Platón.

 

AM:

Entendido la aclaración, pero entonces, ¿esas cuatro figuras de lo dominicano, guardan alguna relación con el amo y el esclavo, del texto La fenomenología del Espíritu de Hegel?

            FF:

La perspectiva fenomenológica de las cuatro figuras de la conciencia subjetiva dominicana, es decir, de cada sujeto individual, se inspiran y asumen -sin por ello limitarse ni reproducir- el momento subjetivo del espíritu hegeliano.

De ahí que, a mi entender, el desdoblamiento de la conciencia del amo en la del esclavo antes de superarse en la doble negación de la conciencia de sí liberada del ocio del amo y del trabajo del esclavo, poco tienen que ver con los cuatro momentos del sujeto dominicano.

Al menos, no encuentro paralelismo de esos tres momentos del devenir subjetivo con la evolución de las figuras fenomenológicas de la conciencia del sujeto dominicano. Éste se sabe huérfano (primera figura), en tanto que abandonado históricamente por su metrópolis y, por ello, esto es esencial, no se reproduce en el contexto de una relación de dependencia laboral y ni siquiera opera en un contexto normativo formal u oficial. Por el contrario, desde el mismo inicio se reconoce dependiente de su sola iniciativa, dotada de una espontaneidad cuya manifestación poco tiene de clásica y de previsible y sí mucho de barroca (segunda figura), por su abundante efusividad y prolija originalidad.

De ahí tanto drama (tercera figura) en la formación del sujeto dominicano y, sobre todo, el pesimismo (cuarta figura) que tantos autores desde principios del siglo pasado le endilgan e inculcan. ¿Por qué se lo inculcan? Lo dejo a discusión, porque confunden al campesino tradicional de tiempos de la colonia y de la primera República con el dominicano en general.

En resumidas cuentas, la proximidad de ese artículo con la relación del amo y del esclavo en Hegel no debe ser pretexto para confundir, ni su concepción ni su resultado.

Ahora bien, llegados a ese punto, advierto que sí hay un texto en el que, dejando de lado mi tesis doctoral, vuelvo a analizar la dialéctica del amo y el esclavo hegeliano, pero esta vez en función de un contrapunteo desde el Caribe. Me refiero a uno recientemente aparecido en la revista digital de la PUCMM, Pesquisa.

En ese trabajo del año 2016, demuestro, no solo la negatividad que maneja la lógica hegeliana, sino cómo, suprimido el momento subjetivo del amo y también del esclavo, se desemboca en tres momentos objetivos de la conciencia que descubro históricamente en las Antillas.

En efecto, suprimidos el amo y el esclavo, una vez que la conciencia de sí es libre y pensante, de acuerdo al texto de la Fenomenología del Espíritu de 1807, su formación pasa por la conciencia pensante. Ésta pasa como todo en Hegel, por tres momentos: estoico, escéptico e infeliz.

Así, pues, doy un paso fuera del texto y me pregunto, ¿dónde es el único lugar histórico en el mundo en el que Hegel conoció de esclavos emancipándose de sus amos? En Haití.

Fue entonces que analicé nuevamente el texto y someto a discusión lo que afirmo como indudable: cuando uno hace el paso de la conciencia subjetiva fenomenológica a la conciencia subjetiva histórica, la conciencia pensante de la Fenomenología muta -entre otros lugares- en la experiencia histórica de al menos tres pueblos caribeños.

Las características descritas por Hegel en la autoconciencia pensante, en tanto que estoica, tiene su mejor representación objetiva en la experiencia cubana, pasando por su experiencia de plantaciones agrícolas esclavistas y de un largo período de liberación colonial y postcolonial, llegando al día de hoy.

Su segundo momento, la conciencia estoica que niega tanto estoicismo y aparece transcrita en el vacilante zigzagueo entre independencia y restauración, sin olvidar el descontrol de su territorio y de su dividida plaza pública, incluso, en la constante informalidad y desinstitucionalidad que llega a pleno siglo XXI.

Y por fin, aquella conciencia pensante que primero fue estoica y luego negada como escéptica, dónde es que aparece al límite de su desarrollo y última verdad como conciencia infeliz si no es en la población haitiana. En ésta tenemos el resultado final, si trasponemos la evolución subjetiva de la conciencia fenomenológica al plano histórico, de la única liberación histórica que Hegel conoció de un grupo de esclavos que rompieron sus cadenas sus cadenas.

Dicho lo que precede, añado un punto complementario al contrapunteo de la relación amo-esclavo desde el Caribe.

Dado que la historia no es territorio de ningún tipo de determinismo, no afirmé ni me atrevería a concluir en ese artículo diciendo que esa conciencia infeliz allí intuida, vaya a terminar siendo la próxima verdad del escepticismo dominicano. Y, tampoco, que esa experiencia escéptica termine siendo la próxima parada del último pueblo que, independiente desde 1902 y dotada ahora de una conciencia pensante, ha de emprender una nueva etapa histórica en su formación.

Como se ve, sea por vía de aquellas cuatro figuras fenomenológicas, o por la exégesis y contextualización antillana de la autoconciencia, la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel es insuficiente e incapaz para cernir y discernir toda la riqueza de la experiencia y de la formación consciente y manifiesta del ser dominicano.

Si me permites fisgonear el adusto y temible Begriff (concepto) de Hegel, ante la realidad mágica de estas tierras caribeña, el único y verdadero conceptualmente infeliz debe ser el susodicho filósofo berlinés.

  1. Los deguañingao y el ADN cultural dominicano

(AM):

En su manuscrito inédito “Los deguañingao. Ensayo sobre la sociedad y el ADN cultural dominicano” (2018), hay toda una definición y clasificación de lo que viene siendo el código genético cultural dominicano, el cual “contiene los elementos o rasgos distintivos que predominan en los patrones de comportamiento de la población”, por encima de cualquier modelo de organización social, económico, político y cultural que en determinada época haya asumido un grupo o sector social dominicano. 

En términos más específicos, ¿me puede esbozar de qué está hablado?

FF:

Te respondo de inmediato, pero antes permíteme subrayar que la investigación relativa a “Los deguañingao. Ensayo sobre la sociedad y el ADN cultural dominicano”, está en fase de finalización. Es decir, es un manuscrito aún inconcluso. Trabajo calladamente en esto hace ya más de once meses y, a ciencias cierta, no sé si verá la luz del sol.

El estudio parte del análisis de seis modelos de organización social tradicionales en la sociedad dominicana del siglo XIX. El resultado de ese análisis son los principales patrones de comportamiento cultural que conformaban el código cultural original de esa sociedad.

Una vez identificados los rasgos culturales respectivamente predominantes en una sociedad dominicana regionalmente hatera, maderera, campesina, tabacalera, azucarera y estatalmente burocrática durante dicho siglo, recurro entonces a la técnica empleada por el antropólogo Fernando Ortiz -en su obra clásica: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Y así estudio qué sucede una vez se cruzan las características culturales originales en los siglos venideros, hasta conformar la dotación cultural contemporánea en el país hoy día.

Lo interesante de este procedimiento, cobijado a la sombra de la metáfora bioquímica, es que permite discernir teórica y metodológicamente la mutación de rasgos culturales que mutan, unos en tanto que dominantes y otros en tanto que recesivos, en el nuevo cuerpo social que llega a ser la sociedad dominicana como tal entrado ya el siglo XXI.

Ese contrapunteo, cruce o combinación de rasgos, -el mismo que metafóricamente califico de transmutación de los genes culturales- tuvo como resultado a mediados del siglo XX la combinación dominante de las propiedades del talante azucarero y del rasgo hatero, en un nuevo orden social dominicano.

En otras palabras, el paso del tiempo no es la repetición de la misma configuración social y cultural. La identidad cambia, pero con un mismo sustrato. Como cada uno de nosotros, fuimos, pero ya no somos el bebé o el adolescente de antaño.

En resumen, establecida la unidad de la sociedad dominicana, más allá de sus divisiones regionales y de sus modelos económicos particulares del siglo XIX, descubro su dotación cultural original y luego en transformación durante el siglo XX, hasta llegar al día de hoy, es decir, situada ante las interrogantes del porvenir.

 

            AM:

Novedoso metodológica y teóricamente, confío que cuando finalice el trabajo podremos comprobar su alcance y validez. Mientras tanto, podría adelantar ¿cuál es el ADN cultural en el presente? ¿Cuáles son y cómo se aúnan entre sí las características que componen el genotipo cultural dominicano?

FF:

Por supuesto que sí, aun cuando expuesto en abstracto puede parece a simple vista como gratuitos y arbitrarios. Pero en fin, atendiendo tu pregunta, al y como llega al día de hoy, los cuatro elementos que componen la dotación cultural de la sociedad dominicana son los siguientes estos: atavismo, inconsistencia, paradoja y escepticismo.

Los enumero uno a uno según su ámbito de incidencia.

Primero, la existencia objetiva de los miembros de esa sociedad y de ésta, da muestras de cierto atavismo consecuencia de la orfandad padecida y la ausencia de un proyecto común que aunara a todos los miembros y grupos sociales en el país.

Si la existencia viene marcada por ese fenotipo, segundo, en el comportamiento subjetivo de cada cuál y de todos en general aparecen rasgos evidentes de inconsistencia e incoherencia, lo que denomino por tanto como claroscuro. La ilación y la sistematicidad no son predominantes en la conducta criolla contemporánea, pues nada domina la conveniencia circunstancial, la azarosa suerte y el interés particular.

A todas luces, tercero, tal existencia y conducta, son fácilmente discernibles en el plano universal de una historia entretejida de paradojas, donde el propósito final escapa de las manos de quienes se esfuerzan y lo procuran. Algo así, como lo sucedido a quienes restauraron la República e introdujeron el país en un mercado libre y capitalista, para finalmente verse excluidos de ambos escenarios, el político y el económico. Y así sigue rodando el mundo dominicano, hasta el día de hoy.

En ese contexto cultural, cuarto, el factor singular que articular la existencia, la conducta y la historia de cada miembro de la sociedad dominicana, y de ésta en términos generales, es su conciencia. No una conciencia pesimista, cosa que analizo en el manuscrito, sino escéptica, pues en ella no predomina la confianza y tampoco la desconfianza. Confía y se arriesga cada vez que la necesidad de reproducirse se lo impone y desconfía, a veces por experiencia y otras por precaución.

Pero siempre, reconociéndose como desprotegida y desprovista de una causa común garantizado por el conglomerado social al que pertenece.

 

AM:

Permítame interrumpir la exposición y preguntarle antes de proseguir, ¿cómo nos prepara ese ADN cultural para enfrentar el futuro?

FF:

En lo que se refiere al porvenir, permíteme constatar lo que es evidente: puede ser que sea antropólogo y filósofo, pero no futurólogo.

Es cierto que una vez expuestos los cuatro rasgos que conforman, que configuran, el ADN o código cultural de la sociedad dominicana contemporánea, surge la cuestión inevitable: su próxima mutación ante el por-venir.

De hecho, finalizo el ensayo cuestionando la perdurabilidad del estado de cosas presente ante ese desafío que siempre es el por/venir; específicamente, en medio del concierto de otras sociedades humanas a nivel inter/nacional y no solo global. De ahí la relevancia de la cuestión dominicana desde la perspectiva de la conformación de una nación que fue concebida en el siglo XIX, pero que permanece aún desinstitucionalizada y, por tanto, no real.

La nación sigue siendo el examen reprobado de nuestra sociedad y, por tanto, urgente para enfrentar el futuro que comienza hoy mismo. Esa bien puede ser la próxima mutación de nuestro código cultural. Pero solo digo, “puede ser” y no “tiene que ser” ni “será”, pues no me pronuncio sobre lo que ignoro.

 

AM:

Pero entonces, miremos al menos hacia el pasado. ¿Usted afirmaría que parte de nuestro fracaso como proyecto de nación tiene que ver con esos cuatro rasgos que, según usted afirma, forman la composición genética de ese ADN cultural del dominicano?

FF:

Si me lo permites te respondo con una pregunta, ¿de qué fracaso me hablas o se puede hablar?

Aceptaría que, comparando peras con olmos, me digas que hemos fracasado porque no somos como esa o aquella otra sociedad contemporánea, una de esas que nos lleva 40, 50, 60 o más posiciones en este o aquel índice de bienestar u otras variables.

Pero lo reitero, para ser tan negativos tendríamos que estar comparando, de forma atemporal y ahistórica, peras con manzanas, por dos razones principales: primera razón, no hay una línea recta en la historia humana, por algo se cree que solo Yahvé escribe recto en medio de tantísimas líneas torcidas y disímiles. Segunda razón, si bien cien años no son nada en la historia de una sociedad, doscientos tampoco son algo en la conformación de una nación si, como en el caso dominicano, su conglomerado social subsiste tanto; o acaso alguien me rebatirá alegando que no conoce del devenir de todos esos pueblos que fueron, pero que ya no son.

En cualquier hipótesis, -sea la del fracaso, que considero carente de justificación, o la del imposible e irrealista fracaso, que sostengo en el contexto de su evolución histórica-, se llega a la misma respuesta.

A propósito de si se puede hablar del naufragio dominicano -por no haber devenido una nación, debido al ADN cultural compuesto por los cuatro factores dominantes antes descritos- mi respuesta es que ni se puede ni se debe decir, so pena de desconocer que la formación nacional e incluso la del Estado nación moderno y de derecho ha sido y es en todas las otras sociedades a nivel internacional fruto de su propia evolución cultural.

No existe un solo sendero, pues cada nación llega a serlo por su propio trillo. Ahí quedan las huellas de las tribus asiáticas, tras siglos enteros de aislamiento, recelos y pugnas entre sí. Y los pueblos bárbaros de Eurasia, perdidos en un imperio y salidos de conflictos tan largos como guerras de cien años y de religiones. Sin olvidar por ser anterior a estas tránsfugas ciudades enfrentadas y salidas de una democracia bien limitada; o, más reciente a nosotros, migrantes congregados por el individualismo de cada cual para conquistar, a sangre y fuego, pueblos aborígenes y su fortuna.

La historia de la humanidad pareciera ser que debe más a lo que sale de los simbólicos descendientes de Caín -el hermano bíblico más reconocido que quedara luego de lo que le infligiera a Abel- que a lo que resulta por obra y gracias de manos más generosas y maduras. De ahí la necesidad de tantos individuos y pueblos de que se le de tiempo al tiempo.

Todo eso para decir lo que todos sabemos y experimentamos en carne viva. Cada vez que una ideología hegemónica, o una fuerza política dictatorial ha querido imponer su modelo de evolución “nacional”, ha terminado en un baño de sangre a nivel histórico.

Para la sociedad dominicana, en lo sucesivo, se trata de reconocer por fin que la opción nacional pasa por la transformación de su actual composición social. Para lograrlo, su transmutación cultural es fundamental. El que se requiera esa mutación, porque aún no ha sucedido acorde a la necesidad nacional, no es sinónimo de decadencia ni de fracaso. Pero sí de reto y de compromiso a la hora de trillar y de recorrer nuevos atajos.